La razón de ser de esta cofradía no es sino, como su nombre indica, el culto a la Cruz como símbolo de la pasión redentora de Cristo. Se trata de rememorar los sufrimientos de Jesucristo para salvar a los hombres de tal forma que siempre estos lo recuerden, y para hacerlo se organizó una cofradía cuyo acto principal era una procesión en la que, entre otros símbolos, los cofrades derramaban sangre por los crueles azotes que el hijo de Dios padeció. Es, por tanto, una típica cofradía penitencial de disciplina caracterizada por el ejercicio público de esta penitencia.
La primitiva cofradía parece que no se rigió por ordenanzas aprobadas formalmente hasta 1545. Su primera sede fue el monasterio de San Francisco, a la que se unió a partir de 1519 la del de Santo Domingo, sirviéndose en ambos alternativamente.
La cofradía conoció un desarrollo extraordinario durante el siglo XVI cuando sus filas se nutrieron de numerosos cofrades pudiendo desde entonces considerarse como una cofradía de carácter general para la ciudad. Sus funciones no se limitaban al ámbito de sus miembros o a un grupo social o territorio sino que de una u otra forma abarcaban todo el entorno social y urbano de Zamora.
En la actualidad tenemos una procesión solemne que recorre durante toda la tarde la parte antigua de la ciudad, acompañando una completa representación de la Pasión el Jueves Santo. A ella asisten los cofrades vestidos con la túnica de la cofradía, de terciopelo morado ceñida con cíngulo amarillo, y portando en la mano una vara rematada con una cruz. Todos ellos se distribuyen en dos filas en medio de las cuales van los pasos, entre los que se colocan las bandas de música, pendones, pendonillas, banderines y bandera de la cofradía.
La tarde del Jueves Santo en Zamora está centrada en esta procesión. Las calles atestadas de gentes que se agolpan a su paso hacen en ocasiones difícil su contemplación, especialmente en las horas centrales. Resulta especialmente bonito su paso por la Rúa de los Notarios antes de su llegada a la Catedral. Posteriormente entra en el atrio del primer templo, en recuerdo de cuando se pasaba por el interior del mismo para adorar al Santísimo. Hoy, mientras algunos cofrades hacen lo propio, veremos cómo otros se reúnen con sus familias para comer un dulce típico de estas fechas, las aceitadas, con las que reponer fuerzas para la vuelta, ya con la atardecida, lo que hace que las imágenes salgan alumbradas y obligando a ver la procesión de nuevo, a media luz, cuando vuelve hacia la Plaza mayor en la calle Ramos Carrión.