Los leoneses alcanzarán un objetivo perseguido por, al menos, 150 años, desde el momento del primer diseño serio de conquista por parte de Alfonso VI.
Hacemos esta necesaria precisión temporal por el hecho de que estamos ante una ciudad que se conquistó y se perdió en más de una ocasión y es algo que nos parece de interés explicar, aunque sea brevemente y volando sobre los siglos.
No entraremos, naturalmente, en la consideración detallada de la conquista de esta zona por parte de los alanos (año 411) y el momento en el que el gran rey Leovigildo la integra definitivamente en el reino visigodo, después del levantamiento de su hijo Hermenegildo y la subsiguiente guerra civil causada por la diferencia en la interpretación sobre la naturaleza divina del Hijo de Dios (arrianos) en contra de la doctrina fijada en el Concilio de Nicea (325). Corría, entonces, el año 418.
Posteriormente, con la llegada de los musulmanes en el año 711 (Batalla del Guadalete), toda la zona pertenecerá a este nuevo pueblo, sin que entremos a calificar tampoco las diferentes tribus o personajes que detentaron el poder en estas tierras.
Nos interesan, especialmente, los intentos leoneses para apoderarse de ellas hasta llegar a la consecución final en la época de nuestro Alfonso el Legislador o el Rey ciudadano, como ha sido también calificado por su atrevimiento al dar voz a quienes no la tenían, en las Cortes, desde el mismo momento de su llegada al trono, en 1188.
En el recuerdo se encontraban diferentes conatos de conquista que podemos rastrear desde la época de Alfonso III el Magno del Asturorum Regnun que deberíamos calificar simplemente como de razias (siempre positivas, por las rapiñas que proporcionaban… si terminaban felizmente), pero que ya apuntaban al deseo de ocupar estas ricas tierras por parte de los leoneses. De hecho, el gran rey que consolida la Caput Regni en la antañona Legio, Ordoño II, también hace algunas incursiones por la zona y se atreve a llegar hasta Sevilla. La empresa es aún demasiado arriesgada y tampoco se pretenderá una definitiva conquista; los leoneses son conscientes de los hechos, pero con estas demostraciones dejarán patente, ante los enemigos, su irrefrenable deseo de, algún día, lograr el objetivo final, que no es otro que el de la recuperación del solar ibérico, el de la patria de los hispano-romano-godos.
En esta rápida remembranza no podemos tampoco ignorar la campaña de Alfonso VI de León que llegaría a ocupar Coria en 1077. Sin embargo, sus intentos de conquista se vieron frustrados, apenas a 17 kilómetros de Badajoz, siendo derrotado estrepitosamente por los almorávides en la Batalla de Sagrajas, en la que el propio rey es herido en una pierna. En ese momento podemos situar al primer caudillo de Cáceres Yusuf ben Tashufin, que repuebla la vieja Norba romana hasta hacer de ella un punto importante en la zona.
Más cercana aún en el tiempo está también la breve reconquista de la ciudad de Cáceres por parte, esta vez, de nuestro Alfonso VII, el Emperador, lo que ocurrió en 1141, aprovechando el momento de debilidad por el que atraviesan los almorávides que tantos quebraderos de cabeza le habían causado, como decimos, a su abuelo Alfonso VI, el conquistador de Toledo.
Sin embargo, en esta sucesión de oleadas que llegaban del norte de África, tres años más tarde, en 1144, la ciudad es reconquistada por Abd al Mumin. Los almohades habían venido a suceder a sus hermanos de religión, los almorávides, y se perdía el importante logro cuál era la presencia cristiana en el valle del Guadiana y su rica vega.
Fallecido el Emperador y repartido el reino entre sus hijos varones, Fernando, el segundo del Reino de León, no abandonó los deseos que parecían haberse convertido en atávicos y volvió a la carga para intentar apoderarse de Cáceres, no tanto por la importancia de la ciudad, que sí lo había sido en la época romana sino por mantener un control más de la vía argéntea y, como decimos, de las tierras circundantes.
Y, si hablamos de la propia ciudad (o quizá villa en la época), convendría también hacer una breve pausa en el relato para detenernos en su propio nombre y la evolución del mismo hasta llegar al actual. Así, en la época de su fundación, año 34 a. C., durante el Segundo Triunvirato (compuesto por Marco Antonio, Lépido y Octavio), fue denominada Norba Caesarina, manteniendo la primera parte del nombre en la época visigoda. Sin embargo, para muchos de los estudiosos, también era conocida con el nombre de Castris del que podemos fácilmente deducir su designación actual. En la época musulmana fue llamada Qāṣras o Qāṣr As, que así es como aparece en algunos escritos del siglo XIII. Mas, por lo que hace a la denominación que le daban los cristianos, encontramos Cáceres, en bula del papa Alejandro III (1168), Castes, en el documento de 1171, que reconoce a los famosos Fratres de Cáceres (antecesores de los Caballeros de la Orden de Santiago), como señores de esas tierras; posteriormente, ya en 1222, encontramos Cárceres o Cáceres, en sendos documentos firmados por Alfonso IX (VIII de León), en 1222 y, finalmente, Cánceres, en el pergamino que recoge una serie de concesiones del propio Alfonso ya a la leonesa Orden de Santiago.
