Parecían haber terminado las luchas fratricidas, fundamentalmente, entre los descendientes de Ramiro II y Alfonso IV y concluiría la pesadilla de los ataques destructivos de Almanzor
En septiembre del año 999, seguramente en medio de los denominados “terrores del año 1000”, dado que las gentes interpretaron una serie de signos como la manifestación palpable del fin mundo, fallecía el rey de León Bermudo II el Gotoso, que apenas había permanecido en el trono unos 14 años.
Parecían, sin embargo, haber terminado las luchas fratricidas, fundamentalmente, entre los descendientes de Ramiro II y Alfonso IV.
En breve, también (3 años más tarde) concluiría la pesadilla de los ataques destructivos de aquel personaje que continúa en la historia de la época, a través de los cantares de gesta e incluso en las canciones infantiles de hace no tanto tiempo: Almanzor (Abu Amir Muhammad ben Abi Amir al-Maafirí, llamado al-Mansūr, “el Victorioso”, militar y político de la época del califa Hishan II, el azote de Dios y la ruina de los cristianos del norte).
Bermudo II, hijo de Ordoño III, había desalojado del trono, en el año 982, a su pariente Ramiro III y, tras la muerte de este, en 985, quedaba como único soberano del reino. Sin embargo, y como apuntamos, sus años de reinado fueron tan escaso que, a su muerte, quien debía sucederle apenas contaba 5 años de edad.
Su hijo Alfonso era fruto de un segundo matrimonio del rey con Elvira García, hija del conde castellano García Fernández, puesto que había repudiado a su primera esposa, Velasquita (para algunos, hija de Ramiro II, aunque, para la mayoría, hija de otro Ramiro, en este caso, descendiente del conde gallego Hermenegildo González y Adosinda Gutiérrez).
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Lo cierto es que la habilidad de la reina Elvira hizo que el niño Alfonso no tuviera grandes problemas para ser elevado al trono, con apenas cinco años. De otro lado, gracias a la protección de los nobles, especialmente gallegos, se hizo con la regencia hasta tanto el rey no alcanzara la mayoría de edad; el futuro rey, a pesar de las apetencias de su tío, Sancho García, será encomendado a la protección del conde Menendo González, con cuya hija se casará Alfonso más tarde. A señalar también que este conde apoyó, sin reservas a su hija en los momentos más duros de la regencia aludida.
El hecho de que los infantes de León se educaran en Galicia será una constante en muchos momentos del Reino. Era una forma de mantenerlos a salvo de los posibles ataques a la corte y, al mismo tiempo, alejarlos de las intrigas palaciegas.
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Así pues, un niño de cinco años, contando con el valor de una reina de León (algo que se repetirá en muchas ocasiones en el futuro, demostrando a las claras el aserto de que el Reino de León fue un “señorío de mujeres”), será capaz de inaugurar una nueva era de paz y de ampliación de los límites del Reino; pero no solo eso. En el correr de los años, Alfonso será el que dotará a los leoneses de una serie de libertades y de garantías legales que se constituirán en el modelo de muchas otras que surgirán en los diferentes lugares del reino y de los reinos establecidos en el Norte de la Península: el Fuero de León de 1017, completado en 1020.
No se trata, sin embargo, no es nuestra intención ni es nuestra costumbre, de relatar la vida de este soberano que terminará sus días en el sitio de Viseu (condado de Portuscale) el 7 de agosto de 1028, a la edad, pues de 33 años, cuando la esperanza había renacido en el corazón de los leoneses. Un reinado de 28 años que no era común, en absoluto. Solo Ramiro II había rozado esa cifra con 20 años en el trono. Cierto es que apenas se acercaba a la permanencia de Alfonso III el Magno, en el poder, que había reinado 44 años. Pero eso quedaba ya tan lejos…
A la muerte de este gran rey que pasaría a la historia como Alfonso el Noble o el de los Buenos Fueros, la situación volverá a repetirse en su hijo y heredero Vermudo III (o Bermudo III).
