El 28 de marzo de 2012 se inauguró una primera fase del Museo en los camarines superpuestos tras el retablo mayor, escalera del Duque y salas contiguas, tras recuperar íntegramente estos espacios, sus pinturas murales y pavimentos, y volver a colocar en su lugar todas las obras que para este espacio se hicieron.
Los camarines, cuya razón de ser era y es el culto a las reliquias de la Santa, son así la primera fase y nuclearán el nuevo Museo, siendo la bisagra esencial que unirá al templo con las nuevas salas que se proyectan inaugurar el año 2014.
Provisionalmente se accede al museo desde el presbiterio del templo.
Antecamarín bajo.
Tras la recepción, en el antecamarín bajo se exponen tres piezas del siglo XVII, un lienzo del XVII de la virgen de Belén en el que las dos figuras con coronas aun más barrocas que el marco, empotrado en el muro un relicario de san Fidel en el que la riqueza del marco y la urna reflejan la importancia que entonces tenían las reliquías, y un cristo de marfil, de destacada expresión y naturalismo.
Camarín bajo.
El camarín bajo se dispone tras el presbiterio, a modo de una capilla con un retablo barroco que duplica el cuerpo bajo del retablo mayor, a cuyos lados se abrían dos huecos para que las monjas pudiesen guardar y venerar las reliquias del brazo y el corazón de Santa Teresa, a las que desde el retablo mayor se accedía tras dos puertas (en uno de ellos se hizo luego el comulgatorio de las monjas). Al no poderse abrir huecos hacia la calle la iluminación se lograba por una amplia ventana que daba a la huerta conventual, dónde en 1896 comenzó la construcción de la basílica teresiana.
Al fondo, tras la reja, el camarín comunica directamente con el coro monástico. En urnas o vitrinas con marcos de un acusado barroquismo rematados con el escudo de la orden del Carmen hay una colección de figuras del Niño Jesús cubiertas con los vestidos que en muchas ocasiones se confeccionaban en los conventos. Su presencia aquí se inscribe dentro del entusiasmo que en los siglos XVII y XVIII, sobre todo en el primero, se tuvo por estas imágenes.
Los lienzos son del siglo XVIII, son san Juanito con el cordero, Buen Pastor niño con cordero, Virgen de las Angustias, Ecce Homo, y Ángel de la Guarda, todos con el mismo tipo de marco y de igual estilo que la urna de la Dolorosa de Mena.
Las pinturas sobre ágata, Martirio de san Esteban y Martirio de san Lorenzo son de finales del siglo XVII, de calidad, y cuentan con ricos marcos de madera y parte interior de metal grabado. Dos pequeñas pinturas del siglo XVII, Virgen con Niño en cobre y san Jerónimo en tabla, completan la colección de pinturas de este camarín.
En la parte alta de las paredes diversos lienzos en forma de luneto, copias de Murillo, representan la Anunciación, Visitación, Sagrada Familia, Adoración de los Pastores, Huída a Egipto, Presentación del Niño en el templo, Circuncisión y Adoración de los Reyes.
Al fondo del camarín, se ha instalado provisionalmente con su escaparate original una de las obras más valiosas del patrimonio artístico conventual, la Dolorosa que hacia 1675 hizo Pedro de Mena.
Es pieza de un moderado patetismo que manifiesta su carácter contemplativo, de busto largo, labrada en delgadísimas láminas que configuran los paños drapeados, con elementos añadidos en ojos, dientes, uñas y botones, de muy rica y ajustada policromía y enriquecida con el sudario de Cristo, corona, algunas espinas y tres clavos del Calvario expuestos en la peana. Cuadra perfectamente hablar en ella de un movimiento contenido, con las manos alzadas y la inclinación de la cabeza ligeramente contrapuestos, y con los paños calmadamente movidos.
Es evidente su autoría, y se suele considerar obra donada por el duque de Alba, pero bien pudiera ser una donación real teniendo en cuenta que entonces los reyes costeaban la llamada obra real, y que en 1673 donaron a las Descalzas Reales de Madrid otra Dolorosa, hermanada formalmente con la de Alba.
