Antes de entrar en la descripción de la fiesta y en las diferencias que podríamos, posteriormente, señalar en su evolución, quizá convenga ocuparse de algunos cambios habidos en las datas de su celebración.
.
En la entrega anterior, hemos tratado de revisar el mito de Santiago Matamoros, la Batalla de Clavijo, su aparición en las diversas fuentes escritas y su pervivencia en las fiestas o leyendas de los más diversos lugares en los límites de los primitivos reinos cristianos del Norte.
Quedaban, sin embargo, una serie de preguntas o dudas, especialmente en nuestro contexto leonés, a las que pretendemos ahora dar respuesta, antes de abordar el resto de las fiestas que recuerdan esos hechos, y su evolución a lo largo de la historia. Intentaremos, en su día, una breve exploración puesto que también algunas son del mayor interés: Sorzano (La Rioja), Carrión de los Condes (Palencia), etc.
Difícil, sino imposible, es encontrar la fecha del comienzo de este festejo en la capital del Reino de León y que denominamos de las Cantaderas. Las referencias más antiguas no van más allá del siglo XVI. En efecto, todo el que se ha ocupado del mismo (y vaya si puso interés el antiguo cronista de la ciudad, el siempre recordado Luis Pastrana) tiene como referente al padre Atanasio Lobera que, siendo testigo directo, nos lo refiere en su obra Historia de las grandezas de la muy antigua, e insigne ciudad y Iglesia de Leõ, y de su Obispo, y Patron sant Froylan, con las del glorioso S. Atilano Obispo de Çamora / recopilada por Fray Athanasio de Lobera, monge de Sant Bernardo de la observancia de España. Sin embargo, su recuerdo remite solamente al año 1596, aunque arriesgue vagas referencias al “arzobispo” (entendemos Ximénez de Rada), Lucas de Tuy, etc. Pero nada que tenga que ver directamente con la ceremonia en sí misma. Queda entonces la duda: ¿desde cuando venía celebrándose la fiesta de las Cantaderas cuando el padre Lobera la contemplara en dicho año?
Desgraciadamente no podemos dar una respuesta (aún) a la pregunta, si bien, él mismo la supone “de mucha antigüedad” (incluso por su complejidad escénica, aventuramos nosotros), y hasta se atreve a afirmar que la ceremonia (cantos y danzas) pudiera tener su origen en el momento de la vuelta de la batalla misma, circunstancia que se habría aprovechado para que todo el pueblo saliera a recibir a su rey en triunfo. Al mismo tiempo, se trataría de manifestar un agradecimiento público al Señor que, con su ayuda en la batalla de Clavijo (sic), les había liberado del “nefando” tributo. Algo semejante, razona, a lo que ocurrió en tiempos de Moisés cuando María, la hermana de Aarón, danzó con otras muchachas para agradecer a Yahvé/Dios haberlos sacado de Egipto. O también, en tiempos del rey David, después de que este venciera, contra todo pronóstico, al gigante filisteo Goliat.
Lo cierto es que el padre Lobera nos describe de una manera pormenorizada los actos que se llevaron a cabo en ese mentado año de 1596, que no difieren, en lo esencial, de lo que hoy podemos contemplar. Salvo, eso sí, lo que se refiere a la entrada del carro de las ofrendas por la catedral misma, la corrida de toros previa a la fiesta, para la entrega posterior del “cuarto de toro”, la donación de un monasterio hecho de manteca, y dos bandejas de miel, obsequio que debían entregar los canónigos de San Isidoro, y algunas pequeñas variantes más, propias de los tiempos, y que han ido ajustándose a las realidades posteriores. Sin embargo, estas referencias al pasado, en algunos casos, son esgrimidas dialécticamente tanto por el capitular de la Santa Iglesia Catedral como por parte del representante del corregimiento, a la hora de defender sus posturas antagónicas en la entrega de los “dones” que el pueblo de León lleva “voluntariamente” (oferta) a Nuestra Señora de Regla y que los canónigos de nuestro primer templo reciben como “foro”, una obligación contraída por el pueblo leonés.
