En este tiempo que nos está tocando vivir se están produciendo muchos cambios en la sociedad, y muy rápidos. Es como si necesitáramos aprender a marchas forzadas cosas que habíamos guardado hace tiempo en el armario o que nos sonaran vagamente.
Debido a un “bichito” que ha empezado a viajar por todo el mundo sin control y que ha decidido intentar hundirnos en la miseria estamos desempolvando hábitos que habíamos olvidado debido a la frenética vida que estábamos viviendo.
El cambio más importante que se ha producido es el confinamiento en nuestras viviendas para ayudar a que no se extienda el virus. No estábamos acostumbrados a estar tanto tiempo en casa y hemos tenido que aprender a vivir más despacio, saboreando y disfrutando todo lo que hacemos.
Estamos dedicando más tiempo a la cocina e, incluso, algunos están dando sus primeros pasos.
Hay quien aprovecha para dar un repaso a la casa; dedicamos tiempo a esos hobbies que teníamos aparcados por falta de tiempo (leer, escribir, pintar…); nos marcamos una rutina para tener todo el día ocupado porque, dicen los que saben, que la cabeza no puede estar parada; nos volvemos más reflexivos y escuchamos más, aunque sea al locutor de la radio; surgen iniciativas solidarias para ayudar a los más débiles, aunque nosotros sobre esta cuestión no partimos de cero.
Las redes sociales echan humo proponiendo múltiples actividades (ver películas, conciertos, visitar museos, lectura de libros…); descubrimos que aquellas asignaturas que denominábamos “marías” (dibujo, música y educación física) son, en este momento, muy importantes para mantener la mente y el cuerpo en forma.
Y, a las 8 de la tarde, llega el momento más importante del día, tan ansiado como el inicio del descenso en el gráfico que nos dibuja, todos los días con sus palabras, Fernando Simón: el reconocimiento a todas las personas, fundamentalmente sanitarios, que lo están dando todo para sacarnos de este infierno cuanto antes.
A esa hora, cuando salimos a los balcones, entusiasmados, descubrimos que tenemos vecinos que, además de aplaudir, silban para inyectar una dosis adicional de ánimo; ponen música que el vecindario tararea; cantan “Hola don Pepito, hola don José” (¡qué recuerdos de la infancia!) y, todo ello, aderezado con la sirena de algún coche de policía que se suma al reconocimiento.
La calle también ha dado un giro de 180º: el bullicio se ha transformado en silencio, los bares están cerrados, solamente pisan la calle las personas con fuerza y capacidad para levantar esta losa y, desgraciadamente, algún insolidario que no sabe de qué va esto. En algunos lugares, como Ifema, han cambiado las corbatas y los zapatos relucientes por mascarillas y zuecos blancos.
Cuando termine todo esto se producirá un cambio importante en nuestras vidas. Ojalá sepamos elegir y nos quedemos con las cosas buenas que hemos recuperado estos días.
Texto: Miguel Ángel Herreros