Versión clásica

La muerte del gran rey Alfonso VI de León

Alfonso VI logró el sueño de sus antepasados con la conquista de la imperial Toledo. Las peripecias de la custodia de los restos de Alfonso y sus mujeres, bien podrían parecer una novela de misterio, especialmente a partir, en un primer momento, del incendio del desaparecido templo románico del monasterio, hecho ocurrido en 1810.

tumbas reales Alfonso VI Rey de León

Tumba de Alfonso VI en el Convento de la Santa Cruz en la Villa de Sahagún. Fotografía: Martínezld

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El día 1 de julio de 1109 fallecía en Toledo el hijo más aventajado de los reyes de León, Sancha y Fernando, aquel que había, tras no pocos problemas de luchas entre hermanos, conseguido reunir los reinos que, contra toda lógica, había dividido su padre Fernando I el Magno en su testamento. Un rey que, calificado de “leonés” y que se expresaba en dicha lengua, según el gran historiador Anselmo Carretero, debe figurar en la nómina de los grandes reyes de la Edad Media peninsular.

Alfonso VI de León

Retrato de Alfonso VI. Colección de cuadros de los Reyes de León en el Ayuntamiento de León. Fotografía: Martínezld

Cierto es que había sido capaz de extender sus reinos hasta la línea del Tajo y lograr el sueño de sus antepasados con la conquista de la imperial Toledo, sin embargo, sus últimos años habían supuesto una suma de derrotas y desgracias personales que llegarían a ser, en gran medida, la causa de su paso al más allá.

Remontémonos, aunque sea brevemente, al momento en que, asustados por el discurrir de los acontecimientos, los diferentes reinos de Taifas piden ayuda a los almorávides africanos (caro lo pagaron más tarde los Al-Mutamid, Al-Mutawakkil o Abd-Allah, pues perdieron, no solo su corona sino, incluso, algunos la vida) que entran en la Península y acaban con la racha de victorias del gran rey Alfonso VI. Así contaríamos por derrotas casi todos los enfrentamientos con estos guerreros africanos, desde Sagrajas (Zalaca), pasando por la batalla de Consuegra, en la que perdió la vida el hijo del Cid, Diego, hasta Uclés, el más triste de los descalabros cristianos, por las circunstancias, tanto personales como políticas que del mismo van a derivarse, pues en dicho enfrentamiento pierde la vida el único hijo varón de Alfonso, el jovencísimo Sancho.

Esta terrible circunstancia, como acabamos de señalar, se produce en Uclés (actual provincia de Cuenca), el 29 de mayo de 1108, entre las tropas cristianas de Alfonso VI (con algún apoyo de los restantes reinos cristianos peninsulares) y los almorávides comandados por Tamim ibn Yúsuf, gobernador de Granada, apoyado por casi todos los reinos de Taifas que su hermano controlaba.

batalla de sagrajas

Grabado de la Batalla de Sagrajas

Allí, a causa de la herida del rey, que le había sido infringida en una batalla previa (probablemente Sagrajas o Salatrices) y por razón también de su boda con Beatriz de Aquitania o de Borgoña (no hay nada claro a este respecto), se había enviado a un joven de apenas 14 años, eso sí, protegido por su ayo el conde de Nájera, García Ordoñez, apodado el Boquituerto. A este conde le fue encargado, con especial interés, por el propio rey, la custodia del joven Sancho.

Del resultado de esta batalla ya nos hemos ocupado, muy particularmente, en la entrada número 17 de esta sección, por lo que no es necesario insistir de nuevo en esta de hoy.

Lo cierto es que, cuando Alfonso se entera del desenlace de la contienda, no puede sino exclamar “…ay meu fillo, meu fillo, alegría de meu corazón e lume dos meus ollos, solaz de miña vellez…

Batalla de Uclés. Composición de Ana María Gálvez Bermejo sobre una ilustración de Ángel Salcedo Ruiz

La depresión en la que cae, tras la noticia, va a marcar sus actuaciones posteriores; falto de heredero varón, deberá nombrar sucesora a su hija mayor, Urraca, fruto de su matrimonio con Constanza de Borgoña, en aquel momento, viuda de Raimundo de Borgoña, madre de un niño de 4 años y condesa en Galicia.

De sobra sabemos la situación de la mujer en la época, incluso de las de la familia real, y, aconsejado por sus asesores más cercanos, decide casarla, eso sí, con la clara oposición del arzobispo de Toledo, don Bernardo de Sauvetat, de Sedirac o de Cluny, que teme la pérdida de influencia de su orden y de su propia persona, en los territorios del Reino de León. Júzguese de la importancia y autoridad de este, antaño, abad del monasterio de San Facundo y San Primitivo, en Sahagún, puesto que había conseguido nombrar obispos de origen francés en las sedes de Valencia, Toledo, Segovia, Osma y Braga.

El candidato mejor colocado, bien a pesar de conocer su misoginia y la rareza de que aún esté soltero a los 35 años, será, finalmente, Alfonso I el Batallador de Aragón y Navarra, decisión que cambiaría el devenir, no solo de la futura reina Urraca I, sino hasta de la misma configuración política de la Península, hasta entonces, vocacionalmente unida, desde la ya lejana conquista y fijación de fronteras por parte de Roma.

