Una “Brava” mujer leonesa.
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El día 25 de abril de 1295 moría en Toledo, a los 37 años, y con solo 11 dirigiendo los destinos de los reinos de León y de Castilla, Sancho IV, el Bravo. El hijo de Alfonso X, el Sabio, y de Violante de Aragón, dejaba como heredero un hijo de nueve años, Fernando IV, el que será denominado el Emplazado. Por suerte para este niño le quedaba su madre, la leonesa María de Molina; y este es el motivo de nuestra reflexión puesto que ella debería ocupar un lugar importante entre las más significativas mujeres del Reino de León.
María Alfonso de Meneses era hija del infante leonés Alfonso Alfónsez de Molina (hijo de Alfonso IX de León, hermano, por tanto, de Fernando III, y que había declinado la corona de León por imposición de su madre Berenguela de Castilla) y de su tercera esposa, Mayor Alfonso de Meneses.
Había nacido en 1264, y en 1282 contrajo matrimonio con su sobrino segundo, el infante Sancho, que sucedería a su padre Alfonso X, después incluso de una sublevación contra el mismo por mor, especialmente, de una envenenada sucesión en la que entraban en conflicto los descendientes del primer heredero, Fernando de la Cerda, fallecido el 25 de julio de 1275, antes, por lo tanto, que su mismo padre.
El hecho de haber matrimoniado con su sobrino segundo hizo que el papa declarara nulo el enlace de Sancho y María y, por lo mismo, la imposibilidad de que sus descendientes, considerados ilegítimos, pudieran tener acceso al trono. Algo que venía a ratificarse también porque Sancho había llevado a cabo anteriormente unos esponsales (aunque no fueran nunca consumados) con Guillerma de Montcada.
De resultas de todo ello y de la sublevación antes aludida, Sancho y María de Molina tuvieron que utilizar toda su inteligencia, su sagacidad y las innegables dotes diplomáticas de la leonesa para conseguir los apoyos necesarios, especialmente de parte de la nobleza, para asentar un reinado que no se presumía fácil.
Para complicar aún más la situación, hemos señalado que Sancho moriría apenas 11 años después de haber sido coronado rey, por lo que su esposa tuvo que hacerse cargo, incluso con miembros de la familia real en su contra, del heredero, Fernando.
Son los años de las intrigas, especialmente de parte de dos personajes de la familia real: Enrique de Castilla, denominado el Senador, por haberlo sido de Roma, tío de Sancho IV, figura muy peculiar y de natural intrigante que disputó con insistencia y obstinación la regencia a la propia María de Molina, durante la minoría de edad de Fernando. No contaba, sin embargo, con la fortaleza mental y las convicciones de la reina madre que no se dejó amilanar y, solo por momentos, aceptó un amago de tutela, pero sin que ello supusiera merma alguna en sus obligaciones ni que ella fuera apartada de la misma.
Es más, la reina procuró mantenerse siempre en las recomendaciones de su esposo que, en sus últimos momentos, mostró claramente sus deseos que contradecían la apetencia tanto de este Enrique, como de otros grandes señores que lo intentaron.
Por lo que se demostraría más tarde, no había sido una decisión tomada a la ligera, ni mucho menos. Conocedor de los valores de su esposa y basándose en su propia experiencia vital, estaba seguro de que era la mejor solución en aquel momento y para el futuro.
Y, en esta relación de individuos verdaderamente nefastos, en aquellos momentos de dificultad, especialmente para quien estaba destinado a reinar, no podemos dejar de lado un personaje que ha pasado a la historia con la vitola de traidor e insidioso: Juan Alfónsez, tío del heredero, a quien la historia denominaría, a partir de 1294, Juan el de Tarifa; una mancha para siempre en este hijo de Alfonso X al ser el culpable directo del asesinato del hijo de Guzmán, Pedro Alfonso, en su intento de presionar al héroe leonés para que entregara la plaza que se había comprometido a defender, incluso con su vida.