Así lo transmite el Padre Lobera, prescindiendo de los festejos que rodean ese día grande y que se integran en dos fechas más: “Al salir del sol, viene el Corregidor con la caballería, todos en sus caballos, muy bien enjaezados, llevando uno de ellos un estandarte en nombre del Rey Nuestro Señor cuyo es este derecho y preeminencia. Llegados los caballeros a la puerta de la iglesia, y apeados, oyen misa en el mismo lugar en que se cantó la salve la tarde anterior. (…) Antes de comenzar la misa mayor hay procesión solemnísima por la iglesia y claustro. Vi a todos los capitulares con capa de brocado y sedas, y el obispo de pontifical. Al salir de la procesión, entran también las doncellas, con el mismo aderezo, con el mismo orden y con el mismo acompañamiento que vinieron a las vísperas del día antes. Y como bien instruidas, van danzando con singular gracia y donaire por toda la procesión. (…) y antes de llegar a la puerta de Nuestra Señora del Dado, las doncellas cantaderas de la parroquia de San Marciel (Marcelo, ha señalado con anterioridad) ofrecen al obispo un canastillo de peras y otro de ciruelas. Con este aparato y fiesta y con innumerable concurso de gente, vuelve la procesión al coro y se celebra la misa solemnísimamente”.
En la referencia al día anterior, de la que no nos ocupamos por falta de espacio, ya ha dejado constancia de que las cantaderas proceden de cuatro parroquias de la ciudad: San Marcelo, San Martín, Nuestra Señora del Mercado y Santa Ana. Sorprende, sin embargo, que no aparezca, en esa relación, la parroquia de Santa Marina la Real. Es cierto que su emplazamiento actual en el antiguo templo jesuítico, data de 1770: pero la existencia de un templo anterior, adosado al lienzo de la muralla en la calle que lleva precisamente el nombre de la santa, está documentado en el siglo XIII. ¿Podríamos explicar el hecho porque se trataba de una parroquia dependiente de San Isidoro? Se ha barajado la hipótesis…
De otro lado, aunque la existencia de una parroquia dedicada al santo patrono de la ciudad, San Marcelo, según se cree, data del siglo XI (1096), y no precisamente durante el reinado de Ramiro I, como leemos en determinadas informaciones sobre el citado templo (recordemos que el edificio actual fue construido, en 1588, por los maestros Juan del Ribero Rada y Baltasar Gutiérrez, y que las obras concluyeron en 1627), el auge de la devoción al santo se produce a partir del momento en el que se trasladan sus reliquias desde Tánger a León, en la época de Fernando el Católico (29 de marzo de 1493). ¿Nos aproximarían estos datos, siquiera sea colateralmente, a una posible fecha del comienzo de la ceremonia de las Cantaderas por la presencia del rey Fernando y la relevancia de la construcción del nuevo templo? No podemos dejar de señalarlo por la preeminencia que se les atribuye a las doncellas de esta parroquia, en detrimento, por ejemplo, de la parroquia que alberga a la Virgen del Mercado, tenida desde tiempo antiguo como la patrona de la ciudad.
Dejando de lado estas conjeturas, digamos de nuevo que el ceremonial ha variado y se ha enriquecido con nuevos elementos protocolarios, pero intentando mantener el espíritu de lo heredado.
Mas, antes de entrar en la descripción de la fiesta y en las diferencias que podríamos, posteriormente, señalar en su evolución, quizá convenga ocuparse de algunos cambios habidos en las datas de su celebración.
.
En la descripción del Padre Lobera, comprobamos que el día grande de la misma coincide con la Asunción de María, el 15 de agosto. ¿Razones? Para la iglesia oriental (y celebrada desde el siglo VI), este sería el momento en la que la madre de Jesús habría sido elevada al cielo, en cuerpo y alma, después de su “dormición”; fecha pues de la mayor trascendencia para los cristianos.
Casi de inmediato (siglo VII) esta creencia pasó a la iglesia de Roma, aunque hemos de significar que no fue declarada dogma de fe hasta 1950, durante el pontificado del papa Pío XII.
Se trata de una fiesta de especial devoción y se celebra con gran solemnidad por toda la Península. Y dado que se trataba de la liberación de unas jóvenes vírgenes que se habían encomendado a la protección de Santa María (delante de la Virgen de Regla depositan sus presentes), convenía recordar su especial ayuda en el día más importante que la iglesia dedica a su recuerdo.
