En la tarde de ayer sábado 15 de junio la comitiva partía de la Catedral rumbo al claustro de San Isidoro, para recrear un año más las Cortes Leonesas de 1.188 convocadas por el joven Rey Alfonso IX (VIII en la cronología de León).
Como cada mes de junio, León acudió una año más a su cita con la historia en San Isidoro recreando de forma rigurosa y magistral sus Cortes de 1.188 de la mano del profesor Hermenegildo López, alma de esta representación con la colaboración de un grupo de amantes de la historia leonesa, en su mayoría gentes del Real Barrio de Santa Marina, y amantes de las tradiciones y la historia, pero simples aficionados en esto del arte dramático.
La pluma de Hermenildo López, un año más nos hace ensoñar lo acontecido en esta urbe regia, una primavera de 1.188 en la que el rey Alfonso IX (VIII en la cronología leonesa), un chaval de apenas 17 años tuvo iniciativa de convocar Curia Regia. De estas Cortes salieron derechos tan importantes como la inviolabilidad del domicilio, del correo, la necesidad del rey de convocar Cortes para hacer la guerra o declarar la paz, además de garantizar numerosos derechos individuales y colectivos.
Abría la comitiva que desfiló por las calles leonesas un grupo de música medieval, le seguían maceros o reyes de armas, miembros del clero y notables el Reino camino de la plaza del Santo Martino. Aquí tendría lugar esta teatralización de forma expcepcional ya que se encuentra en obras el claustro de la Real Colegiata de San Isidoro.
Comenzaba el acto recordando el narrrador «que hace 831 aquí al lado, prácticamente en estos mismos lugares, se produjo un acontecimiento que, a día de hoy, y después de no pocas dificultades, nos ha sido reconocido y nos convierte, de facto, en la Cuna del Parlamentarismo.
El 18 de junio del año 2013 en la lejana Corea, la UNESCO sancionó que la Carta Magna leonesa, los Decreta de nuestro Alfonso con motivo de las Cortes habidas en 1188, eran el testimonio más antiguo del parlamentarismo y que debían entrar, de pleno derecho, en el exclusivo club de los documentos que forman parte de la Memoria del Mundo».
Poco a poco el narrador iba cautivando a los espectadores, «Había una vez, en un reino muy cercano muy cercano, un joven príncipe llamado Alfonso… pero, ¿qué estoy diciendo?, probablemente debería comenzar de otro modo esta narración no vaya a ser que también ustedes, como ocurre con algunos, lo terminen interpretando como un cuento.
Aunque, a decir verdad, tiene todos los ingredientes clásicos para serlo. Un breve resumen de la trama: un príncipe huérfano y aparentemente desvalido, madrastra que le odia y que anhela el puesto de ese príncipe para su propio hijo, intrigas varias en las que interviene hasta el Papa de Roma, nobleza levantisca que pretende aprovechar la ocasión para seguir aumentando en poder y en riqueza, etc.
Toda la colección, como pueden comprobar. La única diferencia es que, además de ser realidad, esta historia, por lo constatado posteriormente, no tuvo un final feliz… Pero eso, si viene al caso, se lo contaremos otro día. ¡En León tenemos tanta historia!; mas a nadie le ha parecido nunca de interés ni representarla ni publicitarla ni exhibirla fuera de nuestro pequeño entorno, temerosos quizá, de que, de nuevo, nos insulten o nos desprecien por ello. ¿Será nuestro sino? Algunos, con menos galones, parecen tener más prerrogativas». Y
Y continuaba a un público ya totalmente entregado «Sin embargo, no podemos dejar de decirles que, bien a pesar de todo, como un cuento o una simple fábula han querido ver nuestra historia y nuestras realizaciones algunos que siguen deseando ardientemente que lo que ocurrió no hubiera ocurrido.
Por eso, estos hechos y lo que los mismos representaron han venido siendo negados y hasta despreciando a los que tenían la osadía de recordarlos. Para ello se han utilizado toda clase de argucias, enredos y patrañas; así, sumando esfuerzos de los unos y de los otros, lo que hoy tratamos de relatar a ustedes parecía haber sido definitivamente enterrado en el baúl de las leyendas, oculto por el polvo de la incuria y cerrado con siete llaves perdidas, como las de la canción, en el fondo del mar. ¡Y todos tan contentos!«
Y acababa la introducción «Algunos, como se puede fácilmente deducir, atacados por un más que evidente complejo de Edipo, han preferido, como en el conocido apólogo indio, verse tuertos a cambio de disfrutar de la ceguera del vecino.
Mala cosa, puesto que los logros del Reino de León deberían también ser exhibidos, como tintes de gloria, por todo el país y, si me apuran un poco, y traspasando fronteras, hasta por Europa misma, siempre al encuentro de unas raíces que unan a sus pueblos, tantas veces enfrentados por incontables y cruentas guerras.
Pero vayamos ya a los hechos y pónganse en situación. Allá por el año 1188, como hemos señalado, en estas tierras del Reino de León, en esta misma ciudad que ahora nos acoge y casi en estos mismos lugares, ocurrió un hecho que cambiaría para siempre la historia del mundo».