Curiosamente este Juan debería ser considerado como el último rey privativo del Reino de León, puesto que, tanto en la rebelión encabezada por su hermano Sancho IV, como posteriormente, siempre aspiró a ser nombrado soberano de León, de Asturias, de Galicia, de Extremadura y de Sevilla; es decir, de la franja oeste de la Península, en raya con el Reino de Portugal. Dicho de otro modo, los límites de lo que había sido (y realmente de lo que era considerado) el Reino de León.
De hecho, en un acuerdo firmado en 1296, con Alfonso de la Cerda, hijo de ese primer heredero fallecido de Alfonso el Sabio, y apoyados por Aragón y Portugal, reunieron un ejército que se enfrentó a los que apoyaban al futuro Fernando IV. En esta tesitura, Juan es nombrado rey de León con el ordinal Primero, y Alfonso es considerado, por sus partidarios, reinante en Castilla.
María de Molina contaba, sin embargo, no solo con su fuerza de voluntad, sus proverbiales dotes para la diplomacia y su contrastado sentido de Estado, sino que encontró un aliado en la persona de D. Alonso Pérez de Guzmán, el Bueno, que ya desde los tiempos de Alfonso X era uno de los hombres fuertes de la Corte; y no solo por la gesta de Tarifa, con el sacrificio de su hijo, sino por su prestigio militar, demostrado tanto en las batallas contra los musulmanes en la Península, como incluso al servicio de Abu Yusuf, al mando de la milicia cristiana de Marruecos.
Debemos señalar también que ese apoyo explícito de Guzmán fue demostrado en las más variadas circunstancias. Nuestra opinión particular es que el mismo se debía a la procedencia leonesa de los dos, lo que supondría una mayor disposición a la confianza entre ambos por el carácter similar y una educación en determinados valores, que no debían diferir demasiado, entre los que primaban, sin lugar a duda, un acendrado sentido del deber y de la lealtad.
Mas, conviene no olvidar tampoco que Guzmán no sería el único que prestaría grandes servicios a la reina doña María; así se desprende de la nómina y la influencia de muchos leoneses como, por ejemplo, el obispo de Astorga, don Martín, ya uno de los consejeros más influyentes del monarca; Rodrigo Álvarez, Merino Mayor de León; sin olvidarnos tampoco de Fernán Pérez Ponce de León, en quien el soberano había confiado la educación de su heredero Fernando IV.
Pero, por lo que hace a Guzmán y sus servicios a la Corona, citaremos, únicamente, que a finales de 1297 la reina le pediría subir al Reino de León para combatir directamente a Juan I que pretendía seguir controlando los territorios de este Reino, del que, como afirmamos, había sido proclamado rey en 1296. El infante, sin embargo, viendo llegar a Guzmán que, desde el episodio de Tarifa, siempre había deseado encontrarlo frente a frente, huyó sin presentar batalla buscando refugio en Portugal y más tarde en el Reino de Granada.
A pesar de todo, y como no era bueno mantener una enemistad que no haría sino perjudicar los intereses de los reinos de León y de Castilla, por iniciativa del rey encarga a su madre que establezca unas negociaciones con el que se dice “soberano de León”. Después de 15 días, al fin, se llegó al acuerdo de que el infante se avendría a someterse a la autoridad de Fernando, a cambio de garantizarle su seguridad.
La magnanimidad de la reina y su deseo de mantenerse en el cumplimiento del pacto –así hay que señalarlo–, se manifestó, incluso, contra este traidor, cuando Fernando IV urdió una trama para asesinarle. El proyecto no llegaría a buen término porque ella misma pasó aviso al infante Juan y este consiguió poner tierra de por medio.
