El Jueves Santo de Sangre de 1521 en la Catedral de León.
El Jueves Santo de sangre, 28 de marzo de 1521, se inscribe en la refriega violenta producida, a la salida de la Procesión de dicho día, en la Catedral de la Ciudad Imperial legionense, entre los seguidores realistas de Francisco Fernández de Quiñones y los comuneros de Ramiro Núñez de Guzmán.
Para ello me ceñiré al libro de 1916 de Eloy Díaz-Jiménez y Molleda: ‘Historia de los Comuneros de León y de su influencia en el Movimiento General de Castilla’ y que muestra que incluso desterrado el clérigo Diego de Valderas, en marzo-abril de 1521 la ciudad distaba de estar controlada por los de la Santa Junta comunera. Según él, por culpa de un arcediano en solitario se produjo tal trifulca en Jueves Santo que llegó al archivo municipal por primera vez una procesión de Semana Santa en León (aunque se sepa que ya había desde el siglo XIII), por la algarada que supuso. Así lo explica.
«Desterrado Diego de Valderas, tan sólo se tildaba al arcediano D. Andrés Pérez de Capillas de espiar los actos de los comuneros y de favorecer en secreto a los adictos del conde de Luna.
Sus ideas realistas, que había sabido ocultar hábilmente por largo tiempo, se manifestaron bien a las claras al notarse su ausencia en el acto del juramento, y, muy principalmente, cuando el Jueves Santo del año 1521, al salir del coro, después de terminadas las tinieblas en la catedral, y tras empeñada discusión sobre los asuntos de la guerra, promovió un verdadero escándalo, acometiendo, en plena nave mayor y delante del Santísimo Sacramento a Don Francisco de Lorenzana, arcediano de Mayorga.
No son para descritos el terror y la confusión que, por el momento, se apoderaron de los devotos allí congregados. Reñían a brazo partido los dos arcedianos, dirigiéndose palabras injuriosas y deshonestas; daban voces de alarma las mujeres y, atropellándose, huían despavoridas hacia las puertas de la iglesia, ansiosas de ganar la calle; lloraban los niños; braceaban y discutían apasionadamente clérigos, cantores, ministriles y cuantos hombres había en el templo. A los repetidos y violentos empujes de unos y otros, caían de sus altares y eran pisados por la muchedumbre, cruces, blandones, credencias y otra multitud de objetos destinados al culto divino…
No tardó el sagrado recinto, por obra y gracia de un canónigo, en verse transformado en un verdadero campo de batalla, en el cual se acometían, sin duelo, con espadas, broqueles y otras armas ofensivas y defensivas, de un lado los parientes, deudos y amigos del arcediano de Tria-Castella, y del otro, una parte de los comuneros leoneses».
Tampoco se tiene la certidumbre de como comenzó la trifulca. Es muy probable que, si el arcediano no juró por la Santa Junta de Tordesillas como los demás sacerdotes del Cabildo Catedralicio, el resto al verle allí se lo echasen en cara. La violencia fue de tal calibre que las mujeres y los niños huyeron presos del pánico.
Sea como sea los comuneros son los que van a controlar la situación como explica Díaz-Jiménez:
«Vencido aquél, trató de huir con todos los suyos, consiguiendo, después de mil esfuerzos, acercarse a la puerta de Nuestra Señora la Blanca, situada a los pies de la iglesia. Creyó el buen arcediano que había llegado el momento de salvarse; pero he aquí que se le interpuso una muchedumbre de hombres, mujeres y niños, que penetraban por la misma puerta en la catedral, interrumpiéndole el paso.
Era la piadosa procesión de los Disciplinantes, precedida de un gran crucifijo, que fue a chocar violentamente contra el desdichado arcediano. Este y alguno de los suyos abriéndose camino, a duras penas, por entre la multitud, aún pudieron huir, no sin que antes lucharan con el portador de la cruz, al cual asestaron tantos y tan duros golpes que dieron con él en tierra y, como dice el documento, de hecho, le mataran si no fuera por Dios que milagrosamente le quiso remediar… (1).
Los canónigos Juan de Betanzos, Juan de Mayorga, Pedro de Joara, Nicolás de Rasnero, Juan de Avia y Alonso García, nombrados por el Cabildo para juzgar los hechos narrados, dieron sentencia condenando a Pérez de Capillas a comprar dos candeleros de plata, con sus velas, para alumbrar al Santísimo Sacramento, y a ser desterrado de la ciudad; si bien esta última pena le fue alzada en consideración al estado de guerra por que atravesaba España.
Textos: Prof. Dr. Hermenegildo López González y Martínezld . Colaboración historiográfica. Dr. José María Manuel García-Osuna y Rodríguez.