El enfrenamiento tuvo lugar en la madrugada del día siguiente de la llegada del ejército cristiano, el 29 de mayo.
La historia nos enseña, una y otra vez, incluso, a veces, de manera inmisericorde, que no es bueno emborracharse de éxito, que no es prudente ensañarse contra un enemigo al que creemos vencido, si no lo está realmente; que la rueda de la fortuna es imprevisible y que el tiempo trae y lleva, a su capricho y sin medida, sonrisas y lágrimas.
Esta introducción nos viene sugerida por lo acontecido en la batalla que hoy recordamos e incluso en los previos de la misma. La batalla de Uclés de 1108 entre cristianos y musulmanes, encabezados por los almorávides. Y hacemos esta precisión puesto que, siete siglos más tarde (el 13 de enero de 1809), también en el mismo emplazamiento, tuvo lugar otra contienda, en este caso entre españoles y franceses, en el contexto de la denominada Guerra de la Independencia contra Napoleón y sus tropas.
Circunstancias
Nos trasladamos, pues, al año 1085; nuestro Alfonso VI, especialmente tras la conquista de Toledo, y, ¿por qué no decirlo?, con él las tropas cristianas parecen haber alcanzado el mayor de los deseos, después de 374 años de lucha: la conquista de la Imperial Toledo, la capital del reino de los visigodos. Ello faculta al rey para hacerse llamar rey de León y Toledo, Emperador de toda España, Emperador de las tres religiones… incluso Rex Ibericus”.
Sin embargo, los temores de los reyes de las taifas, van a trastocar todos los planes, todas las esperanzas de paz duradera de los unos o los afanes expansionistas de los otros. En ese contexto y hasta de las represalias que se temen, según algunas fuentes, por el hecho de que los enviados de Alfonso VI a Sevilla para cobrar los impuestos, fueron mandados asesinar por Al-Mu’tamid, rey de dicha taifa hacen que, desde esos los reyes del Sur se tomen decisiones de tanto calado que van a cambiar el rumbo de la historia, tanto para los reinos cristianos como para los propios solicitantes, puesto que ello supondrá, a la larga, su propia desaparición.
Concretando y tratando de esclarecer los hechos, diremos que lo anteriormente señalado supuso un ataque por parte de las tropas cristianas. En conversaciones posteriores entre Al-Mu’tamid con su homólogo de Badajoz, Al-Mutawákkil, ambos deciden pedir ayuda a sus hermanos de religión, los almorávides, que habían creado un imperio en el Norte y Este de África con capital en Marraquech.
No entraremos ahora en consideraciones sobre el integrismo religioso de este grupo, su avance y sus campañas bélicas en el continente africano, su forma de vestir o incluso de guerrear, ni tan siquiera en la política que llevaron a cabo en al-Ándalus que acabo incluso con sus primeros aliados. El objetivo de la reflexión de hoy es solamente la batalla de Uclés, como hemos señalado más arriba.
Sin embargo, sí cabe apuntar que, desde la llegada de este contingente de soldados muy bien entrenados para el combate, la estrella de Alfonso comienza su declive y así se producen las derrotas de Zalaca o Sagrajas (23 de octubre de 1086),Consuegra (15 de agosto de 1097, donde perdió la vida Rodrigo, el hijo del Cid y localidad esta donde, por cierto, llevan a cabo una extraordinaria recreación histórica nada semejante a los mercados medievaloides que conocemos por estos lares) o la de Salatrices 1106 (donde el propio rey fue herido en una pierna), para terminar en la que hoy glosamos, Uclés.
Para la fecha (1108) ya había fallecido (dos años antes) Yúsuf ibn Tasufín, el “Príncipe de los creyentes”, como así era llamado y así firmaba el gran jefe de los almorávides que les dirigió en sus primeras incursiones a través del Estrecho de Gibraltar; para los cristianos de la época, sin embargo, un verdadero segundo Almanzor. Le había sucedido su hijo, Alí ibn Yúsuf, que continuó la política de su padre, en su deseo de borrar todas las taifas y seguir combatiendo a los cristianos. En esta ocasión el objetivo claro era atacar al Reino de León.
Los prolegómenos
En los primeros días de mayo de 1108, gran parte del ejército almorávide sale de Granada, comandado por Tamim ibn Yúsuf, gobernador de dicha ciudad y hermano del arriba citado; avanza hacia el Norte, recogiendo las tropas que le aportan sus diferentes aliados, por ejemplo, Córdoba y Alcaraz. Sigue por la Roda, donde recibe los refuerzos procedentes de Valencia y Murcia que vienen comandados por sus respectivos gobernadores Abd Allah Muhammad ibn Fatima y Abu Abd Allah Muhammad ibn Aisha.
