“Leoneses, la patria está en peligro: Fuera los traidores” A este grito se alzó León contra los franceses 15 días antes que el Alcalde de Móstoles. Otra gesta leonesa olvidada por la historia.
.
“En la soleada mañana de un 24 de abril de 1808, domingo, y a las diez de la mañana, hora en que la ciudad recibía habitualmente el correo general, León iba a escribir, tras este grito, una página más de su historia gloriosa y dilatada”.
Así comenzaba, en 2005, el primer manifiesto de la, si nos atrevemos a denominarla así, Era Contemporánea, en recuerdo de un hecho que conmovió a los buenos leoneses y movió conciencias y voluntades para salir de una postura que podría ser calificada, incluso, de cómoda, para jugarse la vida oponiéndose a quien pretendía robarle lo que era suyo: su libertad, su tierra, su identidad.
Un suceso que, como todo lo que acontece por este León, cada día más pequeño y más empequeñecido, más pobre y más empobrecido, más acomodaticio, más transigente y más resignado, ve pasar, como en un resumen cinematográfico, hechos e incluso gestas de sus antepasados ante las que estamos acostumbrados ya a volver la cara para no avergonzarnos del lugar al que nos han llevado nuestros complejos, nuestro seguidismo y hasta nuestra indiferencia culpable.
Pues sí, también en ese momento, en la Guerra de la Independencia, León no perdió la ocasión de mostrarse digno y a la medida de su pasado.
Hoy, sin embargo, como escribiera, ya en 1903, Miguel Bravo Guarida, “a pesar de la resonancia y grandeza del hecho, el mismo casi se ha perdido en la memoria de las gentes e incluso ha sido negado por algunos autores de nuestros días”. Lo de siempre… ¿acaso nos sorprende?
Pero vayamos a los hechos de aquel 24 de abril de 1808 y elevemos nuestra autoestima recordando: “¿Cuál de todas las provincias de España podrá disputar a la de León la gloria de haber sido la primera en alzar el grito del patriotismo y de la libertad?” En efecto, una vez más “y sin esperar por nadie, León gritó, ‘fuera el invasor’”.
Así rezaban unos carteles, que salpicaban, en púrpura, las paredes de esta ciudad e impresos con más ilusión que medios económicos, cuando España apenas se desperezaba de un sueño de 40 años. Era también un 24 de abril, y se trataba, con ellos, de recuperar la memoria colectiva del hecho que traemos hoy al recuerdo.
Quizá, ni siquiera deberíamos glosar hoy unos hechos sobradamente conocidos (incluso presentes en el callejero de la urbe regia, en dos calles del Barrio de San Claudio) pero sí conviene no olvidar que León, sí, unos antepasados nuestros, y bien próximos en el tiempo, puesto que no estamos hablando de la Edad Media, tuvieron la gloria histórica de ser los primeros en manifestar claramente su oposición a quien pretendía apoderarse del Reino, de su entorno vivencial. Aquel 24 de abril de 1808, día en el que, contraviniendo las órdenes que llegaban, tanto desde la capital, Madrid, como desde Burgos o la chancillería de Valladolid, se proclama rey a Fernando VII, entre los vítores del pueblo y el tremolar del Pendón real.
Resuena, de nuevo, en nuestros oídos, la historia y nos transporta, varios siglos atrás, ante otro hecho, mitad real, mitad legendario (¿y por qué no?) del intento de poner a los pies de otro emperador francés, Carlomagno, el reino Astur-leonés, apenas nacido. Y cuentan los romances que fue también un leonés, Bernardo del Carpio, el que lanzó aquel otro grito que hoy deberíamos también recordar y que se recoge en el bellísimo romance VI del ciclo a este héroe dedicado… (aunque algunos lo pretendan convertir en “castellano”; la misma matraca de siempre)
- “Escuchadme, leoneses, los que preciáis de hijosdalgo,
- de padres libres nacisteis y al buen rey Alfonso el Casto
- pagáis lo que le debéis por el divino mandato;
- mas no quiera el Dios del cielo que a los decretos de extraños
- obliguéis los vuestros hijos, gloria de vuestros pasados.
- Dé el rey su oro a los franceses, mas no les dé sus vasallos,
- que en mermar las libertades no tienen los reyes mando.
- No consintáis que extranjeros hoy vengan a sujetaros;
- y aquel que con tres franceses no combatiere en el campo,
- quédese y seamos menos, aunque habemos de igualallos”
- .
Desde “los balcones de la ciudad”, en la Plaza Mayor, según se argumenta (y hace unos años se puso una placa para rememorar el hecho, a petición de Comunidad leonesa.es), el coronel Luis de Sosa lanzó el primer grito de rabia, contra la situación establecida, y de coraje contra los enemigos de la Patria; grito que a lo largo de los últimos años hemos repetido tanto desde la humildad del Corral de San Guisán (cuya placa ya, para vergüenza de todos, ni siquiera se lee), como en el Arco de Puerta Castillo o desde esos mismos balcones de la ciudad, previo al manifiesto que una serie de buenos leoneses, comprometidos con su tierra, han ido desgranando allí, ceremonia que la maldita pandemia ha interrumpido. Y que debería recuperarse, naturalmente.
