Falleció el 6 de febrero de 1180 en León al dar a luz al segundo hijo de Fernando y fue colocada en un sepulcro de piedra en el Panteón de Reyes de San Isidoro.
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Desaparecida Urraca de la vida del rey, mas, seguramente, no del corazón del monarca, emerge en el entorno de Fernando II la figura de doña Teresa Fernández de Traba.
Se trata de una dama de una gran familia si atendemos tanto a sus antepasados paternos como maternos. Y, en ese sentido, no parece de la mayor relevancia que estemos ante alguien a quien los historiadores (no es opinión unánime) califican de hija ilegítima, nacida de los amores del conde Fernán Pérez de Traba y la infanta Teresa de León, condesa de Portugal, hija de Alfonso VI y madre del primer rey portugués, Alfonso Enríquez.
Teresa Fernández de Traba había matrimoniado, en primer lugar, con el conde Nuño Pérez de Lara, alférez de Alfonso VII de León y perteneciente a la poderosa familia de los Lara. Un documento de 1152 confirma este enlace en una donación en la que participaba el propio Emperador. Nada extraño este enlace en el contexto de lo que venimos argumentando en cuanto a la utilización de la mujer para soldar amistades entre familias; en este caso supondría el acercamiento de dos de las más influyentes, los Pérez de Lara y los Pérez de Traba que tanto habían apostado por la separación de Castilla del Reino de León.
De 1160 es otro documento que recoge la fundación, por parte de ambos esposos, del monasterio de Santa María de la Consolación, en Perales, y el mismo año sabemos que fundan asimismo el hospital de Puente Fitero, en Itero de la Vega, pleno Camino de Santiago y en el que, para vadear el Pisuerga se había construido un puente por orden de Alfonso VI.
Son años en los que la pareja debe incluso hacerse cargo de la regencia del niño Alfonso de Castilla por mor de la muerte de su padre Sancho y el fallecimiento también de Manrique Pérez de Lara (1164). Teresa pasa a ser, entonces, esposa del regente de Castilla, sin, por ello, perder el contacto con sus parientes leoneses. A ello obedece, seguramente, una serie de donaciones efectuadas a la catedral de León en 1170
La desgracia, no obstante, vino a visitar a Teresa en 1177, pues en el sitio de Cuenca, en concreto el día 27 de julio, fallecería su marido como consecuencia de la salida de los habitantes de esta ciudad que se hallaba cercada por los castellanos. A partir de este momento Teresa abandona la Corte castellana, vuelve a León y comienza una relación con Fernando II que, no obstante, no
tiene fácil data. Lo que sí hay de cierto es que su primer hijo nació en octubre de 1178 aunque fue, en un principio, declarado ilegítimo hasta que se consolidó canónicamente aquella unión del rey con Teresa.
De aquel primer matrimonio con el conde Nuño Pérez de Lara, Teresa aportaba al matrimonio con Fernando los vástagos siguientes que acompañaron a su madre y, por lo mismo, se criaron en el palacio real leonés: Fernando Núñez de Lara (llegaría a ostentar la dignidad de alférez real del rey castellano Alfonso I (VIII)), Álvaro (emparentó con los Díaz de Haro), Gonzalo (padre, en sus dos matrimonios, entre otros del conde Nuño González de Lara el Bueno), Sancha (esposa de Sancho I de Cerdaña, conde de Cerdaña y de Provenza), María (que terminará siendo abadesa del monasterio que sus padres habían fundado en Perales), Elvira (casó con Ermengol VIII de Urgel y posteriormente con Guillén de Cervera).
El propio Fernando II donó a esta familia una serie de propiedades en Galicia, que vinieron a sumarse a las que ya poseían en la zona lo que hizo que, en el futuro, gozaran de gran relevancia en los reinos de León y Castilla por su poder y sus antecedentes familiares.
De su unión con Fernando nacieron Fernando, como decimos, legitimado tras el matrimonio de sus padres y que falleció a los nueve años, en 1187, y un infante que probablemente no llegó a tener nombre puesto que falleció al mismo tiempo que su madre en el parto.
Falleció el 6 de febrero de 1180 en León al dar a luz al segundo hijo de Fernando y fue colocada en un sepulcro de piedra en el Panteón de Reyes de San Isidoro. Sobre la cubierta del mismo aparecía la reina en efigie de medio cuerpo, con ropa ajustada, el cabello suelto y tocada con corona real
Esta historia y otras mas puedes leerlas en el libro del Profesor Hermenegildo López «Señorío de mujeres»
Texto: Hermenegildo López González