Versión clásica

La valentía de los zamoranos en la conquista de Extremadura

En la batalla de Alange la valentía de los zamoranos, que avanzaron en la vanguardia, resultó definitiva para quebrar las defensas del puente sobre el Guadiana. Su heroísmo quedó tan patente que el propio rey premiaría a la ciudad de Zamora, para memoria eterna, colocando en su escudo el Puente de Mérida.

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Estatua del zamorano Alfonso IX, Rey de León. Fotografía: Martínezld

Pocas veces, las hazañas de un colectivo se han visto mejor reflejadas en el tiempo como lo fuera de los zamoranos en la denominada Batalla campal de Alange que supuso romper la puerta de entrada de las tropas leonesas en Mérida, digamos mejor en el reino moro de Badajoz.

Situémonos, brevemente, en el contexto temporal. Nos encontramos en los finales del exitoso reinado de Alfonso IX (VIII de León), al que tantas veces hemos hecho referencia en estos artículos y del que volveremos a ocuparnos, necesariamente, en muchas otras ocasiones aún.

alange en actualidad

Afueras de Alange en la actualidad. Fotografía: Gustavo Vega

La fecha concreta de la preparación de la batalla podría fijarse en los alrededores de los días de Navidad de 1229; Alfonso había ido reuniendo, en fechas anteriores, un gran ejército en Alba de Tormes de donde partiría con la idea de cercar y tomar la ciudad de Mārida, la Emérita Augusta romana que siempre había representado un lugar esencial para el control de toda la región circundante.

Hasta tal punto que siempre fue una ciudad muy deseada por los califas cordobeses, como lo había sido en su pasado más remoto, incluso desde su fundación, para acoger a los veteranos de las legiones romanas, de ahí el nombre de Emérita; pero el destino de la misma cambiaría cuando Abd al-Rahman ibn Marwan, con autorización del emir Muhammad, fundó la ciudad de Batalyaws (Badajoz) que la iba a superar en prestigio político, en el inmediato futuro, incluso a pesar de algunas dificultades iniciales en su fundación.

Digamos, no obstante, como apoyo a esta importancia de Mérida, aun en la época musulmana, que ya, en tiempos de nuestro Ordoño II, los cristianos habían intentado conquistarla, lo que no pudieron conseguir, entre otras razones por culpa de la defensa establecida en el famoso puente romano, el más largo, por cierto, de los construidos por Roma.

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Alcazaba de Mérida. Fotografía: Martínezld

Pero volvamos a nuestro objetivo principal, fijada ya la ciudad de Mérida y sus circunstancias, seguramente, del mismo modo que lo habrían hecho Alfonso y sus asesores militares. Tampoco el rey tenía otras opciones de ampliar sus territorios o incluso de ver menguados los suyos, puesto que por el Este y el Oeste se encontraba ahogado por los dos reinos (Portugal y Castilla) que habían nacido del Imperio leonés a la muerte de su abuelo Alfonso VII. Evidentemente, y a pesar de reiterados pactos con los unos y los otros, no se fiaba de ninguno de los dos y no deseaba verse en la misma circunstancia que los reyes de Navarra, sin frontera alguna con los musulmanes, tan útiles para determinadas labores de rapiña, como ocurría, también con frecuencia, a la inversa.

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Placa en la Alcazaba de Mérida que recuerda la toma por Alfonso IX. Fotografía Martínezld

De hecho, estas correrías por tierras extremeñas ya venían produciéndose, especialmente desde las tierras castellanas, especialmente por parte de las milicias concejiles de Ávila, para saquear esas fértiles tierras e intentando llegar hasta las vegas del Guadalquivir. Una vez saqueada la región, se volvían a sus lugares de origen con un nada despreciable botín consistente en productos agrícolas, ganado y hasta esclavos. Cierto es que, según señalan los cronistas, no se trataba tanto de acciones encabezadas por el rey, pero sus efectos sobre las tierras islámicas eran muy negativos lo que, a la larga, beneficiaba esos afanes expansionistas del reino de Castilla.

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Restos de la Alcazaba de Mérida. Fotografía: Martínezld

Del lado portugués tampoco habían faltado las agresiones y los deseos de expansionismo hacia unas tierras que, a priori, no les pertenecían. A notar, por ejemplo, las correrías de Geraldo Sempavor, a quien apodaron el Cid portugués, que llegó a conquistar, incluso, algunas plazas en Extremadura y hasta parte de Badajoz, aunque, como afirmamos, corresponderían al Reino de León, según se había firmado en el Tratado de Sahagún.

