Castrillo de Murcia celebra esta curiosa festividad protagonizada por un burlesco personaje que encarna al Diablo, cuyo fin es ‘sabotear’ todos los actos religiosos.
Desde 1621 se celebra El Colacho, una fiesta de origen secular y de gran arraigo para el pueblo de Castrillo de Murcia que ya en 1996 fue declarada de Interés Turístico Regional en Castilla y León. El clímax de la celebración tiene lugar durante la procesión de Octava del Corpus -en esta edición cae en el día 29 de mayo-, cuando el travieso protagonista huye del Santísimo Sacramento y va saltando sobre diferentes colchones en los que reposan los niños bautizados durante el año. Tras el llamado ‘Salto del Colacho’, que representa el acecho diabólico sobre los pequeños, el religioso que preside la procesión bendice a los niños, salvándoles de tal amenaza.
Toda una representación teatral. Así es la fiesta de El Colacho, que tendrá lugar en la localidad burgalesa de Castrillo de Murcia del 25 al 30 de mayo y que se lleva celebrando desde 1621, año en que la Cofradía del Santísimo Sacramento instauró dicha celebración durante la festividad del Corpus.
El Colacho es un personaje burlesco, creado para representar al Diablo con un claro objetivo: que el pueblo se involucrara en la fiesta del Corpus y en la devoción al Santísimo Sacramento. Por este motivo, es el protagonista de una festividad con grandes dosis de teatro ritual y participativo, ya que intenta interrumpir y estropear todos los actos programados para dichos días, especialmente aquellos de carácter religioso.
Ropas de colores chillones, una máscara diabólica, un látigo en una mano y unas descomunales tarrañuelas de gran sonoridad en la otra –instrumento musical formado por dos grandes valvas de madera cuyo batir provoca un sonido similar al de las castañuelas- caracterizan la figura del Colacho, que en diferentes recorridos por las tortuosas calles y plazas de Castrillo de Murcia recibe toda clase de improperios e insultos de los habitantes y visitantes. Estos han de estar bien atentos, puesto que el diabólico ser también tiene la libertad de asustar, perseguir y golpear a las gentes.
A ello se suma otro importante personaje en esta representación: el Atabalero. Con su enorme tambor -Atabal-, recorre las calles del pueblo acompañado por diferentes cofrades vestidos con capa castellana y sombrero, anunciando cada congregación en el templo para rezar las horas litúrgicas. Pero el Colacho también intenta entorpecer el cortejo, ganándose los insultos de las gentes.
La cúspide de la celebración llega con la procesión eucarística, que tendrá lugar el domingo 29 de mayo. Colchas y colgaduras engalanan las calles del pueblo por las que discurre el acto. En las plazas brotan espontáneamente altares adornados y, próximos a ellos, colchones sobre los que reposan niños que han sido bautizados durante el año. El Colacho vuelve a irrumpir, huyendo del Santísimo Sacramento y amenazando la inocencia de los pequeños mediante saltos que atraviesan dichos colchones de un lado al otro, tras calcular la distancia que debe recorrer. Seguidamente, el religioso que oficia la procesión bendice a los niños, como símbolo de la salvación ante el acecho del Diablo.
Este acto representa la derrota de la influencia maléfica sobre el pueblo. Ya entonces, el Colacho deja de burlarse porque ha sido vencido por el Bien y acompaña, humillado, a los cofrades en la llamada procesión cívica, que aglutina al pueblo de camino a la era de San Juan, donde la Cofradía del Santísimo Sacramento invita a una colación de pan, vino y queso al aire libre.
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