¿Qué podríamos decir de la tan celebrada “Jura de Santa Gadea”, hoy, en opinión de prácticamente todos los historiadores, una absoluta patraña?
Hoy toca, como nos ocurre a veces, llevar a cabo una reflexión atemporal que venga, en alguna medida, incluso a completar nuestra visión general sobre el Reino y su devenir, a lo largo de los siglos.
Es curioso que, a día de hoy, aún tengamos que andar sacudiendo las andrajosas mantas ( y mantras, que hoy dicen “el relato”) que vienen ocultando lo que nuestros antepasados lograron, las novedosas rutas que trazaron y hasta las puertas que fueron capaces de abrir para la historia del mundo. En artículos anteriores reflexionábamos sobre la ocultación de lo leonés; esa especie de damnatio memoriae a la que la historia oficial nos ha condenado sin causa alguna… al menos que conozcamos. ¿Sería quizá que el resto de la sociedad no estaba, en aquellos momentos, preparada para los grandes cambios que se habían formulado, precisamente, en y desde la sociedad leonesa? ¡Cuánto pesa, incluso a veces, cuánto duele, la conquista de la libertad! Si, en el caso de los individuos, la apuesta es su propia vida, otro tanto parece haber acontecido en lo referido al Reino de León. Alguien se atrevería a decir que entregó su vida en aras de un bien superior… la precuela, por así decir, de aquellas “razones de Estado” inventadas por un paramés de triste e inolvidable memoria, hasta que acabemos con su hazaña.
Pero no pretendíamos hablar de algo que ha sido ya comentado en multitud de artículos: la supuesta (que no real) desaparición del Reino de León, sino de cómo algunos han conseguido montar su mentira, engrandecer unos hechos que no dejan de ser unas bonitas leyendas bien urdidas, pero que han prevalecido sobre la verdadera historia. El marketing histórico bien explotado, en muchas ocasiones, en aras de un objetico político, social y económico.
Pero vayamos a los hechos. Con fecha de ayer mismo, llegó a mi correo un breve que trascribo por entero y que decía: El mítico primer señor de Bizkaia, Jaun Zuría, al frente de los vizcaínos, derroto al ejército de leoneses en la batalla de Padura. Durante la retirada, los leoneses fueron perseguidos hasta un lugar llamado Luyando, donde había un roble. En ese punto, y viendo a Ordoño II el Malo sin aliento, Jaun Zuría, le dejó marchar a condición de no volver, y clavando en el árbol su espada, dijo que allí debía cesar la persecución. Desde entonces, aquel árbol se llama Malato o enfermo por los golpes y heridas que recibió.
En la actualidad, y en memoria del Arbol Malato, se encuentra en el lugar una cruz mandada erigir por las Juntas Generales en 1730.
La verdad es que poco me importa ese buen señor Zuría; por lo que constato, casi tanto como al autor de esa información y otras que, sobre el particular, pueden comprobarse a poco que se utilice cualquier buscador de internet; pero tratemos de desfacer el entuerto. Por más que lo intentemos, ya no lo conseguiremos. La leyenda o el mito están tan asentados en el imaginario popular de Vizcaya que vayan ustedes a convencerles de verdades tales como:
1: Al parecer, el señor Zuría falleció en el año 909 y Ordoño II accedió al trono en 914. En la fecha de referencia, todavía era rey del Asturorum Regnum Alfonso III el Magno. En el año 910, fallecido Alfonso III, y se hace coronar en León su hijo mayor García I que será sucedido 4 años más tarde por su hermano Ordoño II, a la sazón rey de Galicia, subordinado a su hermano mayor.
2: Ya hemos aludido a Ordoño II a quien denominan el Malo. Por añadidura, en ninguna “historia seria” encontraremos un apelativo semejante aplicado al gran Ordoño, azote de los musulmanes durante sus 10 años de reinado y cuya protección habían venido a buscar, precisamente, a León los reyes de Pamplona, ante la amenaza de un supuesto o real ataque de los enemigos del Sur.
3: El citado apelativo será impuesto, mucho más tarde, sin embargo, a Ordoño IV, hijo de Alfonso IV el Monje, hijo, justamente, de Ordoño II y que había contraído matrimonio, como su padre y su hermano Ramiro, con una infanta de Pamplona.
4: Habla de una derrota de los leoneses y no cabe una afirmación semejante en los años en los que se habría producido la misma. De lo que es fácil inferir que todo es una patraña urdida por alguien con intereses más bien bastardos.
En resumen; la confusión de quien, con buena o mala fe, redactó el escrito, es palmaria; pero, volvemos a insistir. ¿Quién convence a los que han hecho un mito de este falso relato, tanto del supuesto Ordoño, para más señas el Malo, y de la inexistente batalla de Padura o Arrigorriaga, si este relato se encuentra en los orígenes del señorío de Vizcaya?
Una derrota de los leoneses, claro está, vendría a engrandecer el hecho, dado que el Reino de León, en la época en la que pudo trabarse este mito, sería el más importante de la Península. Mucho perro para tan poco hueso… que dirían en nuestros pueblos.
Pero ahora la sorpresa final con respecto a la propia cita. Se trata de un panel informativo que se encuentra en la Casa de Juntas de Guernica, donde jura el lehendakari y dentro del edificio oficial de la casa del pueblo. ¡Cómo es posible!