Su primer y principal objetivo era la fortaleza de Uclés, ya conocida desde la prehistoria por su importancia estratégica y cuya defensa había sido encomendada, en el pasado, al siempre fiel Álvar Fáñez.
Alrededor del 27 de mayo, el gran ejército, después de haber sembrado la destrucción en la meseta inferior, ya se acerca a su objetivo. Para intentar encontrar desguarnecidos a los defensores, la última jornada fue hecha muy rápidamente con lo que muchos cristianos no pudieron encontrar refugio en la alcazaba y así comenzaría la carnicería.
De inmediato, los sitiadores comenzaron un proceso de destrucción sistemática de todo cuanto pudiera beneficiar, en el momento y aun a posteriori, al enemigo: bosques, casas, iglesias, sembrados, etc.
En este proceso, según se afirma, se vieron favorecidos por los residentes mudéjares que recibieron a los atacantes como libertadores. Así les informaron puntualmente de todo lo que podría serles útil a la hora de emprender la conquista de la parte alta de la ciudad.
Por lo que hace a las tropas cristianas, en el avance del ejército musulmán, espías de Alfonso habían llevado la noticia hasta Toledo, lugar al que pensaban se dirigía el citado contingente enemigo. Ello hizo que las tropas se movilizaran y se aprestaran a la defensa; pero comprobando que se dirigían hacia Uclés, hacia allí se encaminó el ejército cristiano al mando del hijo de Alfonso y de la mora Zaida, el casi niño aún Sancho Alfónsez a quien el padre, a pesar de su corta edad (unos 13 o 14 años) había asociado ya al gobierno de Toledo. De su protección personal debía encargarse, por expreso encargo de Alfonso, su ayo el conde de Nájera, García Ordóñez, conocido como Boquituerto.
Es un momento complicado para Alfonso puesto que, personalmente, no puede participar en la batalla que se avecina; aún se encuentra convaleciente de la herida recibida en Salatrices y son los momentos de su quinto enlace matrimonial con Beatriz de Aquitania, hija de Guillermo de Poitiers, duque de Aquitania y conde de Poitiers, y de Hildegarda de Borgoña
Al tiempo que se prepara el ejército de Toledo, se enviaron mensajeros a determinados lugares donde se encontraban tropas que pudieran venir también en auxilio de los sitiados de Uclés: Calatañazor (Soria), Castejón (hoy Jadraque, Guadalajara) y Alcalá (Madrid), más los refuerzos enviados por el Cid procedentes de San Esteban de Gormaz (Soria) y del valle del Jalón (Zaragoza).
En un apretado resumen, podemos señalar que, en aquel ejército se encontraban veintisiete nobles y diecisiete obispos, lo que representaba una tropa que ha sido calculada entre 3000 y 3500 combatientes, caballeros, escuderos, infantes, etc. y cuantos se encargaban de la intendencia necesaria para un número tal de efectivos.
La llegada de un ejército tan numeroso hace, en un principio, que Tamim ibn Yúsuf y los capitanes de las diferentes tropas musulmanas decidan retirarse sin presentar batalla. Sin embargo, según la leyenda, un joven mudéjar, desertor del ejército cristiano, les informa pormenorizadamente de la situación de los diferentes grupos cristianos y dónde encontrar sus puntos débiles.
En esta situación, el enfrenamiento tendrá lugar en la madrugada del día siguiente de la llegada del ejército cristiano, el 29 de mayo.
La batalla
En un principio, la victoria parecía decantarse del lado cristiano, especialmente debido a la carga de la caballería pesada leonesa, pero una de las alas del ejército comenzó a ceder, precisamente aquella en la que se encontraba el infante Sancho, con lo que el resto de las tropas se vieron sorprendidas por una maniobra envolvente siendo atacados por todas partes, lo que vendría a desembocar en un “sálvese quien pueda”, huyendo cada uno por su lado con el único objetivo de salvar su vida.
El infante sufre además una caída de su caballo que es herido y, protegido por su mentor, el conde García Ordóñez, consigue, no sin esfuerzos, alejarse del campo de batalla. El Toledano, Rodrigo Jiménez de Rada, en su De rebus Hispaniae, hace un pormenorizado relato de los terribles acontecimientos que tuvo que vivir el jovencísimo Sancho y el devenir de la contienda.