Digamos también, a ese respecto, que, si los portugueses no habían conseguido todos sus objetivos, había sido, precisamente por la ayuda de los leoneses. Incluso en dos ocasiones. En una de ellas, encabezaba las tropas del reino uno de sus principales magnates, Fernando Rodríguez de Castro, a quien llamaban el Castellano que cosechó una gran victoria, hiriendo al rey y capturando a Geraldo.

leon realHemos tratado, entonces, de justificar la necesidad de Alfonso de enseñorearse definitivamente de esas tierras que le habían correspondido a su padre en el testamento del Emperador y, se comprende mejor ahora el porqué de ese gran ejército y las prisas para rematar una operación de tal calibre. De otro modo, el rey no habría tenido posibilidad alguna de victoria sobre una plaza, Mérida, que le abriría también las puertas de Badajoz, y así convocó, para que formaran parte del citado ejército, a las órdenes militares del reino (Santiago y Alcántara) además de los caballeros del Temple que habían llegado al Reino en época de su padre Fernando II y a los que Alfonso había cedido el castillo que defendía el paso de la Pons ferrata (Ponferrada) sobre el Sil.

 

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El heroísmo de los zamoranos quedó tan patente que el propio rey premiaría a la ciudad de Zamora, para memoria eterna, colocando en su escudo el Puente de Mérida. «Zamo[ren] sesfueruntuictores in prima acie». Fotografía: Martínezld

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Formaban, asimismo, parte de este contingente de tropas las que aportaban los obispos de Oviedo, León, Zamora y Coria, al menos, además del encendido apoyo de arzobispo de Santiago, en hombres y dinero, y las mesnadas de determinadas ciudades y villas del Reino, entre otras las de la ciudad de Zamora que es, especialmente el motivo de este recuerdo.

La noticia de que los cristianos se dirigían a Mérida corrió como reguero de pólvora por al-Andalus y así Ibn-Hud, que había resultado vencedor de los almohades, reclutó tropas de las principales ciudades andalusíes hasta constituir un enorme ejército, capaz de enfrentarse a los cristianos y lograr, si no llegaban antes que estos, descercar Mérida, en caso de que el ejército de Alfonso consiguiera este propósito.

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Puente Romano de Mérida. Origen del escudo de Zamora. Fotografía: Martínezld

En efecto, los leoneses llegan a Mérida en la primera quincena de 1230 y el 15 de marzo se produce el enfrentamiento con los musulmanes. En el mismo, la valentía de los zamoranos, que avanzaron en la vanguardia, resultó definitiva para quebrar las defensas del puente sobre el Guadiana. Su heroísmo quedó tan patente que el propio rey premiaría a la ciudad de Zamora, para memoria eterna, colocando en su escudo el Puente de Mérida. «Zamo[ren] sesfueruntuictores in prima acie».

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El rey Alfonso premió a los zamoranos por su valentía incorporando el puente de Mérida al escudo de la Ciudad de Zamora

Del otro lado, la debacle en el ejército enemigo fue tal que hasta el propio emir Ibn Hud resultaría herido y, como solía acontecer en semejante circunstancia, su ejército se dispersó en desbandada siendo masacrado por los cristianos. Ello facilitaría a nuestro Alfonso entrar sin mayores problemas, no solo en Mérida sino, prácticamente en cabalgada, hacer los 63 kilómetros que la separan de Badajoz y entrar, casi sin esfuerzo alguno en la citada ciudad.

Hay que recordar también que esta intervención de Alfonso en tierras musulmanas se llevó a cabo, como la tan ponderada batalla de las Navas de Tolosa, en forma de cruzada. Fue, precisamente el papa Honorio III el que, no solo concedió la bula en 1218 sino que aportó el dinero de las tercias de las iglesias de Toledo y ordenó, dada su autoridad, la participación en la aventura guerra a las órdenes religiosas en la citada campaña.

Pero, y a pesar de todo, una victoria, con las consecuencias que de la misma se derivaron, estos hechos han pasado prácticamente, con más pena que gloria, ahogados en el cajón de las cosas inservibles y cubiertos del polvo de la incuria. ¿Las causas? Trataremos de encontrar una explicación razonable en la entrega siguiente.

  • Textos: Hermenegildo López
  • Fotografías: Martínezld

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