Era hija de Sancho Garcés y de la reina Toda Aznárez, vino incluida, por así decirlo, en el lote de las alianzas tejidas entre el Reino de León y el de Pamplona
En el estío del año 931 (probablemente en los finales del mes de junio o principios del mes de julio) fallece la esposa del Rey Alfonso IV denominado el Monje, la pamplonesa Onneca, Íñiga u Onega [¿?-Reina de León desde el otoño de 926], y el soberano-viudo entra en una profunda depresión.
Podría, a primera vista, ser considerado un problema menor, en el contexto del Reino, o, como mucho, circunscrito al ámbito familiar del rey anteriormente nombrado. Sin embargo, el hecho supondría un cambio que hasta podemos calificar de cualitativo, puesto que ello significó la llegada al trono de quien, en principio, no estaba predestinado a ocuparlo pero que, en el correr del tiempo, llegaría a convertirse en uno de los más grandes reyes del Reino de León, Ramiro II el Grande, el Invicto y también denominado el Diablo, por parte de sus enemigos.
Pero no adelantemos acontecimientos y consideremos, en primer lugar, quién era la reina Onneca.
De procedencia navarra, era hija de Sancho Garcés y de la reina Toda Aznárez, vino incluida, por así decirlo, en el lote de las alianzas tejidas entre el Reino de León y el de Pamplona, especialmente, en el deseo de encontrar apoyos y seguridad de los unos en los otros. Estos matrimonios concertados entre las diferentes casas reales o condales venían a significar, de otro lado, que la confianza de los unos en los otros no era tan importante como pudiera, en un principio, presuponerse. Así Ordoño II (rey de León, de 914 a 924) se casaría con Sancha, nombre que hará posteriormente fortuna en el reino leonés, y su hijo Alfonso IV (hijo de la primera mujer de Ordoño, Elvira Menéndez, fallecida en 921) desposaría a la hermana de esta Sancha, Onneca.
A pesar de que se trataba de un matrimonio de conveniencia, el hecho cierto es que los diferentes historiadores nos hablan de una joven de carácter dulce y de costumbres muy alejadas de las que nos imaginamos en aquel tiempo de grandes acontecimientos cortesanos. Esta manera de ser iba muy en consonancia con la de su marido que era fundamentalmente tímido y reservado por lo que ambos se complementaban perfectamente. Las crónicas de la época no reflejan, por así decir, ningún hecho de armas significativo durante el reinado de esta pareja; únicamente determinadas cesiones a algunos monasterios, como, por ejemplo, el de San Cosme y San Damián. Lo que parece significar la inclinación de Alfonso hacia la vida religiosa.
La dependencia de Alfonso respecto a su mujer es, por lo tanto, prácticamente total en sus escasos cinco años de reinado. Sucede a su padre Ordoño II en 926 tras el efímero paso por la cabeza del reino de su tío Fruela II el Leproso que apenas ocupó el solio regio unos meses, y el hijo de este que ni siquiera pasó a la historia con un numeral, sino solo como Alfonso Froilaz, el Jorobado.
A la hora de repartirse, entonces, los territorios de su padre Ordoño, que había conseguido ya algunas victorias señaladas sobre los enemigos del Sur (Castromoros, 916), los hijos de este gran rey decidieron hacerlo de la siguiente forma: Sancho Ordóñez se quedaría en Galicia, donde había encontrado esposa. Se trataba de la noble Goto Núñez, de una de las más importantes, antiguas e influyentes familias gallegas, bisnieta del conde Hermenegildo Gutiérrez.
Alfonso IV reinaría en León y el más pequeño, Ramiro II casaría con Adosinda Gutiérrez, hija del conde Gutiérrez Osórez, nieta, por parte materna del mentado conde Hermenegildo Gutiérrez y ocuparía la Galicia bracarense con capital en Viseu, ambos hermanos supeditados al rey de León, Alfonso.
Del matrimonio de Alfonso y Onneca nacerían dos hijos: Ordoño IV, el Malo que reinaría en León, en unos tiempos convulsos y en medio de graves guerras civiles, habiendo subido al trono, después de la muerte de Ordoño III, porque los nobles leoneses habían expulsado del mismo a su primo Sancho I, el Craso.