Tiempos difíciles aquellos que, ahora desde la distancia, parecemos contemplar como si de una simple película de guerra se tratara, con sus protagonistas y sus extras, con sus paisajes de cartón piedra y con sus técnicas de maquillaje engañosas, pero, aunque, quizá no sea necesario, siempre habremos de insistir que aquello era un vivir casi cotidiano, que estamos ante unos hechos reales y que significaban un coste en vidas, que suponían infinidad de heridos, huérfanos y viudas, que se destrozaban familias, se arrasaban las cosechas, etc. En esa ocasión la mortandad fue tan terrible que, según las crónicas, el río que transcurre al lado de Uclés es denominado wadi yihad, río de la guerra santa (hoy Bedija), rojizo a causa de la sangre de los muertos… porque los almorávides no hacen prisioneros.
En este, como en otros muchísimos enfrentamientos bélicos, la sangre de innumerables leoneses, tanto conocidos como anónimos (especialmente de estos) se derramó en aras de un ideal, de un objetivo último que, por encima de intereses particulares y, a veces, incluso inconfesables, era la estabilidad de los suyos, el futuro de sus familias y la recuperación de la patria hispano-goda que les había sido arrebatada.
Esa actitud, y probablemente alguna otra contingencia histórica, es la que nos ha conferido el honor de que nuestro símbolo (el rey de todos ellos, como lo es el león en la selva, algo a lo que ya se alude en el Poema de Almería) luzca en el escudo constitucional… aunque se nos niegue otro reconocimiento… por ahora.
El desenlace final y las consecuencias
Gran parte del ejército cristiano, al mando de Alvar Fáñez, conseguirá huir hacia Toledo, pero las heridas del infante Sancho Alfónsez y la caballería pesada, hacen que una parte de las tropas se retrase y opte por ir a refugiarse en el Castillo de Belinchón (Cuenca), a unos 22 km de Uclés. En su huida son alcanzados por el enemigo y se produce un nuevo enfrentamiento, en un lugar llamado Sicuendes, probablemente no lejos del pueblo hoy denominado Villarubio. Allí se repite la carnicería, muriendo en la refriega siete condes, de donde parece proceder ese topónimo.
El infante consigue finalmente llegar a Belinchón pero los defensores, en su mayoría mudéjares, cambian de bando, sabiéndose protegidos por los perseguidores y acaban con la vida del futuro heredero de Alfonso VI y sus acompañantes. El cuerpo de Sancho será, posteriormente trasladado a Sahagún para ser enterrado al lado de su madre.
Cuando las noticias llegan al rey, según las crónicas, sus lamentos conmueven los más duros corazones. Así parece haberse expresado el rey más importante de la época, y no nos resistimos a transcribir su dolor en lengua leonesa, según recoge Anselmo Carretero Jiménez, en su celebrada obra El antiguo reino de León:
“Ay mieu fillo, ay mieu fillo, alegría de meu corazón e lume dos meus ollos, solaz de miña vellez; ay meu fillo en que yo me soya ver, con que tomaba moy gran pracer. Ay mey heredero mayor; caballeros hu me lo lexastes; dadme meu fillo condes”.
Las consecuencias de esa gran derrota fueron de una importancia máxima: apenas dos años después fallecerá el rey que, como había sido su deseo, será inhumado en Sahagún, quedando como heredera su hija Urraca, en aquel momento, viuda y condesa en Galicia con un hijo, el que reinará como Alfonso VII el Emperador, pero también con una hermana “de ganancia” que terminará desgajando del Reino de León el condado Portucalense.
Las pérdidas territoriales más señaladas fueron Cuenca, Huete, Ocaña, además de los castillos de Uclés, Amasatrigo, Campos del Paraíso y Oreja.
En pérdidas humanas, sin duda lo más importante y que se calculan en unos 3000 hombres, debemos señalar además del infante y su mentor a los siete condes, entre ellos, Martín Flaínez, conde de León, Gómez Martínez, hijo del conde Martín Alfonso, Fernando Díaz, Diego Sánchez y su hermano Lope Sánchez, etc.
Los almorávides habían, al menos por el momento, cambiado el rumbo de la historia; mas el destino es obstinado y caprichoso; el fiel de la balanza terminará inclinándose siempre hacia el lado que el haya elegido de antemano.
- Textos: Hermenegildo López González
- Fotografías: Martínezld