En la iglesia románica de Santa María y San Cipriano de León, Ramiro recibirá la corona y será ungido rey.
Situémonos en el día 6 de noviembre del año 931. La urbe regia estaba de fiesta. El hermano de un rey (Alfonso IV, llamado el Monge) que había dimitido de sus obligaciones como heredero de la corona leonesa, era ungido como nuevo soberano. Ramiro, que reinará con el ordinal segundo de una saga muy corta, en realidad, se hacía cargo de un reino que se encontraba demasiado aletargado por mor del temperamento de su hermano Alfonso y de sus escasos deseos de empuñar la espada y enfrentarse a los enemigos del Sur musulmán.
Ramiro, sin embargo, estaba hecho de otra pasta y ya había demostrado lo que sería capaz de llevar a cabo encabezando un ejército de mayor solvencia que el que tenía a su disposición en las tierras del Portuscale que había gobernado hasta entonces.
Mas ¿como y por qué se ha producido este imprevisto acontecimiento? Recordemos brevemente, puesto que ya nos hemos ocupado, en parte, del mismo, que el fallecimiento de Onneca Sánchez (ver La muerte de la reina de León Onneca Sánchez), había sumido a su marido en una enorme depresión, algo que le llevaría, finalmente, a abandonar el trono y, al propio tiempo, a llamar en su sustitución a su hermano Ramiro para hacerse cargo del mismo. Sin embargo, conviene detenerse, cuando menos unos minutos, a situar la figura del nuevo rey en su contexto y circunstancias antes de llegar a la urbe regia.
Ahondemos pues, en primer lugar, en sus antecedentes familiares: Ramiro es hijo de Ordoño II y de Elvira Menéndez (hija de los condes gallegos Hermenegildo Gutiérrez y Hermesinda Gatónez, de la familia de San Rosendo, Abad benedictino, fundador del influyente monasterio de Celanova y posterior obispo de Dumio-Mondoñedo), siendo el tercero de los mismos. Sus hermanos, por orden de nacencia, fueron: Sancho Ordóñez, rey de Galicia (subordinado al rey de León) entre los años 926 y 929, fecha de su muerte; Alfonso IV, rey de León de 926 a 931, fecha de su renuncia al trono; García Ordóñez, que le sigue en el orden y fallecido, probablemente en el año 935 y del que apenas se sabe otra cosa que su existencia; y finalmente Jimena Ordóñez, muerta después del 934. Solo conocemos alguna de sus actividades en determinados documentos de donaciones especialmente al Monasterio de Celanova.
Teniendo en cuenta que Ordoño II había sido rey de Galicia, durante los escasos cuatro años del reinado de su hermano García I en León, hemos de señalar que la educación de sus hijos fue confiada a determinados magnates gallegos muy próximos a él mismo.
En el reparto de los territorios de su padre Ordoño, terminadas las luchas consiguientes por el control del trono leonés con su tío Fruela II y contra su primo Alfonso Froilaz, Sancho tendrá también algunos problemas con su hermano Alfonso. La ayuda a este por parte de su suegro, Sancho Garcés I de Pamplona, hará que el primogénito se quede, definitivamente, en Galicia (pero supeditado al rey de León), algo que vendrá favorecido también, a causa de su matrimonio, en 927, con la condesa Goto Muñoz (o Núñez), descendiente de una de las más importantes familias gallegas de la época pues era hija de Munio Gutiérrez y de Elvira Arias. Ramiro, sin embargo, se quedará con el territorio portucalense, espacio geográfico que se encontraba en pleno proceso de repoblación por parte de los cristianos del Norte y los mozárabes del Sur.
Estas tierras, al sur del Miño, habían comenzado a ser colonizadas ya en la época de Alfonso III, el Magno, no sin dificultad, a causa de la apetencia de ciertos nobles a controlarlas de manera personal (el conde Vitiza, fundamentalmente y contra el que el soberano tendrá que enviar al mismísimo mayordomo de palacio Hermenegildo Gutiérrez) fijándose, de manera especial, en determinados núcleos como Braccara Augusta-(Braga), Chaves, Braganza y Oporto, que aun gozaban del prestigio derivado de la época de Roma en Hispania.
Así, ya desde el año 868, el conde Vímara Pérez ocupará Oporto, ciudad que, a su muerte, gobernará su hijo Lucido Vimarani y el mayordomo, antes aludido, Hermenegildo Gutiérrez.
La situación se hace más favorable en la zona a partir de la Batalla de Polvoraria o Polvorosa, del año 878, cerca del río Órbigo, momento en el que Alfonso III derrota al Emir Mohamed I. La repoblación avanza, pues, entre los ríos Miño y Duero y, de ese modo se ocuparán, poco a poco, aunque no de manera definitiva hay que señalarlo, las ciudades de Lamego, Viseo y Coímbra, apoyando este proceso desde Astorga y Salamanca y utilizando las calzadas antaño construidas por los romanos.
Surge, así, como decimos, un nuevo territorio denominado Portucalense que será, en el futuro, el origen de un nuevo país: Portugal. A partir, entonces, de Alfonso el Magno, podemos afirmar como lo hace él mismo que “estos territorios, desiertos durante largo tiempo, han sido poblados por cristianos desde Tui hasta Coímbra”, ciudad en la que se intentará establecer la capital ya que, además, cuenta con un río, el Mondego, que puede servir para su protección por el Sur y por el Oeste; sin embargo, poco tiempo después, la prudencia aconsejará retrasar dicha capitalidad unos 90 Km. más al Norte para establecerla en Viseo.