Pero volvamos a nuestro Fernando II y su deseo de continuar el objetivo claro de hacerse con esta parte de Hispania, diseñado por su padre Alfonso VII. La verdad es que a ello se vio, en cierto modo, forzado por la aparición de un personaje muy particular de la época: el portugués Geraldo Geráldez, denominado Geraldo Sempavor (“sin miedo”) que, en función de sus intereses, peleaba, unas veces a favor de los leoneses, otras de los castellanos, pero, fundamentalmente, en la defensa de los de Portugal, un reino que se encontraba en plena formación aún, lo cual parecía ofrecer buenas perspectivas de futuro, si el dicho reino llegaba a consolidarse.
Así, Geraldo, intentando granjearse la amistad del primer rey portugués, Alfonso Enriques, emprendió una campaña en la que consiguió apoderarse de una serie de ciudades de la Extremadura leonesa, tierras que le habían sido adjudicadas al Reino de León en el Tratado de Sahagún, firmado en 1158 entre los hijos del Emperador Alfonso: Sancho y Fernando. Como resultado de dicha expedición llegó a conquistar, Trujillo, Montánchez e incluso Cáceres, intentando con ello privar al Reino de León de una posible futura expansión hacia el sur. Fernando II movilizó sus tropas y no solo consiguió derrotar a los invasores portugueses, sino que hizo prisionero a su rey (Alfonso I) y al propio Sempavor; ambos fueron liberados posteriormente a cambio de un jugoso rescate. Cáceres pasaba a ser leonesa, mas solo entre el 1 de agosto de 1170 y 1173, fecha en la que los almohades, encabezados por Abu Ya’qubYúsuf, consiguen liberar la ciudad y pasar por las armas a los Fratres de Cáceres o Caballeros de la Espada (unos 40 que se habían atrincherado en una torre), a los que Fernando II había confiado la defensa de la villa.
Habría que esperar aún bastantes años para consolidar la conquista; sin embargo, los leoneses no cejaban en sus intentos y así, en 1213, 25 años después de su llegada al trono, Alfonso intenta recuperar lo conquistado por su padre. Cierto es que no llega a alcanzar su objetivo final, pero haber establecido un puente de asalto en Alcántara es considerado como un logro para futuras empresas, algo que intentará cinco años más tarde (1218), también sin éxito. Las crónicas, en este caso, nos hablan de que el tiempo no le fue propicio.
Su carácter leonés (“el que no ceja”) le hará intentarlo, una vez más, en 1222, encontrando una fuerte resistencia de parte de los almohades, algo que le causó un número importante de bajas en su ejército por lo que se decidirá a preparar una nueva campaña en la que deberán implicarse tropas de los reinos aliados, y aún extranjeros, puesto que había conseguido del papado una bula para llevarlo a cabo en forma de cruzada.
La campaña final tendrá lugar en el victorioso año de 1229, por desgracia uno antes de su paso al más allá; desde los comienzos del citado año, Alfonso será capaz de reunir un importante número de tropas, y así, el 23 de abril (día para el recuerdo) Alfonso, y con él los leoneses alcanzarán un objetivo perseguido por, al menos, 150 años, desde el momento del primer diseño serio de conquista por parte de Alfonso VI. A lo largo de todo ese tiempo, los leoneses habíamos empeñado vidas y haciendas, ilusiones y esperanzas, sueños e incluso multitud de frustraciones. No importaba ya en aquel momento; se había llegado a la meta en un relevo de generaciones, algo que ahora parece haberse olvidado. En dos largas semanas de asedio, los almohades abandonaban una ciudad que sería repoblada por leoneses (ocuparían la parte alta de la misma), asturianos, gallegos y algún castellano a los que se reservaría la parte más baja, y Alfonso, fiel a sus principios, concedería, de inmediato a la ciudad una Carta Puebla (el Fuero Latino de Cáceres) haciendo de esta una villa de realengo para evitar que pudiera caer en manos de los poderes nobiliarios o eclesiásticos.
Qué diferencia con lo que algunos celebran; en los límites del Reino de León (desde Asturias, Galicia, el núcleo central del mismo y aún la Extremadura leonesa), celebramos victorias y no derrotas, realidades y no ensoñaciones, verdades y no manipulaciones. Y siempre, y por encima de todo, la ley que da seguridad y perspectivas de futuro a los ciudadanos.
Que las nuevas generaciones lo aprendan y lo sigan practicando como venimos haciendo desde nuestros antepasados prerromanos o desde el Fuero de León de 1017 o desde la Carta Magna leonesa de 1188 y subsiguientes. En eso consiste la herencia y la transmisión de unos valores que, entendemos, inmutables.
- Textos: Hermenegildo López
- Fotografías: Martínezld