La situación, me dirán, no es la misma, en la actualidad; pero ¡qué paralelismo más real podría establecer un buen intérprete de la historia, comparando aquellas directrices que llegaban de la Capital, quizá también “por razones de Estado”, con la situación actual por la que transita la olvidada, ultrajada y preterida Región leonesa!
Justo el día antes de nuestro 24 de abril actual, algunos intentan, con dinero de todos, naturalmente, y en una especie de aquelarre sin sentido ninguno, imponer una fiesta que dicen de “la su Comunidad”, y que, salvo por la presencia de unos señores engominados, endomingados y engolados, alguien podría tomar por un simple botellón en un pueblón de Castilla. Hasta la liturgia es insulsa, aburrida, estúpida y pasada de moda.
Celebrar una derrota y además cuyas causas, desarrollo y consecuencias no se ciñen al contexto geográfico ni político que tanto predican, parece cada día más simple, más grotesco y más sin sentido. Pero para eso sí que tenemos muchos euros que se malgastan engrasando la máquina e intentando “crear conciencia regional”. Después de haber saltado de un siglo a otro, alguien debería caer ya en la cuenta de que eso, invocando la filosofía escolástica (¡que mira que era precisa en el lenguaje1), es insostenible en cualesquiera de los tres casos de imposibilidades que preveía: moral, física y metafísica. Vamos, en lenguaje cazurro, una melonada manifiesta… pero que sirve para llenar la andorga de algunos que, por sus conductas, parecen no haber comido caliente nunca.
Por eso, y sumándonos a ese clamor ya repetido, queremos seguir gritando, como D. Luis de Sosa y aquellos esforzados leoneses que, de inmediato, se alistaron en las levas de esos primeros días contra el ocupa de sus tierras… “Fuera el invasor”; algo en lo que siguen insistiendo los ecos de nuestra historia, las piedras de nuestras murallas, las banderas de nuestros museos, los símbolos de nuestra identidad y los libros de nuestras bibliotecas.
No nos resignemos por muy ahogados que parezcan esos gritos, por muy acallados que suenen, por muy distorsionados que intenten que nos parezcan. Por momentos, hasta son atronadores los sonidos del silencio.
Porque, si no somos nosotros, ¿quién se atreverá ya, falto de la subvención institucional, a reivindicar, entre nuestros héroes a aquellos que fueron, en la época que glosamos, fusilados por oponerse a los que habían invadido nuestra tierra? ¿Dónde estará el reconocimiento público para personajes como el irreductible húsar Tiburcio Fernández Álvarez, del sitio de Astorga, o para aquel joven estudiante Isidro Valbuena, portador de la noticia del levantamiento y que, como un nuevo Filípides, el soldado de Maratón, murió tras su vuelta a casa…? ¡Que se llamaba, tal vez Francisco Martínez y que otros historiadores hablan de un tal Armendáriz…! ¿Qué puede importarnos ahora? ¿No se rinden homenajes a héroes o soldados desconocidos?
Héroes desconocidos, o peor aún, héroes ignorados son los que nos reclaman su lugar en la historia por medio de estos gritos silenciosos de piedras, ya viejas y cansadas de proclamar sus verdades.
No ignoraron los franceses, en sus acciones posteriores, que había sido, precisamente, de aquí de donde habían salido las primeras postas para alarmar a otras provincias limítrofes, pero, como en tantas otras ocasiones, primero la infamia y luego la desidia vinieron a cubrir con sus velos de oprobio un hecho de la mayor relevancia.
Preguntemos a D. Luis de Sosa, aquel militar retirado, que se puso al frente de la lucha y de cuya pluma salió, como decimos, el encendido relato de los acontecimientos que posteriormente él mismo llevaría a las cortes.
La sangrienta jornada del dos de mayo en Madrid oscureció cualquier otro suceso, bien es cierto, pero también algo que hoy, por desgracia, conocemos y padecemos (no hay nada nuevo bajo el sol); en la actualidad se denomina manipulación de los medios o de la información. Un tanto más burda, es cierto, en el momento, porque, utilizando maneras más propias de una denostada Inquisición, el general Murat, al leer la proclama leonesa en la Gaceta de Madrid, mandó, según relatan los historiadores, quemar toda la tirada e imprimir otro número sin el parte de León. El crimen siempre deja huellas; hoy, en la Biblioteca Nacional, en el número 43 correspondiente a ese día de 25 de abril de 1808 se puede seguir leyendo la noticia del levantamiento de León.
Aquella chispa supuso, sin duda, que ya, el 12 de junio, en Cabezón, 8.000 jóvenes leoneses, según las crónicas, participaron en los enfrentamientos armados que, como no resultaron propicios, ellos decidieran retirarse a la montaña, aquel lugar que ya concitara a los que se opusieron al primer invasor: los romanos. La historia tiene la mala costumbre de repetirse; mas no debemos esperarlo, en estos tiempos, no hay más remedio que propiciarlo.
- Textos: Hermenegildo López
- Fotografías: Martínezld