,
Lobera, sin embargo, en su deseo de acomodar esta fecha a la de la vuelta de las tropas cristianas después de la batalla de Clavijo, expone una curiosa teoría: el día 25 de mayo del año en cuestión, el rey habría firmado en Calahorra el voto a Santiago. Para ello habría debido consultar con sus asesores, especialmente los clérigos, sobre la trascendencia del hecho puesto que iba a comprometer al Reino; pero, dada la importancia de mantener lo conquistado, habría empleado un tiempo en dirigir la fortificación de Calahorra, ciudad valiosa desde la época romana. Así, a su vuelta a la capital del Reino (que, como decimos no lo era y se encontraba por el contrario en franca decadencia), habría hecho coincidir su entrada en triunfo con la fecha de la Asunción.
De cualquier modo, retomamos las palabras finales del razonamiento del Padre Lobera cuando señala de manera taxativa: “No hallo otra razón ni ocasión sino ser este día el más festivo y principal que la ciudad tiene por estar la Iglesia Catedral consagrada y dedicada a esta fiesta de la madre de Dios (…) Y como a la capitana de la limpieza amparo universal de mundo, patrona y abogada del pueblo cristiano, las vírgenes e esta ciudad y reino le consagraron la victoria de su libertad celebrándolo en el día más importante que la Iglesia le festeja, en todo el discurso del año”.
Sin embargo, la fecha exacta de esta celebración tan especial fue variando con el tiempo e incluso interrumpiéndose por momentos. Dichas interrupciones vinieron motivadas por los más variados motivos; en unos casos, la propia dinámica de la festividad fue perdiendo interés (falta de personas o colectivos que desearan implicarse, las parroquias que juzgaban tener que vestir a las Cantaderas como un gasto excesivo, responsables del Excelentísimo Ayuntamiento que no eran muy partidarios de “rendir pleitesía a la iglesia”, etc.). Sin olvidar las guerras que trajeron los siglos posteriores, especialmente la ocupación de la ciudad por parte de los franceses; aquello supuso un abandono total de la tradición entre los años 1808 y 1812.
.
A partir de 1813 se intentó recuperar la costumbre, pero terminará siendo el Ayuntamiento, en soledad, el que acuda hasta la Catedral e incluso sin el ceremonial acostumbrado. Por momentos, incluso, con la sola presencia del secretario que comparecía a entregar la limosna simbólica en que había derivado el antiguo cuarto de toro que se donaba a los canónigos (primero en reales, luego en pesetas y, en nuestros tiempos, en euros, naturalmente).
El impulso definitivo para la recuperación vendrá en 1931, desde el Grupo de Tradiciones Leonesas (Francisco Roa de La Vega, Mariano Domínguez Berrueta y José Eguiagaray, fundamentalmente, también promotores de la puesta al día de unos estatutos para la Muy Ilustre, Real e Imperial Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro, en 1946). Conseguirán ya, en 1934, que se realizara de nuevo una ceremonia con Cantaderas vestidas con vistosos trajes, imitando aquellos a los que la tradición hacía referencia.
Llegan los años 70 y, por mor de las nuevas costumbres (vacaciones), el Ayuntamiento propone al Cabildo Catedral una variación de fecha. Se intenta encajar la fiesta en lo que se está promocionando por la época, las “Ferias y Fiestas de San Juan y San Pedro”, y que están cobrando una innegable relevancia en una sociedad netamente rural. Mas este cambio hacia el día de San Pedro se topa muy pronto con un problema inesperado; ese día deja de ser festivo y, por ello, se decide volver a la fecha original… mas únicamente por un año: 1977.
Al año siguiente, ambas instituciones llegan al acuerdo del traslado hacia la fecha que conocemos hoy: domingo antes de San Froilán, patrono de la diócesis legionense, y fecha en la que, de manera tradicional, acuden miles de romeros, no solo de los límites de la diócesis y provinciales sino de la cercana Lugo (San Froilán también es patrono de dicha provincia, a causa de su nacencia en la misma, hacia el año 832) y de Asturias, de tradiciones, historia y leyendas tan similares a las leonesas.
¿Y cuál ha sido el resultado final de este ceremonial que describe el Padre Lobera y que en nuestros días contemplamos? Esa reflexión la dejamos para un próximo capítulo.
- Textos: Hermenegildo López González
- Fotografía: Martínezld