En este ambiente de lucha por nuevos territorios y la consolidación de los mismos va a desarrollar su vida el joven Ramiro, haciendo, pues, sus armas entre gentes que buscan nuevas oportunidades con las nuevas tierras que les son adjudicadas, al tiempo que no dudarán en defenderlas con sus vidas, si necesario fuere, contra los enemigos del Sur.
De otro lado, el carácter del rey de León, su hermano Alfonso IV, le permitirá actuar en su territorio de una forma prácticamente independiente, algo que se constata documentalmente, por ejemplo, ya en un diploma firmado en Viseo el 23 de febrero del año 926, en el que Ramiro utiliza las fórmulas propias de un rey. Asimismo, mantiene también una corte, en la que destaca la presencia de conocidos e importantes personajes como los condes Aloito y Vermudo Lucidiz, nietos del conde Vímara Pérez e hijos del conde Lucido Vimaránez; Fernando Ovecoz, Fernando Alderotiz, Froila Gundesindi y Lucido Aloitiz que serán incondicionales a la hora de apoyar a su señor. Sin olvidar también que cuenta con un ejército propio lo que, además de libertad, le permite establecer su propia política de avance hacia el Sur. Esta actitud, no corregida por el rey de León, irá en beneficio del propio Ramiro que será considerado, sin ambages y de inmediato, la persona más apropiada para suceder a Alfonso ya que goza del apoyo de todos sus súbditos.
La constancia documental de cuanto afirmamos se puede comprobar en el libro denominado Los Anales de Lorvão. Se trata de una breve crónica escrita en el monasterio portugués dedicado a San Mamés (San Mamede), redactada en los comienzos del siglo XII y que es también conocida como el Libro de los testamentos de Lorvão; recoge los reinados de Ramiro II, su hermano Sancho Ordóñez y Bermudo II, además de una serie de datos importantes sobre el avance, en el actual territorio portugués, del Asturorum Regnum.
Dicho monasterio se localiza en el pueblo de Lorvão, del municipio de Penacova, distrito de Coimbra, y fue fundado, precisamente, durante la primera reconquista cristiana de esas tierras y, en sus comienzos, era masculino y regido por la regla benedictina. Durante el reinado del primer rey de Portugal, Alfonso Enríquez, se convertirá en un importantísimo monasterio especializado en la confección de libros. Conviene recordar, sin embargo, que, en 1206, el monasterio se convertiría en femenino y se adscribiría a la orden del Císter. Estos profundos cambios fueron promovidos por Teresa de Portugal, hija de Sancho I y esposa de Alfonso IX de León; la joven reina volvió a su patria tras la anulación de su matrimonio y se convirtió en abadesa del monasterio, esta vez bajo la advocación de Santa María de Lorvão. Hoy, en el lado izquierdo del presbiterio de la iglesia del mismo, una tumba guarda sus restos; en el otro lado descansa su hermana Sancha. En Portugal, ambas hermanas son denominadas “las santas reinas”, y en la diócesis de León, la iglesia local la recuerda el día 17 de junio como Santa Teresa de León.
Pero volvamos al momento de la muerte de la reina Onneca (junio del 931) y, como sabemos, de la fuerte depresión del rey Alfonso y su renuncia al trono tras cinco escasos años de reinado; estos hechos le llevan a solicitar la presencia de su hermano Ramiro para que se haga cargo de la totalidad del Reino de León, toda vez que su hermano mayor, Sancho, había fallecido ya en junio de 929.
El joven rey se dirige presuroso hacia la urbe regia deteniéndose en la ciudad de Zamora en la que es informado cumplidamente de los pormenores y, una vez establecidos los necesarios pactos con la nobleza, siempre apoyado en sus más fieles vasallos, se encamina a León.
El día 13 de agosto del citado año de 931, Ramiro ya figura en dos diplomas con el apelativo de “rey de León” y su primera actuación es el nombramiento de Salomón como obispo de Astorga (931-951), aunque el propio interesado ya en fecha 26 de julio del mismo año se expresa de este modo: “corría el primer año del reinado de Ramiro en León”.
Damos por hecho, entonces, que Ramiro no tuvo problema alguno para hacerse con el control del poder por lo que, el día 6 de noviembre, en la iglesia románica de Santa María y San Cipriano de León, Ramiro recibirá la corona y será ungido rey. Comenzaba un periodo de esplendor y en el que el hecho de mayor relevancia sería la batalla de Simancas, de imperecedera memoria… o, al menos, así debería ser.
Sin embargo, los problemas para consolidar su poder vendrían unos meses más tarde de la fecha que glosamos, puesto que, como hemos señalado también en el artículo arriba aludido, su inconstante hermano tratará de hacerse de nuevo con el poder cinco meses más tarde, lo que derivará en una guerra civil, resuelta rápidamente por Ramiro II con el encarcelamiento tanto de Alfonso IV como de sus primos que desde Asturias intentaban apoyarle.
De ese modo, Ramiro podrá comenzar, en la primavera del año 932, su primera expedición bélica, en este caso contra las tierras de Toledo lo que nos es narrado por el obispo Sampiro que no escatima las alabanzas hacia el nuevo rey. La suerte de la guerra había cambiado.
- Texto: Hermenegildo López González
- Fotografías: Martínezl