Vuelven, ahora mes a mes, los artículos del profesor Hermenegildo López en la cuarta temporada de «Érase una vez un Reino». En este capítulo… «La corona venía siendo motivo de disputas desde el fallecimiento del gran rey Alfonso III el Magno».
.
A principio del año 926, en el Reino de León, se ponía fin a una de las batallas por el poder (una de muchas) que se desarrollarían en el seno de la familia real a lo largo de los siglos. Claro que tampoco era la primera vez; y más aún si añadimos la experiencia de los años transcurridos en la Asturia transmontana. Determinados personajes ni tan siquiera son capaces de asimilar aquello de que la historia se repite… en circunstancias semejantes, cierto es. ¡Ya quisiera el viejo Ambrosino que su pronóstico se hubiera cumplido con alguna celeridad para que su pupilo, Rómulo Augústulo, hubiera podido alcanzar a ver el resurgir de la imperial Roma… ¿Tendremos que esperar otro tanto por aquestos lares?
La corona venía siendo motivo de disputas desde el fallecimiento del gran rey Alfonso III el Magno; él mismo había sufrido ya la rebelión de sus propios hijos, lo que le había llevado a ser confinado en el castillo de Gauzón, la fortaleza más emblemática de los reyes astures a lo largo de los siglos VIII y IX, localizada en un promontorio natural que lleva por nombre Peñón de Raíces y edificada sobre construcciones anteriores, muy probablemente de los siglos VI y VII. Suele ocurrir; lo mismo que para los lugares de culto, y ejemplos tenemos sin abandonar nuestros límites leoneses.
Los hijos de Alfonso habían llegado, a la muerte del padre, ocurrida en Zamora el 20 de diciembre de 910, al acuerdo definitivo de repartirse el Reino que se había extendido, quizá, más de lo que cabía esperar, a lo largo de aquellos dos siglos de existencia. La partición se había hecho de la siguiente forma: el mayor, García, reinaría en León, la ciudad que estaba destinada y hasta preparada para hacerse con las riendas del poder, puesto que su padre había trasladado ya al antiguo campamento de la Legio VII algunos de los órganos de gobierno del Reino, como el Tribunal de Justicia; Ordoño se desplazaba a la zona más occidental, a Galicia, donde ya el propio Alfonso el Magno había ejercido como gobernador delegado de su padre, Ordoño I, durante el reinado de este; Fruela permanecería en Asturias y ambos serían considerados reyes, pero subordinados al hermano mayor, al rey de León.
La Parca no entiende ni de personas ni de proyectos ni de circunstancias, y así, García, fallecería cuatro escasos años más tarde sin haber, prácticamente, podido demostrar sus capacidades para ejercer el gobierno. Siempre ha sido considerado como un “príncipe voluntarioso, esforzado y valiente” (Santos de la Mota) que tuvo que intentar parecerse a su padre y ello en la zona de mayor dificultad, la leonesa, más cercana a la frontera con los musulmanes, y hasta más expuesta a las correrías de los enemigos, puesto que no contaba con las defensas naturales de los territorios atribuidos a sus otros dos hermanos. Sus esfuerzos conquistadores no fueron pequeños (en sus expediciones llegó hasta Toledo y Talavera) mas le fue negado el tiempo para consolidar aquello que emprendió; por esta razón, algunos entienden que fue, precisamente, su hermano Ordoño el que debe ser considerado como la persona que, verdaderamente, consolidó el Reino de León.
La tradición que se arrastraba desde los tiempos de los visigodos encontró una cierta forma de puesta al día, y de ese modo, faltos de heredero del fallecido rey, los nobles eligieron a su hermano Ordoño que ya había demostrado, desde Galicia, unas innegables dotes para liderar los nuevos tiempos. Así, desde ese enero de 914 lo encontramos en el trono de León, un reino que está casi por hacer, pero que se asienta definitivamente con el segundo de los Ordoños, a lo largo de sus escasos 10 años de reinado. Pocos también para dejar mayor impronta y una sucesión ordenada.
Y esto es el fundamento de nuestra reflexión de hoy. De su matrimonio con Elvira Menéndez tuvo varios hijos: Sancho, Alfonso, Ramiro, García y Jimena Ordóñez.
A la muerte del padre, los hijos de Ordoño, como ocurriera en el caso de su abuelo Alfonso III, intentan repartirse el Reino, manteniendo, en cierto modo, las clausulas que habían regido para su padre y sus tíos; sin embargo, existía un problema. Detrás de la Cordillera, seguía gobernando su tío Fruela que entendía tener derecho al trono de León, fallecidos sus hermanos, como había ocurrido en el caso de Ordoño II.
Poco se puede argumentar sobre este Fruela II, a quien la historia ha apellidado el Leproso, que solo permaneció un año y dos meses en el trono de León, obviamente con la oposición de sus sobrinos, los hijos de Ordoño II; mas la guerra civil, larvada hasta su muerte, se desató a partir de ese momento. Sí podemos recordar que, a lo largo de su reinado de 14 años en Asturias, sin embargo, había dejado buen recuerdo, y testimonios quedan aún de su presencia en el solio regio, como la Caja de las Ágatas, arqueta-relicario donada por el rey y su esposa Nunilo Jimena a la catedral de San Salvador de Oviedo, que es considerada como una de las obras maestras de la orfebrería asturiana de la época, comparable a la Cruz de los Ángeles, la Cruz de la Victoria o la arqueta de San Genadio.