Escalera del duque y antecamarín alto.
En el descansillo de la recientemente recuperada escalera del Duque un gran lienzo con la canonización de Sta. Teresa del siglo XVII, recuerda un momento importante en la historia de la iglesia española, la canonización en 1622, en una espectacular ceremonia conjunta, de santa Teresa, san Isidro Labrador, san Francisco Javier y san Ignacio de Loyola, junto con el italiano san Felipe Neri.
El cuadro forma parte de una serie de obras conmemorativas de la quíntuple ceremonia (en la iglesia del Gesù de Roma se conservan dos de ellas). En él, curiosamente, todo el protagonismo cae en los impulsores de las canonizaciones: el papa Gregorio XV y especialmente su joven sobrino y arzobispo de Bolonia, Ludovico Ludovisi, que ocupa el centro de la composición.
En este lugar el lienzo sirve de preciso pórtico al camarín sepulcral recordando la canonización de nuestra Fundadora. Antes de acceder a él, dos tallas barrocas, una del carmelita san Alberto de Trápani (Sicilia) que es el primer santo de la orden, y al fondo la que probablemente fuese la primera imagen de santa Teresa, una pieza del siglo XVII, que ya se ajusta al modelo acuñado por Gregorio Fernández en el que lleva el hábito, la pluma y el libro.
Tras pasar el camarín alto, en dos salas situadas sobre el actual coro conventual, se expone lo mejor de la colección de pintura en cobre y en piedra del convento, valiosa tanto por su número y variedad, como por la excepcional calidad de algunas piezas que al realizarse sobre superficies no porosas, que no necesitaban complejas preparaciones (una fina capa de albayalde -blanco de plomo- y tierra de sombra al óleo, más tierra roja) y no absorbían los colores, lograban una pintura brillante y luminosa, de colores más saturados.
La pintura al óleo sobre láminas de cobre que se había comenzado a usar en la segunda mitad del siglo XVI en Italia, se generalizó en el siglo XVII especialmente en Holanda y los Países Bajos y las obras y la técnica alcanzaron gran difusión en España y luego en la América hispana.
El cobre y otras láminas metálicas tenían la ventaja frente al lienzo y la madera de ser más resistente a la humedad y no agrietarse, lo cual unido al menor tamaño facilitaba el transporte, evitando los deterioros, propiciando una mejor conservación. No fue menos importante en la difusión de esta técnica el que facilitó primero la comercialización y luego la difusión del arte. Sus dimensiones, menores que la mayor parte de los lienzos o tablas, hacen que sean obras muy adecuadas para la oración y el recogimiento en los conventos de clausura (también en las casas de la nobleza) y propició el que fueran piezas codiciadas por los coleccionistas.
Su superficie más lisa permitía pintar con más precisión, con sumo detalle, a veces casi como miniaturistas, y facilitaba la captación del volumen, por lo que resultaba muy adecuado para representar escenas religiosas y figuras de devoción que podían ser vistas de cerca, detenida y privadamente por los espectadores, por los fieles. Los temas eran tomados del Viejo y Nuevo Testamento, o del santoral, y se presentaban en escenas aisladas o en series.
La piedra como soporte tenía prácticamente las mismas cualidades técnicas que el cobre, y necesitaba de una preparación similar, únicamente su mayor peso dificultaba el transporte y el comercio. En los raros casos en que se empleaba el mármol y el ágata, el dibujo de la piedra se incorporaba en la composición. No debió ser ajeno el gusto por las piedras duras el gran aprecio del que gozaron las piedras pintadas en la edad moderna.
En la primera sala se exponen en primer lugar dos obras de calidad, la primera más tardía que la segunda, aunque ambas de raigambre italiana: Anunciación. Marco con aplicaciones metálicas. Fines siglo XVII y La presentación del niño en el templo. Roma 1644-1655. Marco en plata relevada. El cobre con marco de plata tiene la paloma del Papa Inocencio X Pamphili, por lo que debió ser un regalo suyo, seguramente al duque de Alba. Frente a ellos hay una colección de ocho cobres de devoción del XVIII, con marco de madera y apliques de metal y piedras. En la hornacina se expone un busto de Ecce Homo en pasta policromada del siglo XVII.