Ordoño IV terminaría sus días, según se cuenta, en Córdoba, despreciado por los cristianos y siendo la mofa de los musulmanes a los que se había entregado.
Otro hijo de Alfonso IV sería Fruela del que apenas se conoce nada y de cuya existencia tenemos conocimiento a través, únicamente, de un documento otorgado por su hermano Ordoño en fecha 18 de noviembre de 958.
Aciagos años, entonces, a los que hacemos referencia, con luchas entre hermanos y primos, en los que nuestros reyes eran juguete de los musulmanes y de las grandes familias nobles que los utilizaba para sus propios intereses, fundamentalmente los reyes de Pamplona y el conde de Burgos Fernán González, aquel a quien las crónicas castellanas cantan como un héroe; pero que no fue otra cosa que un redomado traidor, un manipulador y un interesado personaje cuando le convenía.
Pero estos hechos luctuosos ocurrirán algunos años después de la muerte del personaje que estamos glosando en el día de hoy: la pamplonesa Onneca de quien, como afirmamos, dependía sentimentalmente su marido Alfonso.
¿Qué ocurre entonces a partir de la muerte de la reina?
Su marido pierde los pocos deseos que tenía de seguir ocupando el trono y, dado que su hermano mayor había fallecido en el verano de 929, fecha en la que el reino de Galicia se integra de nuevo en el reino de León, opta por llamar a su hermano Ramiro que ya había dado pruebas de saber enfrentarse a situaciones difíciles, en su pequeño reino de lo que sería más tarde Portuscale.
Ramiro, entonces, se hace cargo del Reino de León y Alfonso opta por dedicarse a la vida religiosa retirándose al monasterio de Sahagún. Sin embargo, el mismo carácter e inconstancia que había exhibido en sus 5 años de reinado, se hará patente en la vida del claustro. Y así, convencido por algunos nobles que creían ver la oportunidad de medro personal, decide volver a ocupar el trono leonés que 5 meses antes había abandonado.
Al parecer, buscando apoyos, se dirigió a Simancas, lugar muy señalado en la época del reinado de su hermano Ramiro, donde le disuadieron de sus planes de recuperar el trono. Siguiendo, entonces, estos consejos, optó por regresar al monasterio, pero su inconsecuencia en las decisiones se hizo patente una vez más.
Aprovechando la preparación de una campaña contra los musulmanes, por parte de su hermano Ramiro, que se encontraba en la ciudad leonesa de Zamora, volvió a la sede regia donde se suponía contaría con el apoyo de Alfonso Froilaz y los hermanos de este, Ramiro y Ordoño, hijos de Fruela II a quien hemos hecho mención anteriormente.
La decisión no pudo ser más desacertada pues su hermano no era de su mismo carácter y, por lo tanto, mucho más expeditivo. Se dirigió de inmediato a León y a Asturias donde venció y capturó a todos los que habían conspirado contra él, el rey legítimo. De inmediato les aplicó la ley a la que, en aquellos momentos, eran sometidos los grandes traidores: la desorbitación. Así, cegados todos ellos, fueron encerrados en el monasterio de Ruiforco de Torío, fundado por el gran rey Alfonso III. Allí permanecieron hasta su muerte; en el caso de Alfonso IV, tuvo lugar en el año 933.
Allí fue enterrado, pero en la época de Alfonso V los restos de todos estos personajes, pertenecientes a la familia real, fueron trasladados hasta San Isidoro donde serían colocados en una urna común que se ubicó, en un principio, al lado del Evangelio, para ser trasladada más tarde al Panteón Real.
Como comentábamos, entonces, al principio de estas reflexiones, la muerte de Onneca marcará un antes y un después, en la historia del Reino, si bien, desgraciadamente, el reinado de Ramiro II podría ser, casi, considerado, un paréntesis en este mundo convulso del siglo X en el que los intereses tanto de la familia real como de los condes que la apoyan estaban muy lejos de poder ser calificados de legítimos y a favor de la causa común de la Reconquista. Serán, entonces, años duros para los leoneses que no se repondrán hasta la llegada de Alfonso V, el de los Buenos Fueros, por desgracia también, breve, como casi todos estos monarcas del Reino de León.
- Textos: Hermenegildo Lopez González
- Fotografías; Mártinezld