Fallecido Fruela II, caben aún nuevas complicaciones pues hasta había otros descendientes de Alfonso III que, aunque no figuraron en la nómina de los que heredaron a su padre en el reparto de los tres reinos, tenían el mismo derecho que sus hermanos. De un lado nos aparece un cuarto hermano, Gonzalo Alfónsez que había sido arcediano de la catedral de Oviedo y que, como tal, había confirmado varios privilegios y donaciones tanto de su padre como de sus hermanos. Sin embargo, este hombre no era ya un estorbo para nadie pues había fallecido cinco años antes que su hermano Fruela.
.
Quedaba, sin embargo, un último hermano: Ramiro, de cuya existencia apenas tenemos referencias ciertas. Para algunos, habría heredado a su hermano Fruela en el gobierno de Asturias y hasta algunos historiadores le atribuyen un matrimonio con la viuda de este, lo que está lejos de haber sido demostrado fehacientemente. Solo sabemos que falleció en marzo del año 929 y que, seguramente, falto de apoyos, ni siquiera intentó entrar en la disputa de la herencia paterna.
Llegados a este punto, en el campo de batalla se enfrentarán, de manera definitiva, los hijos de Fruela II que pretendían, al fallecimiento de este, heredar a su padre, algo en lo que no estaban dispuestos a ceder los hijos de Ordoño II.
Fruela había dejado varios descendientes. De su primera mujer, la arriba citada Nunilo Jimena (aunque haya aún ciertas didas al respecto, incluso sobre la existencia de esta dama), había nacido un hijo a quien llamaron Alfonso, como su abuelo. Pasará a la historia como Alfonso Froilaz y, a pesar de haber ocupado, muy brevemente, eso sí, el trono leonés (entre agosto del 925 y enero del año siguiente), no tendrá, ni tan siquiera, derecho a un ordinal; sin embargo, será denominado por algunos historiadores el Jorobado.
Es ciertamente sintomático que tanto el padre como el hijo hayan recibido estos apelativos tan despectivos: el Leproso y el Jorobado. Puede que ello se deba, especialmente en el caso de Alfonso Froilaz, no tanto a una tara física sino a la traslación que intentan resaltar los cronistas medievales de su supuesta maldad al haberse opuesto a quienes, a la postre, terminarían detentando el poder. El relato, una vez más, a gusto del que gobierna…
Y así podemos entenderlo en una breve cita que extraemos de la Primera Crónica General, referida a su padre: “(…) ca los malos non quiere Dios que lleguen a la meatat de sos dias… Et porque este rey don Fruela fizo todo esto, que non cato a Dios, visco muy poco en el regno…”
De su segunda mujer, Urraca, de la familia de los Banu Qasi de Tudela, tuvo, al menos, dos hijos varones, Ramiro y Ordoño Froilaz, además de una fémina llamada como su madre, Urraca.
Es ciertamente interesante el debate que podría establecerse sobre la legitimidad de Alfonso Froilaz a la hora de reivindicar el Reino, algo que, por el contrario, no parece darse, y por lo mismo nadie cuestiona, para los hijos de Ordoño II. En este caso, como en tantos otros, será la fuerza de los apoyos con los que contaban unos pretendientes y otros a la hora de hacer inclinar la balanza.
Los hijos de Ordoño acumulaban muchísimos más partidarios y habían tejido una red de intereses que iban desde las grandes familias de Galicia hasta la casa real de Pamplona. Así nos lo demuestra el hecho de que el propio Ordoño II había contraído matrimonio, ya en el año 923, con la hija del Rey Sancho Garcés I, Sancha de Pamplona, y a este enlace seguirían otros dos, los de sus hijos Alfonso y Ramiro también con sendas infantas pamplonesas.
En esta tesitura, a Alfonso Froilaz no le quedó más alternativa que refugiarse en Asturias donde era apoyado por la mayoría de los partidarios de su padre.
Así, los hijos de Ordoño II se repartirán sin problemas el botín: el mayor, Sancho, se quedará en Galicia, donde, como su padre, será considerado rey, habiendo sido incluso ungido por el obispo Hermenegildo, mas, insistimos, siempre subordinado al rey de León, nombramiento que recaerá en el segundogénito, Alfonso el cual contaba con el apoyo de quien, en lo inmediato, sería su suegro, Sancho Garcés I de Pamplona; su llegada al trono se produce el 12 de febrero del año citado más arriba. El pequeño, Ramiro, se dirigirá hacia la zona del Portucale, entre el río Miño y el Mondego y fijará, en un principio, la capital en Viseu.
El mar de los rencores parecía, definitivamente, aquietarse, pero no permanecería en esa situación de calma por mucho tiempo. En efecto, tras la muerte de Onneca, la mujer de Alfonso IV y los vaivenes de este a la hora de abandonar o no el trono para encerrarse en el monasterio de los Santos Facundo y Primitivo (Sahagún), Ramiro, ya rey de León, tomará, para con los perdedores, la decisión más dolorosa; pero eso ya es otra historia…
- Textos: Hermenegido López González
- Fotografías: Martínezld