Así, poco a poco y, como insistimos, gracias a los buenos oficios de la reina, se fueron solucionando o soslayando muchos de los problemas a los que tuvo que hacer frente. Citaremos por orden:
El tema de la legitimación de su matrimonio, lo que equivalía a decir que los hijos habidos del mismo pasarían a la consideración de “legítimos” fue conseguido, no solo a determinadas concesiones que hubo de hacer a los reinos vecinos y a los nobles, sino que le costó la suma de 10.000 marcos de plata que envió al papa Bonifacio VIII… La bula fue proclamada en noviembre de 1301.
Otro problema digno de mención lo constituyen las desavenencias reiteradas de la monarquía portuguesa, representada por D. Dionís I de Portugal aunque fueron encontrando solución con la firma del Tratado de Alcañices (1297), que venía a fijar la frontera entre los dos reinos, y gracias a ciertos pactos de familia (el 23 de enero de 1302, Fernando IV contrajo matrimonio con Constanza de Portugal, hija del rey portugués). A partir de ese momento, y especialmente, cuando D. Dionís vio que cambiar de bando le interesaba, fue un fiel aliado de Fernando puesto que llegó a poner a su disposición hasta 300 caballeros en su lucha contra el infante Juan de León al que, sin embargo, en años anteriores había ayudado y protegido, lo mismo que venía prestando su apoyo a los infantes De la Cerda, a los que abandonó a partir de ese momento.
Por lo que hace a los conflictos constantes con los descendientes de Alfonso de la Cerda, podemos afirmar que terminaron cuando se produjo el reconocimiento aludido del papado y una vez que se firmó con los pretendientes el pago de una renta anual de 400.000 maravedíes. Fernando asumirá sus obligaciones de rey en 1301 (a la edad de 16 años) y fallecerá 11 años más tarde (7 de septiembre de 1312), como su padre, por lo que dejará como heredero un niño (el futuro Alfonso XI), en este caso mucho más indefenso que él pues contaba únicamente un año. El rey solo había llegado a los 26.
María de Molina parecía deber pasar por la misma situación que a la muerte de su esposo ye tuvo que hacerse cargo, esta vez, de su nieto. De nuevo se suscitaron los intereses de los unos y los otros para ejercer como tutores del príncipe y, de nuevo, aparece la figura de don Juan, el de Tarifa, enfrentado a su sobrino don Pedro hacia el que se inclinaban los deseos de su madre la reina María.
De nuevo guerras, pactos, enfrentamientos armados, convocatoria a Cortes que muy poco resolvían…; finalmente se llega al acuerdo de nombrar a las dos personas señaladas más arriba para que ejerzan como tutores del niño rey. En todas esas circunstancias encontramos la presencia, la autoridad y la opinión fundada de nuestra reina de origen leonés que consigue imponer una definitiva paz en 1313, año en que los dos aspirantes aceptan compartir la regencia.
Este estado de cosas terminaría en una campaña militar contra Granada en la que fallecen tanto don Juan como don Pedro, en el año 1319, y queda como única regente, una vez más, la abuela María ya que incluso la madre del futuro soberano, Constanza de Portugal, había fallecido el 18 de noviembre de 1313. María de Molina, pues, será la única regente hasta su fallecimiento. Mas, precavida, en los días previos, doña María de Molina convocó una reunión para dejar dispuesta la tutoría del joven Alfonso que solo contaba diez años de edad al tiempo que también señalaba la forma y las personas que debían proteger a su nieta Leonor, cuatro años mayor que su hermano y que estaba prometida a Alfonso IV de Aragón.
El día 29 de junio de 1321 dictó su testamento, en el que disponía la distribución de numerosas rentas a monasterios y a particulares a los que había comprometido en el cuidado y salvaguarda de sus nietos, y pidió ser enterrada en Las Huelgas Reales de Valladolid. Su óbito se produjo el día 1 de julio y presidió su entierro el cardenal legado de Santa Sabina.
Su sepulcro, en efecto, se encuentra en el lugar antes reseñado.
- Texto: Hermenegildo López González
- Fotografías: Martínezld