Sagrajas es una pedanía actual de Badajoz situada a unos 10 Km de dicha ciudad. Los musulmanes llamaban al lugar Zalaca.
En nuestro viaje al pasado, hoy nos situamos en el 23 de octubre de 1086. En esa fecha tuvo lugar la batalla de Sagrajas, llamada por otros historiadores de Zalaca, en las proximidades de Badajoz. Es una batalla que tuvo lugar entre Alfonso VI de León, apoyado por algunas tropas llegadas de Aragón, y los almorávides que habían venido a auxiliar a las diferentes taifas de la península, fundamentalmente las de Sevilla, Badajoz, Granada, Almería y Málaga.
Ha llamado siempre la atención la no presencia en esta batalla de la persona del Cid, que se hallaba en la zona de Valencia, como se sabe. Habrá que hablar de esta circunstancia y de la propia figura de Rodrigo Díaz.
Pero ¿y por qué se llega a esta situación y saltan a la Península estos formidables guerreros denominados almorávides?
Y una pregunta más que se impone en la reflexión: ¿quiénes son estos almorávides?
La palabra en sí misma viene del árabe al-murabitun, en singular murabit y traducido a nuestra lengua como el morabito. Es decir, una especie de ermitaño al estilo musulmán. Su origen se sitúa en unos monjes soldados, fundamentalmente de origen bereber (digamos, para una mejor comprensión, como nuestros caballeros de algunas de las órdenes militares) que se habían reclutado en la zona del Sáhara. Tenían una interpretación más austera e integrista del Corán y fueron capaces de dominar grandes territorios en la zona occidental de África, terminando por establecer su capital en Marruecos. Dada la importancia que habían cobrado, gracias a sus tácticas en la batalla y al armamento que utilizaban, fueron reclamados por sus hermanos de religión de la Península Ibérica para que les ayudaran en su enfrentamiento con los cristianos que amenazaban con derrotarles de manera definitiva bajo el mando de un rey a quien la historia ha denominado “el Bravo”, nuestro Alfonso VI, hoy enterrado en Sahagún, monasterio por el que siempre demostró una gran predilección.
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Y, en efecto, por ese camino parecían ir los acontecimientos puesto que, el 6 de mayo del año anterior, 1085, después de algunos movimientos diplomáticos y el consiguiente cerco, la capital del imperio de los Visigodos, la Imperial Toledo había caído en manos de Alfonso VI, cumpliéndose así el sueño que los reinos del norte venían acariciando desde el comienzo de la Reconquista. De hecho, Alfonso, a partir de ese momento, pasó más tiempo en Toledo que en León, estableciendo de facto su capital en dicha ciudad.
El cobro de impuestos a las taifas del sur y las amenazas de una posible invasión de Sevilla o Badajoz supusieron esa llamada a los almorávides que, una vez en la península, y habiendo desembarcado en Algeciras, se dirigieron al norte al encuentro de los cristianos.
El enfrentamiento tuvo lugar, como decíamos, en Sagrajas, una pedanía actual de Badajoz situada a unos 10 Km de dicha ciudad. Los musulmanes llamaban al lugar Zalaca, de ahí los dos nombres utilizados.
El ejército musulmán estaba comandado por el jefe de los almorávides, Yúsuf ibn Tasufín y con la participación personal de los reyezuelos de las taifas señaladas anteriormente especialmente Al Mutamid, rey de la taifa de Sevilla (por cierto, también un gran poeta) que dirigió la primera de las tres oleadas de las que se componía el ejército almorávide.
La tropa cristiana estaba comandada directamente por Alfonso VI con la ayuda de su lugarteniente ÁlvarFáñez y otros nobles leoneses, algunos de los cuales perdieron la vida en la batalla y el apoyo, aunque escaso en efectivos, del rey de Aragón Sancho Ramírez.
Las fuerzas de ambos ejércitos se calculan como sigue: según las crónicas, los musulmanes habrían sumado unos 60.000 soldados, pero según estudios llevados a cabo por eminentes historiadores se considera muy exagerada la cifra y la dejan en unos 7.000. Ya se sabe lo que eran los antiguos cronistas.
Por parte de los cristianos, se calcula en unos 2.500, entre los que se contaban alrededor de 750 miembros de la caballería pesada leonesa tan temida por los contrarios. Otros tantos de caballería ligera y el resto infantes de todo tipo y condición.
A este respecto, se cuenta una anécdota. Antes de la batalla y viendo Yusuf Ibn Tasufin que sus fueras eran muy superiores, habiéndose entrevistado con Alfonso, le ofreció tres alternativas: convertirse al islam, comprometerse a pagar un tributo o luchar. Alfonso eligió la tercera posibilidad, no podía esperarse otra respuesta, conocido el carácter del rey.
La batalla comenzó a primeras horas del citado día, un viernes por más señas. El primer ataque lo dirigió Alfonso y, en un principio pareció llevar la iniciativa, pero Tasufín había dividido el ejército en tres divisiones, guardándose sus tropas de élite para el momento oportuno que llegó cuando consiguieron rodear al ejército cristiano.
A partir de ese momento fue una verdadera carnicería. Los historiadores calculan que el ejército de Alfonso perdió la mitad de sus efectivos y el mismo rey resultó herido en una pierna, aunque también hablan de una cifra incluso mayor en el contingente musulmán y heridos también, algunos de los más significativos caudillos como Al Mutamid de Sevilla y entre los muertos se encontraba un imán muy famoso de Córdoba.
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Toca ahora hablar de las consecuencias.
Se argumenta que al propio Yusuf le impresionó mucho la cantidad de muertos y heridos y aprovechando una llamada urgente de los suyos por la muerte de su heredero, se volvió a África con lo que los cristianos no perdieron apenas territorio a pesar de la enorme pérdida en vidas humanas.
Pero la pesadilla de los almorávides no había terminado. Seguirían otras dos batallas de las que nos ocuparemos en su momento: Consuegra (1097) y la más terrible para los intereses de Alfonso, Uclés (1108).
- Textos: Hermenegildo López
- Fotografías: Martínezld