En el espacio de acceso a la siguiente sala hay un pequeño óleo sobre ágata de la Virgen con el Niño, del siglo XVI, conocida como la Virgen de Cracovia, que utiliza las vetas del agata para dar profundidad a las figuras.
Se exponen en la segunda sala una serie de cobres de mediados del siglo XVII, con unas dimensiones mayores de los empleados para las figuras de devoción, cuyos temas son: Circuncisión, Huida a Egipto, Paisaje con la Sagrada Familia, Las dos Trinidades, un paisaje con la Virgen y el Niño, San Juanito, Santa Isabel y un Ángel, otro con Cristo y la Samaritana, Cena en casa del fariseo, Magdalena penitente, San Sebastián curado por los ángeles y transverberación de Santa Teresa.
Estas láminas de cobre de igual tamaño, aunque no forman parte del mismo ciclo, seguramente debieron formar parte de un único encargo o regalo. Son escenas en las que prima el detalle de los elementos. En todas aparece el anagrama A W in F que podría corresponder al pintor Abraham Willemsem (Amberes 1610-1672).
Camarín alto.
El camarín alto, situado tras el cuerpo alto del retablo mayor, se dispone al modo de las capillas camarines de las iglesias barrocas que servían para facilitar el culto y el aderezo de las imágenes, normalmente vírgenes. Esta pieza, desde la que la comunidad puede acercarse al sepulcro de la Santa, se ilumina como si fuese un transparente, con la luz entrando matinalmente sobre el sepulcro que queda entre dos rejas, entre el templo y el camarín. Sobre la reja hay un escudo ducal de la casa de Alba, el único del convento.
Fue adornado con frescos de un último barroco, que cubren todo con motivos vegetales en los que se entremezclan los anagramas de Jesús, María, José y Teresa; símbolos teresianos como el corazón y el dardo, su atril, la pluma,… Sus pinturas, óleos sobre lienzo, hacen referencia a la vida de la Santa y son de pintores del último tercio del siglo XVII que trabajaban en la zona de Valladolid y Salamanca como Diego Díez Ferreras, Lorenzo Aguilar o Simón Petti.
Es pintura correcta, con más interés iconográfico que artístico, representando a Santa Teresa en varias de sus visiones descritas por ella misma en sus obras como la aparición del Resucitado; la imposición del collar y el manto por parte de la Virgen y San José; la entrega que le hace Cristo del clavo, significando su matrimonio místico y la transverberación. En otro de los lienzos aparece con San Agustín, a cuyo libro de las “Confesiones” fue tan aficionada.
Los dos lienzos en forma de luneto son réplicas de los que se encuentran en la sacristía, pero sin las inscripciones de aquellos. Uno de ellos muestra en escenas consecutivas acontecimientos de la Vida de la Santa, con claras referencias a los grabados de Adrián Collaert y Cornellius Galle de 1613. El otro representa la muerte de la Santa, obra que firma y fecha en 1687 Juan Simón Gutiérrez, pintor sevillano con ciertas connotaciones murillescas.
Los dos pequeños lienzos sobre los escritorios muestran al profeta Elías, inspirador del Carmelo, y a Juan Bautista, el mayor de los profetas del Antiguo Testamento, según Jesús, habitando en el desierto como el lugar donde Dios se manifiesta y desde donde Él les envía a su pueblo para hablarles en su nombre, temas que los carmelitas relacionan con la vida contemplativa.
Singulares son dos escritorios con bellísimos cristales pintados con alegorías de las artes y las ciencias. En la esquina inferior izquierda de cada uno de estos cristales aparece el anagrama VBL que pudieran corresponder a Vittore Billa. Las mesas, también cuentan con cristales pintados incrustados, que recogen los perfiles de los distintos virreyes españoles de Nápoles. Pudiera ser un regalo de dicha ciudad al V duque de Alba, virrey entre 1622 y 1629.
Las tallas de la Virgen niña vestida de Carmelita en brazos de Santa Ana y la de Santiago apóstol, del siglo XVII, son testimonio de la devoción del Carmelo a los santos que tratan más de cerca a Jesús.