Y, sin pretender ser desconsiderado con nadie, ya podían, el menos, corregir tamaños errores históricos y, con ello, respetar la historia de los demás; pero ¿creen ustedes que alguien, con una cierta representatividad de los leoneses se atreverá por lo menos a demandarlo? Ni siquiera esta opción nos queda, por lo que algunos tendremos que seguir, como guerrilleros cazurros y solitarios intentando reclamar aquello que es más que de justicia; simplemente por respeto a la verdad y para que quien comete tales tropelías hasta deje de hacer el ridículo…¡Cuántas veces hemos invocado algunos (David Díez Llamas, señaladamente) la creación de una oficina, en el seno de la Diputación Provincial, faltos de otro nivel de representación, para que se denunciaran estos hechos de manera oficial!
Mas, otro tanto podríamos razonar sobre muchos de los mitos que, sustancialmente, en detrimento del Reino de León, han tomado cuerpo a lo largo de la historia, especialmente difundidos a través de los cantares de gesta (la mayor parte anti leoneses), la General Estoria de Alfonso X o la Enciclopedia de Álvarez.
Los unos y los otros hasta podrían tener alguna coartada, alguna justificación, por torpeza, por ignorancia, por falta de información o por reducciones tendenciosas. Pero que muchos de estos mitos hayan sido divulgados por los escritores de la generación del 98 que trascendieron a Castilla como el “alma de España”… La verdad; con toda la humildad del mundo y con todo el respeto para tan insignes figuras, esto ya no tiene un pase.
Añadamos a lo dicho las opiniones del, por otro lado, importantísimo filólogo, pero para más escarnio de origen asturiano, Menéndez Pidal. En muchas de sus obras, mantiene e incluso podríamos afirmar, encabeza la tesis general de la generación aludida; señaladamente en La España del Cid en la que hace un héroe de alguien que, sin su propio autobombo a través del Poema (que, según recientes estudios, ni siquiera habría sido compuesto por Per Abat, sino por un musulmán de nombre Abu l-Walid al Waqqashi), sería, dependiendo del cronista, un simple mercenario, soldado a sueldo o, como mucho, un caballero que buscaba hacer fortuna luchando por su cuenta, aunque, por lo constatado, siempre con el permiso de su señor Alfonso VI.
Pues en la opinión general, asentada por siglos, Rodrigo Díaz de Vivar es el héroe y el antihéroe es, precisamente, Alfonso, el conquistador de Toledo. El cine y la famosa película de 1961, dirigida por Anthony Mann, en algo han contribuido también.
Mas ¿qué podríamos decir, entonces, de la tan celebrada “Jura de Santa Gadea”, hoy, en opinión de prácticamente todos los historiadores, una absoluta patraña? O ¿dónde queda el mito de los comuneros “de Castilla” (flagrante mentira puesto que los hubo en otros muchos territorios) que, si nos atenemos a opiniones tan juiciosas como la del historiador Fernando García de Cortázar (Los mitos de la Historia de España), no eran más que “auténticos movimientos reaccionarios que buscaban la defensa de privilegios medievales frente al centralismo y modernidad de la monarquía hispánica”? Otro mito más, asentado, según pretenden algunos, en el nacimiento de una realidad tan histriónica como la comunidad autónoma de León y Castilla…
Y, para no abundar demasiado en lo ya conocido ysin salir de nuestro entorno más inmediato ¿cuántos años constó la “redención” del antaño paradigma de traidores, Vellido Dolfos, y cuántos conocen la verdadera historia del Cerco de Zamora? Parecería que, ni siquiera a los zamoranos interesara lavar la imagen que la leyenda les había atribuido y hasta tuviera mejor “venta”, para los intereses comerciales y turísticos, seguir manteniendo esta patraña inventada, sin lugar a dudas, por un trovador castellano…
¿Y qué decir del hecho, para algunos el más glorioso de la historia del Reino de León cual es la convocatoria a Cortes del joven Alfonso IX, en 1188, que cambió las relaciones de poder en una sociedad medieval en la que la mayor parte de las personas no tenían voz? ¿Cuánto tiempo, cuánto esfuerzo, cuántos documentos aportados, cuánta información recabada y cuántos apoyos fueron necesarios para que la UNESCO nos reconociera lo que por derecho nos correspondía? Sin embargo, erre que erre; la mayoría de la gente, incluso hasta presidentes del Gobierno o de los gobiernines peninsulares lo ignoran o lo tergiversan. Parecería más importante seguir defendiendo a Inglaterra como el origen del parlamentarismo, seguramente porque da más lustre al invento… ¡Paletos!
Pero nos quedan más ejemplos que, en algún momento, traeremos a la consideración de quienes nos siguen y desean asentar sus conocimientos sobre el Reino de León en su gloriosa historia más que en mitos y leyendas que, en la mayor parte de las ocasiones, no hacen sino falsear, ocultar y hasta minusvalorar unos hechos que debieron ser acometidos por hombres y mujeres como nosotros, pero, sin duda, con más valor y mayor implicación en la defensa de los suyo, de su tierra, de sus raíces y de sus costumbres.
- Textos: Hermenegildo López
- Fotografías: Martínezld