Pese a que este año, por la pandemia, no va a celebrarse, el Grupo de Desarrollo Rural ADEL Sierra Norte lo pone en valor como tradición milenaria y polo de atracción turística para la comarca.
En 1985 un grupo de vecinos de Almiruete se propuso recuperar el carismático carnaval que faltaba a su cita anual desde los años sesenta para recorrer con botargas y mascaritas las pizarrosas calles de esta población serrana.
Hoy, 35 años después de su restauración, los vecinos se han visto obligados a suspender los festejos a consecuencia de la pandemia. No obstante, la celebración goza de muy buena salud, ya que las nuevas generaciones han cogido el testigo con más fuerza si cabe.
Por estas fechas ya serían varios los ensayos y más los nervios acumulados durante todos estos meses de espera. Cada año, el sábado correspondiente, el grupo de botargas, compuesto por los mozos, se reúne en un emplazamiento secreto (al aire libre si el tiempo lo permite) para, con ayuda mutua, comenzar a vestirse para la ocasión.
El traje de botarga es realmente complejo y no deja a la vista ni un ápice de la piel del portador, más allá de las manos que se apoyan en un garrote.
Las caretas, que representan animales, demonios u otros horrores imaginables, siempre con elementos de la tierra se renuevan de año en año y dan el toque de color a cada uno de los participantes.
Las mascaritas por su parte, todas mozas del pueblo, esperan en él la llegada de los botargas, que se produce pasadas las cuatro de la tarde, después de que el sonido de un cuerno de toro haga vibrar el valle.
Tras las tres vueltas que marca el recorrido tradicional por el pueblo, todos acaban en la plaza, que queda inundada por el sonido de cencerros que acompaña al grupo.
Allí, entre confeti y pelusa de espadaña, los botargas se dedican a tiznar la cara de las mujeres que no se vistieron de mascarita, mientras un ambiente festivo lo impregna todo.
Por si fuera poca celebración, en este momento se produce otro de los eventos más notables de la fiesta: las carreras tras la bota de vino.
Según manda la tradición, tras el brindis en la antigua casa consistorial de Almiruete, se lanza el botillo a la multitud, y quien se haga con él debe salir corriendo con el resto de botargas intentando darle caza.
Una vez atrapado el “ladrón” se repite el proceso. En medio de esta vorágine aparecen el oso, el domador y la vaquilla; una tríada de personajes con la que las risas están más que aseguradas. Con la noche ya bien entrada, llega el momento de disfrutar de una buena cena en comunidad, antiguamente repleta de productos de matanza recién hechos que se reunían gracias a la colaboración de los vecinos.
No se sabe a ciencia cierta el significado original del carnaval de Almiruete, aunque los vecinos parecen tener claro que se trataba de un ritual para ahuyentar a los malos espíritus que podían afectar al buen crecimiento de las cosechas.
Pero lo que sí parece cierto es que se trata de una práctica con varios siglos (y probablemente milenios) de antigüedad que honra el modo de vida de todas las personas que hicieron de Almiruete, en Tamajón, el precioso y acogedor pueblo que es hoy.
Pese a que este año, por la pandemia, no va a celebrarse, el Grupo de Desarrollo Rural ADEL Sierra Norte lo pone en valor como tradición milenaria y polo de atracción turística para la comarca.