Versión clásica

«La Traslatio». 958 años de la Traslación de los restos del Santo Isidoro desde Sevilla a León (I parte).

Así el arca santa sería trasladada, ese inolvidable 21 de diciembre del año del Señor de 1063, en solemnísima procesión, encabezada por la familia real al completo

san isidoro.

Difícil imaginar aquel, aparentemente, lejano día del 21 de diciembre de 1063 que alteraría para siempre el devenir del Reino de León y de cuyas muy diversas y positivas consecuencias aún seguimos beneficiándonos. Aquel sí que iba a ser un acontecimiento histórico para quienes ni siquiera eran conscientes de estar haciendo historia. Además de lo recogido en otras crónicas sobre los acontecimientos, evocaré, simplemente, lo que, sobre ellos, recoge un cronista del siglo XII llamado Ipaz. Según él, este hecho sería de tal grandeza que no se encontraban precedentes en muchos siglos en la historia de León.

En efecto, el deseo largamente acariciado y colectivamente soñado se iba a convertir, para el Reino y sus moradores, en una realidad tangible. El Santo Isidoro se encontraba ya frente a los muros de la urbe regia. La última parte de la ruta se había cubierto más sobre las alas de la esperanza que a lomos de aquellos caballos que, según la promesa, ya nadie montaría nunca más, puesto que eran los porteadores de aquellos sagrados restos del santo Arzobispo sevillano.

antigua cerca del monasterio de san claudio

Antigua cerca del Monasterio de San Claudio. Hoy calle de las Cercas

Parece más que seguro que habrían hecho noche en el monasterio que pasaba por ser el más antiguo de la ciudad, el de San Claudio, hijo de San Marcelo, situado en el extramuros sur. Este monasterio, producto de una iglesia fundada, al parecer, en el 160 dará origen, en el año 540, a un monasterio donde se recogieron multitud de reliquias, desde las de San Claudio y sus compañeros de martirio (año 298) hasta las de San Vicente (554).

La vinculación y, por lo tanto, el paso obligado por el mismo podríamos encontrarla hasta por razones de parentesco; el padre Eloy Díaz Jiménez y Molleda, en su Historia del Monasterio de San Claudio, refiere que el hermano de San Isidoro, San Leandro, habría estado residiendo un tiempo en ese monasterio, en el cual, “si no fue abad, fue a lo menos, restaurador de esta casa”, por los años 566, poco más o menos. Lo abandonaría porque tuvo que volver a Sevilla a “sustentar en la fe a su sobrino San Hermenegildo” que, finalmente, fue martirizado el 13 de abril del año 585. Puede incluso que, como tutor del entonces jovencísimo Isidoro, estuviera acompañado por él.

san isidoro

San Isidoro de León. Fotografía: Martínezld

Sea como fuere, y recuperando el hilo de nuestra crónica-ensoñación, señalaremos que ya la gente, llegada de los lugares más diversos del Reino, se hacinaría en las calles por las que transitarían las benditas reliquias hasta la antigua iglesia de San Juan Bautista y San Pelayo que pronto cambiaría de nombre para adoptar, a partir del día siguiente, el del santo sevillano: así se percibía por la vía de Escuderos, el cruce con la antigua Via Principalis romana y la calle que conducía directamente a la iglesia palatina que llevaría por muchos años el de Camino de San Isidoro, hoy calle del Cid.

san isidoro

San Isidoro de León. Fotografía: Martínezld

san isidoro

San Isidoro de León. Fotografía: Martínezld

Según se desprende del relato de los acontecimientos del día, el propio Rey Fernando y sus hijos, D. Sancho, D. Alfonso y D. García, portaban descalzos el santo cuerpo, como aquellos antiguos sacerdotes judíos, el Arca de la Alianza. El mismo venía envuelto en blancos linos y guardado en un cofre que aún, por suerte, conservamos en la Real Basílica, bien a pesar de la sistemática rapiña practicada contra la santa casa isidoriana.

Debemos referir aquí una serie de hechos extraordinarios, comenzando por el primer milagro del que nos dan cuenta las diferentes versiones de lo acontecido en este día glorioso. Al parecer, entre la muchedumbre que casi bloqueaba la puerta de la muralla y las calles adyacentes, pudo abrirse paso un ciego, por nombre Eusebio, que alcanzó a tocar las andas que portaban el santo cuerpo.