Guarda el convento una amplia colección de lámparas votivas de plata, de las que una de las más llamativas es la que ocupa el centro del camarín, con inscripción que dice DIO ESTA LÁMPARA LA EXCELENTÍSIMA SEÑORA DOÑA GUIOMAR DE SILVA, DUQUESA DE ALBA, Y LA DOTÓ PARA SIEMPRE PARA ALUMBRAR EL CUERPO DE SANTA TERESA. AÑO DE 1677.
Sepulcro de Santa Teresa.
El sepulcro de Santa Teresa, en esta casa que ella fundó y en la que muere el 4 de octubre de 1582, es centro de la iglesia y de esta capilla camarín y ocupa el eje luminoso marcado por la ventana del transparente, y la hornacina, a ambos lados del sepulcro se encuentran las reliquias del brazo y el corazón de Santa Teresa, antes situadas en la sala Teresa de Jesús.
El cuerpo de la Santa, tras tener varias ubicaciones en la antigua capilla mayor, pasó con su urna de piedra alabastrina en 1677 al nuevo retablo de la nueva capilla mayor. En 1760, tras quitar aquella urna (hoy está tras una reja sobre el emplazamiento del primer sepulcro de santa Teresa, frente al sepulcro del matrimonio fundador), y tras modificar el arco recubriéndole de mármoles, se procede a cambiar aquella urna por una nueva de mármol negro jaspeado «de San Pablo (de los Montes de Toledo) con sus adornos de bronce dorados, de oro molido, que se halla embutida en un arco del mismo mármol en dicho altar con toda magnificencia y dos ángeles en la superficie de dicha urna de la misma materia».
Fue donada por los reyes Fernando VI y Bárbara de Braganza, y es obra de Jacques Marquet («J. Marquet delineavit, anno 1759, et invenit», dice una inscripción en la tapa lateral de bronce). Dentro de ella, en una caja «de plata, ricamente adornada de realce de la misma materia, forrada toda por dentro en terciopelo carmesí» hecha en Orleáns, yace su cuerpo.
El sepulcro quedó entre dos rejas, una de plata hacia la iglesia y otra de hierro hacia el camarín, adornada con el corazón transverberado de la Santa, y en ese emplazamiento sigue en este nuevo Museo, siendo una pieza de gran valor artístico que es el centro de la iglesia y del retablo, que puede venerarse y admirarse desde el camarín alto del museo, pero que no es una pieza de ese Museo.
Nuevas salas.
El día 16 de junio de 2014, las Carmelitas de Alba han abierto las nuevas salas del Museo Carmelitano TERESA DE JESÚS EN ALBA
Algunos datos del nuevo Museo son:
● El Museo pasa de 170 metros cuadrados a 900 metros, más los cuatrocientos de la iglesia
● El nuevo museo incorpora la iglesia, los dos camarines y la escalera del duque, más siete salas
● Se exponen pintura, escultura, muebles, estandartes, cerámica, orfebrería, ornamentos litúrgicos, ….. Unas quinientas piezas de calidad
● El museo está dotado de audiovisual de entrada, servicio de audioguías en siete idiomas, wifi, ….. Tienda de recuerdos
Horario:
Mañanas:11:00 h a 13:00 h
Tardes: 16:00 h a 18:00 h
Precio por persona: 3 €
Grupos de 10 o más: 2 €
niños gratis hasta 6 años
Incluye audioguía, Museo, Iglesia y Sala de Santa Teresa. El Museo incluye salas de pintura, escultura, ornamentos, estandartes, orfebrería, cerámica y ajuar conventual. Más camarines sepulcrales, iglesia y Sala de Santa Teresa con la celda de su muerte.
Plaza de Santa Teresa, 6-8
Teléfono: 923 30 02 11
www.carmelitasalba.org
Fuente y más info: http://www.villaalbadetormes.com
Fotografías: https://es-es.facebook.com/pages/Santa-Teresa-de-Jes%C3%BAs-Viva-en-Alba-de-Tormes/367590426588224