En ese momento el joven rey Alfonso sube al escenario junto con los más próximos: encabeza el Armiger que porta el estandarte real, sigue el Escribano y los dos Maceros. Al final el rey. Delante del trono estarán colocados el escudo y la espada del rey.
Para centrarnos en los antecedentes que rodean esta Curia Regia, de nuevo el narrador pone al público en antecedentes «Alfonso, el nuevo rey, próximo a cumplir los 17 años, acaba de enterrar a su padre Fernando II en Santiago de Compostela. Su madrastra, Urraca López de Haro, hermana del Señor de Vizcaya que le presta su apoyo, pretende apartar al príncipe del trono que le corresponde por herencia, para poner en su lugar a su hijo, el príncipe Sancho. Ya anteriormente había intentado envenenarlo y, según D. Lucas de Tuy, canónigo que fue de esta Colegiata, el infante fue curado milagrosamente por San Isidoro con el agua que había brotado ante el altar de esta basílica llena de magia y de misterios.
Pues bien, la fortuna y la habilidad de los consejeros de Alfonso juegan a su favor y así, en abril de dicho año 1188, convoca, en estos sagrados lugares, sede del Palacio Real, una Curia, a imagen de lo que ya había hecho su padre Fernando II, con los Grandes del Reino y los representantes más preclaros de la Iglesia.
Pero en esta ocasión hay una gran diferencia con las anteriores, puesto que aquí, por vez primera en la historia de Europa, (que, a todos los efectos, es tanto como decir en la historia del mundo) los “cives electi”, los hombres buenos, los ciudadanos elegidos en las ciudades y villas más importantes de su reino tendrán posibilidad de debatir ante el rey, de exponer sus quejas y de buscar soluciones a sus problemas. Son los albores de la democracia parlamentaria. Escuchen, escuchen…»
Ante un silencio sepulcral, roto como ya es habitual por esos niños asilvestrados a los que sus padres no les ponen coto, o esas señoras y señores que hablan por el móvil como si lo necesitaran puesto que si orientaran hacia el hispasat no les haría falta.
Dicho esto habló el Rey » Nobles y grandes señores de mi reino, ilustres prelados representantes de las diócesis del mismo y señores abades de los más importantes monasterios que en él tienen su acomodo. Mucho os agradezco la fidelidad que supone vuestra presencia aquí y el apoyo que con ella brindáis a la legitimidad de esta casa real leonesa que encarno, tras la desgraciada muerte de mi padre, el rey Fernando, hijo del gran Alfonso, el Emperador de toda Hispania que Dios guarde. La trayectoria de mi padre y sus esforzados hechos en la Reconquista y en la defensa del reino, le han merecido el apelativo de El Noble, justo a todas luces.
Bien sabéis, sin embargo, también, de las dificultades por las que atravesamos y, por ello, siguiendo las costumbres de mis antepasados, os he convocado en Curia Plena. Necesitamos tomar decisiones de la mayor gravedad y con toda urgencia.
La guerra nos amenaza, no solo por el Sur contra nuestros eternos enemigos, los infieles, sino por el Este, con mi primo Alfonso, el castellano, que intenta invadir nuestras tierras y hasta por el Oeste, por donde avanzan las tropas de Portugal, desgajado, ha poco, de este nuestro reino. Pero es más doloroso aún que en el interior de nuestras propias fronteras se estén produciendo disensiones a favor de mi madrastra y de mi hermano, el bastardo príncipe Sancho. Las necesidades son muchas, las urgencias todas. Nuestras decisiones no pueden esperar más, puesto que tenemos que actuar frente a todas estas circunstancias y tantos y tan poderosos enemigos».
Y el rey escuchó los alegatos en uno y otro sentido en relación con permitir el acceso de los representantes del pueblo a estas Cortes, frente a su estatua que ha sido erigida 831 años después de la celebración de este hito histórico.
Por aquí desfilaron los representantes de las ciudades del Reino: León, Astorga, Ciudad Rodrigo, Salamanca, Benavente, Toro, Ledesma y Oviedo.
Un año más los leoneses que acudieron a presenciar esta recreación cerraron los ojos a la realidad que les rodeaba y se dejaron llevar por la ensoñación que este grupo de amantes de nuestra historia, en su mayoría gentes de este Real Barrio de Santa Marina, y amantes de las tradiciones y la historia realizaron de forma apasionada.
Esa pasión supieron desde luego trasladarla a los que allí estábamos. Este año además pudimos contar con el magnífico coro del Císter de Sandoval que puso la solemnidad al acto sobre todo cuando, de forma magistral, intrepretó el Te Deum laudamus.
Esta teatralización ha estado organizada por la Asociación el Trovador Leonés, la Federación de Asociaciones de Vecinos Rey Ordoño, M.I.R. e Imperial Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro, la Coral Gregoriana del Císter, Groucho sonido y el Estudio de Danza Camino López, y todos los actores son aficionados.