En aquel mismo momento, sus ojos se abrieron y comenzó a dar gracias a Dios y al Santo a grandes voces. Este suceso milagroso no fue, sin embargo, el único; el camino había quedado sembrado de ellos, como correspondía a un santo tan excelso.

san isidoro

San Isidoro de León. Fotografía: Martínezld

Así el arca santa sería trasladada, ese inolvidable 21 de diciembre del año del Señor de 1063, en solemnísima procesión, encabezada por la familia real al completo y en la que participaban los obispos de Astorga (Ordoño), de León (Ximeno), de Iria Flavia (Cresconio), de Calahorra (Gomesano), de Lugo (Victorio), de Mondoñedo (Suavio) y de Palencia (Bernardo); también los abades de Silos (Santo Domingo), de Oña (Íñigo), de San Pedro de Eslonza ( García), de Cardeña (Sisibeto), de Ante Altares (Fagildo), de Samos (Brandinaldo), de Compostela (Froilán), además de ambos cleros (secular y regular), Condes de Palacio, Grandes Señores del Reino y un gentío innumerable todos ellos dando gracias y entonando himnos y alabanzas.

san isidoro de león

Estatua de San Isidoro en la escalinata de la Biblioteca Nacional de España. Fotografía: Martínezld

Hasta aquí una mezcla, quizás a partes iguales de elementos probados y otros probables. Sin embargo, podemos también hacernos una pequeña idea si recordamos aquí lo ocurrido 457 años más tarde de los hechos que relatamos, y en un contexto más que próximo a los mismos. El 31 de marzo de 1493, lunes de Pascua para más concreción, los religiosos del monasterio de San Claudio tuvieron el privilegio de ser los primeros en recibir, en la ciudad de León, los restos del hoy patrono de la misma, San Marcelo, trasladados desde su primer reposo en Tánger. Desde dicho monasterio, se organizó una solemnísima procesión en la cual la máxima responsabilidad recaía sobre el propio rey, curiosamente otro Fernando, en este caso de Aragón. Relatan las crónicas que dichas reliquias fueron trasladadas custodiadas por los grandes de España y al son de música de trompetas, chirimías y tambores. ¿Por qué habríamos, pues, de imaginar menos para el santo Arzobispo sevillano que ejercería en el futuro como Patrono del Reino?

billete de 1000 ptas de san isidoro

Billete de 1.000 pesetas con la imagen de San Isidoro de León

Pero al lado de esta pregunta que es también una justificación de nuestros argumentos, surgen otras que necesitan encontrar respuestas ciertamente coherentes y que componen la trama sobre la que apoyar esta reflexión y nuestras ideas al respecto

¿Quién era ese rey Fernando y qué fuerza se le supone al Reino de León para imponer al “infiel” cualquier tipo de tributo, incluso la entrega de reliquias? ¿En quiénes confiaron los reyes Sancha y Fernando para que llevaran a cabo la misión de bajar hasta Sevilla y traerse el cuerpo del Doctor de las Españas? ¿En qué contexto histórico se desarrollan dichos acontecimientos? ¿Qué camino pudo seguir esa delegación y cuáles fueron realmente los acontecimientos ocurridos en Sevilla? Y, por cierto, ¿cuál podría ser la causa última para traer otras importantísimas reliquias a la ciudad de León cuando ya se contaban por centenares, algunas tan valiosas como la mandíbula de Juan el Bautista y se habían custodiado durante años las del pequeño Pelayo, sobrino del Obispo Hermogio de Tuy, todo un icono en aquella época y que había sido martirizado en Córdoba en el año 925? ¿No podría entenderse con este gesto un intento de competir con Santiago de Compostela y hasta de certificar con hechos esa vocación de recuperar el imperio de los godos y la unidad hispánica?

Estas son, sin duda, algunas de las cuestiones que, desde antiguo, han intentado resolver los estudiosos que se han ocupado más o menos directamente del Traslado y que aquí vamos a tratar de responder entre la historia conocida y la realidad imaginada.

Contexto histórico del momento

Nos parece de capital interés ocuparnos, siquiera someramente, de la situación histórica por la que transcurre la vida del Reino; ello nos dará muchas de las claves que necesitamos para encontrar las causas y extraer unas necesarias y lógicas consecuencias.

Fernando I y Sancha de León

Sancha I y Fernándo I Reyes de León. Colección de cuadros Reyes de León. Ayuntamiento de Valencia de Don Juan

El trono leonés está ocupado, en ese momento y desde el 22 de junio de 1038, por los reyes Sancha y Fernando. La primera es hija de Alfonso V, conocido en la historia como “el Noble” o “el de los Buenos Fueros”, promulgados en el año 1017 promulgó.

