León, como algunos otros lugares en la zona noroeste de la Península, recuerda en esta celebración u otras semejantes el fin del “nefando tributo de las 100 doncellas”.
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En los finales del mes de septiembre, tiene lugar en León una de las fiestas que, por lo que se constata, ha ganado en importancia, especialmente en los últimos años. Nos referimos, naturalmente, a la fiesta de las Cantaderas y su prólogo La rebelión de las doncellas, celebradas en el marco de las jornadas dedicadas al patrono de la diócesis legionense, San Froilán.
Abordamos, en esta parte inicial, la aproximación a la citada en primer lugar, puesto que la segunda apenas cuenta con 12 años de vida (aunque se ha asentado perfectamente) y, por lo mismo, es más fácil dar cuenta de ella.
Diremos, para empezar, que León, como algunos otros lugares en la zona noroeste de la Península, recuerda en esta celebración u otras semejantes el fin del “nefando tributo de las 100 doncellas”.
Dos aspectos principales a considerar: la justificación de los hechos que se recuerdan y el modo (incluso el momento) en el que se llevan o se han llevado a cabo las celebraciones, que será motivo de reflexión posterior.
Si tenemos en cuenta los diferentes lugares donde esta celebración se mantiene o incluso existió en un pasado más o menos reciente, debemos llegar a la conclusión de que en todos ellos se rememora la intervención del apóstol Santiago que habría venido en ayuda de los cristianos durante una batalla que denominamos de Clavijo, la cual habría supuesto el fin de ese “tributo de las 100 doncellas”. No entramos ahora, ni siquiera, en la discusión de la existencia o no de la citada batalla, puesto que no pocos historiadores la ponen en duda.
Mas, por situarnos en la contemporaneidad de los hechos, y de acuerdo con la tradición, diríamos que dicha batalla habría tenido lugar en tiempos del rey Ramiro I, y más concretamente en los alrededores del año 844. Para algunos, sin embargo, habría que adelantar unos años el reloj del tiempo y situarla, en la zona de Clavijo-Albelda-Monte Laturce, en la época del hijo del citado Ramiro, Ordoño I; y en este caso estaríamos hablando del año 859. En efecto, en dicho año combatieron Ordoño I y Musa ibn Musa, caudillo de los musulmanes del Ebro. Y este, según estudios recientes, habría sido uno de los muchos enfrentamientos que habrían tenido lugar para el control de la zona, de interés estratégico para ambos bandos. Como testimonio, cabe señalar, no solo las evidencias de restos de los citados encuentros bélicos sino incluso la propia toponimia: el “Campo de la Matanza”.
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Mas, faltos de poder demostrar la presencia de Santiago en la batalla (algunos textos describen la aparición del apóstol al rey en sueños, otros señalan que también “combatió contra los sarracenos a lomos de un corcel blanco y blandiendo una espada”), puesto que la afirmación pertenece, más bien, al campo de la Fe, sería de interés establecer el momento a partir del cual, en las diferentes crónicas se describen estos hechos. Algo que nos parece de vital importancia a la hora de diseccionar el propio mito.
Las fuentes parecen indicar que la presencia de “Santiago Matamoros”, en la batalla, solo comienza a manifestarse, eso sí, de manera recurrente, en las crónicas del siglo XII; así se cita ya en la Historia Silensis (crónica compuesta entre la muerte de Alfonso VI y los últimos años de su hija y sucesora Urraca I de León), escrita, con un gran porcentaje de seguridad, en León, y en el recinto de la iglesia palatina dedicada al Santo Isidoro. Como complemento a esta información, señalaremos que, en esta crónica ya aparece el grito que acompañó siempre a los cristianos en sus enfrentamientos contra los sarracenos, “Santiago y cierra España”; se documenta su utilización en el relato que el cronista dedica a la conquista de Coímbra por Fernando I el Magno (1064), un año antes de su muerte (diciembre de 1065)
También se ocupa de la aparición de Santiago la Crónica Najerense (1160) y la Chronica Adephonsi Imperatoris, de autor anónimo, compuesta entre los años 1153 y 1157, es decir, desde el momento de la coronación de Alfonso VII, en León, hasta la fecha de su muerte, en las cercanías del actual pueblo de Fresneda de la Sierra, en plena Sierra Morena.
Del mismo modo, pero ya en el siglo XIII, hemos encontrado referenciado el hecho en el Chronicon Mundi, (hacia 1238), de nuestro gran Lucas de Tuy, canónigo que fuera de San Isidoro y, posteriormente, obispo en la ciudad para siempre unida a su nombre.
En términos similares se recoge la presencia del Apóstol, en De rebus Hispaniae, obra debida a Rodrigo Ximénez de Rada, navarro, arzobispo de Toledo, protegido por Alfonso I de Castilla (a quien denominan Alfonso VIII), y declarados enemigos ambos del Reino de León.