Urraca I de León, hija y heredera del Gran Rey Alfonso VI de León. Fotografía: Martínezld

Este Alfonso será elegido incluso contra los deseos de la propia Urraca, cuya relación con el conde Gómez González era sobradamente conocida. Aquí, una vez más, las razones de estado se impusieron a las razones del corazón. Lo más irónico, sin embargo, ocurriría un par de años más tarde cuando este mismo conde tuvo que hacer frente al aragonés, en sus enfrentamientos casi constantes con su esposa Urraca. Así Gómez González pasaría a la historia como el Conde de Candespina, por haber muerto en esa batalla que le enfrentaba al Batallador.

batalla de ucles

Muerte del Infante Sancho Alfónsez. Heredero del Reino de León. Fotografía: Monasterio de Uclés

Entre esa desgraciada batalla de Uclés y el fallecimiento del rey Alfonso, transcurrieron apenas 14 meses en los que no se registra hecho alguno de armas, salvo la defensa de Toledo, atacada una vez más por los almorávides que no cejaban en su intento de apoderarse, de nuevo, de esa ciudad, de tanto significado histórico para los unos y para los otros.

Se cuenta, entonces, que el rey que llegó a denominarse, entre otros títulos Adefonsus totius imperius Hispaniae et Toleto regni, se hizo conducir en litera para organizar la defensa de la ciudad imperial. Ese mismo día fallecía en Toledo a una edad no muy común para la época, 72 años, y después de haber ocupado el trono del reino más importante de la Península durante 43 años, cinco meses y 28 días.

firma de Alfonso VI de León

Firma del Rey Alfonso VI de León. Fotografía: Martínezld

Según se refiere en algunas crónicas de los siglos posteriores, la muerte de Alfonso habría sido anunciada en la propia Basílica del Santo Isidoro, donde las piedras del presbiterio habrían manado agua durante 3 días, algo que habría ocurrido también (y así lo recoge don Lucas de Tuy) a la muerte de su padre Fernando I el Magno. En este caso, y de acuerdo con la interpretación de Berengario, el arcediano de la Real Colegiata, no solo anunciaba la muerte del rey que sería conocido por la historia como el Bravo, sino también el hecho suponía la premonición de los desastres que, con la desaparición de este campeón de la fe, se abatirían sobre el reino.

sahagún

Alfonso VI eligió ser enterrado en la Villa de Sahagún. Fue inhumado en el desaparecido Monasterio de San Benito de Sahagún. Fotografía: Martínezld

La voluntad de Alfonso había sido la de ser enterrado, junto con sus esposas e hijo en la villa que siempre había distinguido con su mayor aprecio, Sahagún. Así se hacía saber en su testamento redactado en 1080, lo que implica una decisión realmente madura: Escogí, para mi sepultura a San Facundo, por demostrarle, aún en la muerte, el mucho amor que le tuve en vida.

Monasterio de Sahagún

Actual imagen del Monasterio de San Benito de Sahagún. Por el medio le pasa una carretera. Fotografía: Martínezld

¿Y, realmente, qué nos importa ahora si, según algunos autores, este testamento debería ser considerado falso? Para la mayoría de la gente, si se hubiera hecho esta pregunta, de manera general, la respuesta habría sido que Alfonso estaba enterrado, ¿cómo no?, en el Panteón de los reyes de San Isidoro; tradición que recuperaría su hija Urraca I de León que se hizo trasladar a la urbe regia, a pesar de haber fallecido de fiebres puerperales en la villa de Saldaña.

tumbas reales Alfonso VI Rey de León

Nueva tumba de Alfonso VI en el Monasterio de la Santa Cruz en Sahagún con la polémica corona. Fotografía: Martínezld

La desgraciada elección de los motivos de una corona real, a todas luces equivocada o equívoca, a la hora de llevar a cabo un monumento funerario más digno de tal personaje y de sus egregias esposas, llevaron al conocimiento del lugar de descanso de Alfonso y a la indignación de buena parte de la ciudadanía leonesa ante lo que, por mucho que trate de explicar el autor, más parece una corona de Castilla que la corona de un rey de León que es lo que el mismo había sostenido a lo largo de su vida.

Antiguo sarcófago de Alfonso VI. Fotografía: Ricardo Álvarez

Las peripecias, por cierto, de la custodia de los restos de Alfonso y sus mujeres, bien podrían parecer una novela de misterio, especialmente a partir, en un primer momento, del incendio del desaparecido templo románico del monasterio, hecho ocurrido en 1810. Pero nada comparable con lo que acontecería más tarde con la desamortización del gran e influyente monasterio de Sahagún, según se ha señalado siempre, un verdadero reino dentro del Reino de León.

Monasterio de Sahagún

El Monasterio de la Santa Cruz de Sahagún acoge los restos de Alfonso VI. Fotografía: Martínezld

La pista para fijar, de manera clara, que, en aquella caja de pino, que había conservado, durante un tiempo, un vecino de la villa y que apareció, en 1909, en el convento de las Madres Benedictinas de Sahagún, se encontraban los restos de Alfonso VI lo constituyó no solo el hecho de que figuraba este nombre en un pequeño rótulo dentro de una segunda caja, dentro de la primera, y que recogía la siguiente leyenda: restos mortales del augusto monarca don Alfonso VI, sino el análisis de los propios huesos. En la tibia izquierda era bien visible la herida que el rey había sufrido en la batalla de Sagrajas.

  • Textos: Hermenegildo López González
  • Fotografías: Martínezld

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