Sin embargo, y para llegar a esta situación de preeminencia sobre el resto de los reinos y territorios de la Hispania medieval, la familia real leonesa había seguido pagando su, al menos en apariencia, obligado tributo de sangre. Vermudo, el joven rey, muere en la batalla de Tamarón que le oponía a su cuñado Fernando, conde a la sazón de Castilla. Y dado que Vermudo no dejaba sucesor alguno, su hermana Sancha había reclamado la herencia.

Fernando está casado con Sancha como consecuencia del asesinato, nunca esclarecido del todo, del anterior prometido de la misma: el Conde García de Castilla. Este Fernando es hijo de Sancho el Mayor de Pamplona y de la hermana del conde asesinado, Muniadonna. La llegada al trono leonés de este conde consorte de la antes infanta Sancha supone un verdadero problema; su coronación no tendrá lugar hasta transcurridos más de nueve meses desde la fecha de la batalla porque no era aceptado en León. Solo le perdonarán por el cariño que profesan a la reina Sancha.

A partir del 22 de junio de 1038 tenemos pues asentada, en el trono leonés, una nueva pareja real: Sancha I y Fernando I. Las campañas guerreras se retoman y, aprovechando la fragmentación del antiguo califato cordobés, el empuje hacia el Sur parece ya imparable. El Reino de León se constituirá, a todos los efectos, en un Imperium; los demás reinos aceptarán su preeminencia y hasta las más importantes taifas, que surgen para llenar aquel vacío de poder en los territorios del Islam, se le someten y aceptan pagarle tributos.

Nos situamos, entonces, en la campaña guerrera de 1063. Conseguido, el año anterior, el vasallaje del rey de Toledo Al Mamún, las tropas leonesas avanzan, imparables, sobre Badajoz y Sevilla. El rey de esta última ciudad, Abbad ibn Muhammad al-Mu’tadid, conocido entre los cristianos como Almotádid, se aprestó, de inmediato, a firmar un pacto, constituyéndose en tributario del rey de León, entregándole para ello una gran cantidad de riquezas y aceptando también el compromiso de cederle un cuerpo santo de los enterrados en su capital.

La embajada leonesa a Sevilla

Fijados pues los términos del acuerdo, parece probado que, al menos, el grueso del ejército leonés se volvió muy satisfecho a la urbe regia; se habían ganado nuevas plazas, conseguido grandes riquezas, empujado la frontera hacia el Sur y el Reino era definitivamente respetado y temido por los enemigos. ¿Qué más se podía pedir?

Real Alcázar de Sevilla

Real Álcázar de Sevilla. Fotografía: Martínezld

Algunos cronistas mantienen que la embajada parte hacia Sevilla, no desde la capital del reino, sino desde la ciudad de Mérida, lugar concreto del tratado.

Ya los tenemos en Sevilla y aquí no dejaremos de señalar, por conocido, un acontecimiento que, a todos los efectos, más parece una leyenda justificativa de unos hechos que la más descarnada realidad. Se ha venido repitiendo que el cuerpo que los leoneses iban a buscar a Sevilla, era el de Santa Justa, precisamente patrona de esa ciudad.  ¿Y quién era, por cierto, esta santa mujer? Justa y Rufina, dos jóvenes hermanas (de 19 y 17 años respectivamente) habían sido martirizadas por el prefecto de Sevilla Diogeniano, en el año 287, durante las fiestas de Venus de dicho año.

Hay varios argumentos para considerar que este supuesto primer deseo de traer a León el cuerpo de Santa Justa no es otra cosa que una bonita leyenda que adorna los hechos y confiere a la decisión final y la manera de producirse la misma una mayor solemnidad e importancia. De acuerdo con esta milagrosa interpretación de los acontecimientos, la legación leonesa tampoco encontró el cuerpo de la santa.

Mas, antes de avanzar en el relato de estos acontecimientos, conviene quizá también detenerse en la explicación de los componentes de esa delegación leonesa presente en Sevilla. A la cabeza de la misma encontramos a los obispos de León y Astorga, Alvito y Ordoño respectivamente. El rey Fernando, sin embargo, conocedor, sin duda, de las bellaquerías del firmante del tratado, no descuidó tampoco la protección militar de la misma. Al mando de un nutrido cuerpo de ejército, que D. Antonio Viñayo cifra en no menos de 700 soldados, se encontraba el conde Munio Muñiz.

Presentados los personajes más relevantes de esta embajada leonesa, recuperaremos el hijo de los acontecimientos en el siguiente capítulo.

  • Textos: Hermenegildo López
  • Fotografías: Martínezld

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