A partir de ese momento encontramos referencias en un número elevado de obras de las que únicamente citaremos, por su relevancia, las siguientes: la Estoria de España, de Alfonso el Sabio; el Poema de mío Cid, cuya autoría es motivo de debate; la Vida de san Millán de la Cogolla, de Gonzalo de Berceo; el Poema de Fernán González, de dudosa autoría, probablemente un monje del monasterio de san Pedro de Arlanza; el Poema de Alfonso onceno, de un autor seguramente leonés, Rodrigo Yáñez, por la lengua que utiliza; el Laberinto de Fortuna, de Juan de Mena; la Compilación de los milagros de Santiago, de Rodríguez de Almela, etc.
De las crónicas medievales y de los escritores del siglo XV citados, el mito de Santiago entró con fuerza en el ámbito del teatro, incluso en nuestros autores del Siglo de Oro y, qué duda cabe, en el propio romancero; era un tema que se prestaba especialmente a ello. Hasta tal punto que hay numerosísimos ejemplos en los que encontramos el mito de Santiago Matamoros y que llamaría la atención a autores de la talla de Lope de Vega (Las famosas asturianas).
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El romanticismo fue un movimiento especialmente proclive a la magnificación del relato tanto por esa vuelta a la Edad Media y a las leyendas vinculadas a dicho período como por la importancia del hecho religioso presente en aquellos momentos, sin olvidar el carácter nacionalista que lo impregnaba todo. Así, Santiago y su intervención a favor de los cristianos sería considerado el símbolo más palmario de la lucha por la libertad y por lo que se podría denominar la conciencia nacional.
Pasados aquellos furores y aquellas exaltaciones románticas, podemos concluir, a pesar de todo, que el recuerdo de la batalla de Clavijo y el tributo de las cien doncellas se ha prolongado en el tiempo y, con mayor o menor acierto, viene siendo recogido, aún en la actualidad, pues lo encontramos como tema central en varias novelas históricas.
Vista la importancia literaria del mito podemos afirmar que aunque Santiago no haya intervenido en la batalla de Clavijo y aunque la leyenda surgiera en una época alejada en dos siglos de la citada batalla, cabe deducir que la figura del “Matamoros” habría nacido tanto por intereses políticos (la manifestación del poder de los reinos del Norte sobre los del Sur, el estímulo de los combatientes, la certeza de un victoria sobre el secular enemigo y, por lo mismo, la esperanza de una vida mejor…) como religiosos (el triunfo de la Cruz sobre la Media luna, el apoyo de la divinidad a una causa más justa o la propia instauración del voto a Santiago que proporcionaría elevados ingresos y fama a la iglesia que custodiaba los restos del Apóstol). Hay que señalar, asimismo, que, Santiago, de inmediato, se convirtió en uno de los símbolos de la “Reconquista”, y traspasaría fronteras para serlo, si cabe, de toda la cristiandad occidental especialmente a través del camino que lleva su nombre.
Su aparición habría servido también de modelo para otros fenómenos religiosos posteriores como la manifestación de San Isidoro en Baeza a Alfonso VII, el Emperador, o más tarde del propio San Isidoro a Fernando III, el infante leonés, hijo de Alfonso el Legislador; San Millán se habría mostrado como ayudante en las batallas a castellanos y navarros, al parecer, en tres ocasiones; e incluso la Virgen María escuchó las súplicas del Maestre de Santiago, Pelayo Pérez Correa, en la Batalla de Tentudía, en 1242, por no citar más que las algunas muy señaladas intervenciones de lo Alto a lo largo de la Edad Media.
Una pregunta, llegados a este momento: ¿y cómo surge, según los cronistas, la obligación de ese “nefando tributo” que los cristianos del Norte debían pagar cada año a sus enemigos? ¿Y en qué consistía el mismo?
La historia de la humanidad se ha caracterizado siempre por una eterna lucha del bien contra el mal (o viceversa) y este mito no podía ser una excepción. Así surge una figura que será el culpable de esta afrenta contra su pueblo, incluso un bastardo que encarnaría, en su propio origen, esta dualidad. Será llamado Mauregato , y es hijo de Alfonso I y de una sierva musulmana (algunos, sin embargo, creen encontrar su origen en la zona más occidental de Galicia).
Tras la muerte de Silo (783), marido de la reina Adosinda, la corona parecía deber recaer en Alfonso II, el Casto (hijo de Fruela I, el Cruel), a instancias de la propia reina; pero una parte de la nobleza astur, recordando las acciones de su padre, que llevaron a la atribución de este apelativo, encumbró a Mauregato, que, para conseguir ser reconocido como rey, solicitó la ayuda del emir de Córdoba, Abderramán I, a cambio del tributo motivo de esta reflexión.
El mismo consistiría, según recogen algunas crónicas, en 100 doncellas (50 nobles y 50 plebeyas, recogidas en diversos lugares del reino), 1000 escudos, 1000 lanzas, 1000 lorigas, 100 caballos y otros tantos mulos, además de una determinada suma de dinero; todo ello habría de ser entregado cada año al representante del emir.
Este estado de cosas habría concluido gracias a la intervención del Hijo del Trueno y a la valentía de los soldados cristianos que, agradecidos, entregarían a Santiago el botín que habría correspondido a un caballero, puesto que así habría intervenido en la batalla de Clavijo. En León, sin embargo, mantenemos otra versión de los hechos… pero de ellos nos acuparemos en el siguiente capítulo.
- Textos: Hermenegildo López González
- Fotografía: Martínezld