Tanto si vienes a León como si vives aquí no has de perderte una visita a un edificio que custodia un ingente patrimonio artístico. Es San Isidoro, ese monumento que pasa muy desapercibido incluso para los propios leoneses, ante la extraordinaria belleza de la Catedral.
El pasado 18 de abril coincidiendo con los actos de presentación del libro editado por Enróllate “Yo sobreviví a un viaje de estudiantes” tuve la oportunidad de visitar San Isidoro acompañando a los compañeros de la Federación Internacional de periodistas y escritores de turismo de España con su presidente Miguel Ángel al frente.
En esta visita volví a redescubrir un lugar fascinante, núcleo de la monarquía leonesa, orgullo de un pueblo que aquí gestó su libertad.
Efectivamente es San Isidoro ese gran arcón que guarda innumerables tesoros de los que personas mucho más eruditos que yo han escrito sobre ellos. No voy a hablar de los marfiles, ni de las arquetas de plata, ni de la puerta del perdón como lugar emblemático de la ruta Jacobea, ni del vino más añejo del mundo, custodiado bajo tres llaves del que los síndicos de la Colegiata sacan tres cuartos de litro el Jueves Santo y rellenan con el doble, ni del gallo de San Isidoro, testigo silencioso de la decadencia de este Reino. Ni tan siquiera de nuestro patrón, el Patrón del Reino de León, San Isidoro, el gran sabio de la Edad Media cuyos restos presiden el altar mayor eclipsado por Santiago y cierra España.
No voy aquí a hablar de la excepcional Coral Isidoriana que es un regalo al sentido del oído en las solemnes celebraciones. Ni del magnífico edificio románico mandado construir por Doña Sancha y D. Fernando. Ni tan siquiera del Milagroso Pendón de Baeza, custodiado en el Museo, testigo de días de gloria y gestas inimaginables de nuestros ancestros y a cuya Cofradía instaurada por el Rey Alfonso VII me honro en pertenecer, como única Institución vigente del Reino de León.
Ni tan siquiera voy a hablar de la tradicional fiesta de las Cabezadas, que se celebra el domingo más próximo a la festividad de San Isidoro, que se celebra el día 26 de abril, ejemplo de la tozudez en una discusión que ya dura más de 850 años.
Voy a hablar de las tres grandes joyas que este edificio posee y de la que como leonés me siento tremendamente orgullo, sacando pecho ante esas “nuevas nacionalidades o nuevos ricos” que venden humo porque historia o un San Isidoro no tienen.
El Claustro.
Si bien es un claustro que no destaca por su belleza arquitectónica, tiene una especial importancia por lo que aquí aconteció al principio del Reinado de Alfonso IX en 1.188. En el año 1188, Alfonso IX invita a los representantes de villas y ciudades a la Curia, junto a nobles y eclesiásticos, dando lugar, con la presencia del tercer estamento, a las primeras cortes democráticas. Las Cortes sirvieron para reconocer y garantizar los derechos de los súbditos del Reino de León. En ese modesto claustro tuvo lugar el nacimiento del Parlamentarismo mundial y sentó las bases de la democracia tal y como la concebimos en la actualidad. Por primera vez en la historia de Europa los representantes de ciudades y villas participaron en paridad con nobleza y clero en los asuntos importantes que afectaban al Reino. Casi nada lo que aquí se gestó.
El Panteón Real
En San Isidoro se encuentra el Panteón Real de la Monarquía Leonesa y es el segundo mayor lugar de enterramiento regio después de El Escorial. El Panteón Real se encuentra a los pies de San Isidoro y en él reposan, entre otros, once monarcas, doce reinas, diez infantes, nueve condes y diversos nobles. La espectaculares pinturas románicas que cubren el panteón ha supuesto que se le denomine la capilla sixtina del arte románico aunque igual es más propio denominar a la capilla sixtina como la capilla Isidoriana del arte renacentista. San Isidoro no es un monumento de segunda división como la apatía de los leoneses parece confirmar.
Las pinturas están divididas en tres ciclos de: El Nacimiento de Cristo, la pasión de Cristo y la Glorificación. El bellísimo pantocrátor, o el calendario agrícola hacen de este lugar un sitio único y de fama mundial.
El Santo Grial o el cáliz de doña Urraca.
¿Dónde esconderías tu mayor tesoro? Muy fácil la respuesta: Dejándolo a la vista. Durante siglos los leoneses hemos admirado el maravilloso cáliz de doña Urraca, una pieza de magnífica orfebrería en la creencia que fue un regalo que esta Reina otorgó a la Basílica hasta que un reciente estudio de la erudita Margarita Torres establece que estamos ante el Santo Grial, o la copa que Jesús utilizó en la última cena. Un regalo del emir de Denia al Gran Rey de León Fernando I, Ferdinan al-Kabir, emir de Liyyun.
El cáliz como agradecimiento del sultán de El Cairo al emir de Denia, por la ayuda prestada durante una tremenda hambruna y este a su vez se la hace llegar al Rey de León para congraciarse con él ya que nuestro Reino era el más importante de Europa a mediados del siglo XI, ofreciéndoles como prueba de amistad la preciada reliquia.
Y ahora ese cáliz lo veo con otros ojos. Cuando la puerta se cerró para que pudiéramos fotografiarlo sin ser molestados, la sensación de estar ante un objeto único y sagrado es indescriptible. La carne de gallina es la prueba evidente de estar ante un objeto excepcional.
No sé si fue por los efectos del flash, de los halógenos o de nuestra sugestión, pero parece que el cáliz desprendía una luminosidad especial.
Es la gran joya de la Corona, de la corona leonesa.
Texto y fotografías: Martínezld.