Llegado el mes de septiembre y Oporto se convierte en un destino turístico muy apetecible. Aunque durante los meses de julio y agosto no es una ciudad excesivamente agobiante en cuanto al número de visitantes, septiembre se convierte en un mes propicio para visitar la ciudad y perderse por sus calles.
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En una ciudad con una luminosidad especial, con un tono melancólico y nostálgico cuando va cayendo la tarde, oscurece y se encienden las farolas, proyectan una luz tenue propia de algunas películas; los azulejos en los edificios contribuyen a incrementar ese toque decadente que presenta la ciudad.
Con una población sencilla y amable, dispuesta a solucionar cualquier tipo de duda que te pueda surgir, la semejanza del idioma propicia el acercamiento y colaboración.
Además, se puede comer en muchos restaurantes por un precio asequible. Uno de los platos que no nos podemos perder, típico de Oporto, es la francesinha, una especie de sándwich que tiene casi de todo, debilidad para las personas con mucho apetito y sin problemas de estómago; sólo apto para valientes.
Por otra parte, y para bajar la francesinha, la ciudad presenta en sus calles desniveles considerables, así que, si queremos patearla, deberemos tener un tono físico aceptable y, en el caso de que no sea así, siempre se puede utilizar el transporte público y su curioso tranvía.
Aun así, se trata de la segunda ciudad más importante del país, pero se puede visitar perfectamente en un par de días, pues tiene un número de habitantes similar a Oviedo.
Como en cualquier ciudad, hay visitas que son obligatorias, como la estación de São Bento, cuyo primer tren llegó a finales del siglo XIX pero no fue inaugurada hasta principios del siglo XX.
La estación presenta diversas escenas en la pared realizadas con azulejos, entre las que podemos destacar la escena en la que Egas Moniz le da su palabra al rey leonés Alfonso VII de mantener la fidelidad de Portugal al Reino de León.
Ahora bien, sobre un imponente río Duero se erige el nervudo y anguloso puente Dom Luis I, realizado por un discípulo de Gustavo Eiffel, que nos llevará a la zona de Gaia donde podremos pasear en barco, ir a la playa, visitar algunas bodegas, degustar sus caldos, comer en un mercado cerrado e incluso tomar un café en algún local especial, en el que ofrecen múltiples variedades de café elaborados de varias formas.
Otro lugar de visita obligada es la catedral del siglo XII, azulejada en algunos tramos, desde donde se disfrutan de unas vistas espectaculares al río Duero.
Se encuentra, por cierto, muy próxima a la Plaza de la Libertad en el centro de la ciudad, donde se encuentra la Cámara Municipal, o lo que nosotros llamamos ayuntamiento, en la Avenida dos Aliados, precedida por la estatua dedicada al escritor portugués Almeida Garrett.
Y para que el viaje no sea exclusivamente cultural, podemos dar un paseo por la calle Santa Catarina, en la que podemos visitar algún centro comercial, degustar un helado o tomar un café en el conocido Majestic, siempre a rebosar de unos clientes que, temprano, se sientan, café en mano, y miran el cambiante cielo hasta vaciar su taza y seguir caminando.
Texto y fotografía: Julio Herreros Ropero