Y aquí puede el lector encontrar, en cierto modo, el motivo o justificación de esta nueva aproximación a nuestra historia. Dado que nadie aún ha sido capaz la precisar con rigor la fecha del nacimiento del rey Vermudo, y puesto que se habla, solamente, que habría nacido entre el 26 de enero y el 7 de agosto de 1017, bien podemos colegir que no es descartable la misma entre los finales del mes de febrero y los comienzos del mes de marzo. Entendiendo, claro está, que no se trata más que de un ajuste del calendario a nuestros particulares intereses… Pedimos disculpas por ello.
De cualquier modo, año glorioso para la historia del Reino de León… y más, aunque no quiera reconocerse, puesto que se trata del mismo en el que fue promulgado el Fuero del Reino.
Pero vayamos a los hechos. Los primeros años de este príncipe discurrirían, sin duda, en el palacio real, en compañía de su hermana Sancha, un año menor que él, con algunas incursiones temporales a las tierras gallegas de nacencia de su madre, Elvira Menéndez, en la casa familiar de su abuelo, el conde Menendo González y su abuela la condesa Toda o Tota. Esta situación placentera terminará abruptamente el 2 de diciembre de 1022 con el fallecimiento de su madre que sería enterrada en el Panteón de reyes de San Isidoro. El niño tenía solo 5 años, los mismos, entonces, que su padre Alfonso, en su llegada al trono. El destino, a veces, es tan cruel que hasta parece buscar, y hasta encontrar, coincidencias tan horribles como la que comentamos.
No habían terminado aún los problemas para el joven Vermudo. El 2 de diciembre del mismo año 1022, su padre contraerá nuevo matrimonio, en este caso, con Urraca Garcés, hija de García Sánchez II de Pamplona, hermana, por lo tanto, de Sancho el Mayor, lo que, en un inmediato futuro, traería nefastas consecuencias para el joven Vermudo y para el Reino.
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Pero el destino no había dicho la última palabra, y el niño se iba a enfrentar a una nueva prueba: la muerte de su padre el 7 de agosto de 1028, inspeccionando las murallas de Viseu, en su intención de conquistarla y, al parecer, por no haber seguido los consejos de su guardia, ya que el rey no estaba protegido por una cota de malla. Un ballestero se encargó de lanzar, hábilmente, la flecha que buscaba cobrarse su vida. El futuro rey tenía 11 años y ni siquiera, como en el caso de su padre, una madre que le apoyara.
Tenemos constancia documental de su primera actuación pública, el 15 de noviembre del mismo año de su llegada al trono. Consiste en una donación a la Iglesia de Santiago y a su obispo Vistruario, su padrino.
Este año estaría cargado de acontecimientos. Su hermana, Sancha, con apenas 10 años, es prometida al conde castellano García Sánchez, sucesor de Sancho García, cuando era también un niño. De hecho, el romance que ha perpetuado su nombre y los hechos en los que se vio envuelto recibe el nombre de “Romanz del Infant García”.
Aunque nos ocuparemos, más pormenorizadamente, de este acontecimiento, diremos, simplemente, que, en mayo del año siguiente, el joven García será asesinado en León, incluso en presencia de su novia Sancha. La herencia del Condado de Castilla precipitará los acontecimientos y las consecuencias van a ser de la mayor transcendencia.
El rey Vermudo tiene, incluso, que abandonar la corte y refugiarse con sus familiares en Galicia, mientras Sancho el Mayor se enseñorea de León; algunos historiadores, por ello, le consideran también rey de León y aseguran que incluso fue coronado. Los apoyos los tenía en la misma corte leonesa puesto que su hermana, la reina viuda Urraca, sin ningún tipo de disimulo ni pudor, intrigaba en contra de Vermudo y a favor de la causa navarra.
Tras la muerte del infant García y el matrimonio de Sancha, concertado con Fernando, el hijo de Sancho, el joven Vermudo, parece recuperar su trono (especialmente porque los condes castellanos se han pasado a su causa y en contra de la influencia del Reino de Pamplona en León), y con él la estabilidad en sus tierras. Pero el destino no había jugado su última baza.
- Textos: Hermenegildo López
- Fotografías: Martínezld