León camina hacia el vaciamiento poblacional, el envejecimiento, la desindustrialización, la precariedad laboral, la migración y la desertización institucional. Leoneses de toda circunstancia estiman que esa ruta los aleja del progreso y ni ellos ni sus familias merecen una tierra sin futuro. Por eso ha surgido la reivindicación de una autonomía propia que el Círculo de Periodistas de León afincados en Madrid comparte.
Una lectura atenta de la Constitución (artículo 2) permite asegurar que León cumple los requisitos para disfrutar de una autonomía propia.
Posee un territorio incluso superior en superficie al de las cinco regiones autonómicas uniprovinciales, con las que comparte lengua; su aportación histórica a la creación de la España que vivimos, siendo su primer reino, produce incluso rubor recordarla: “hace mil cien años se constituyó el Reino de León, del cual se desgajaron…”, dice el preámbulo del actual Estatuto.
En León se vivieron los primeros pasos del parlamentarismo y la democracia. Y el león rampante, conviene no olvidar, ocupa lugar preferente en la enseña nacional.
En León ha vuelto a manifestarse el deseo cívico de separarse de Castilla. De los anhelos de Zamora y Salamanca, las otras dos integrantes del histórico Reino de León, tenemos pocas noticias. Por ello y por el origen leonés del Círculo de Periodistas nos ceñimos a esta provincia.
El año pasado, nueve de cada diez municipios de Castilla y León perdieron población. Y León encabezó la despoblación del país. Cada día perdió diez habitantes. Un drama que muta en tragedia cuando se descubre que cuatro de ellos eran universitarios.
La pérdida en la región leonesa de generaciones entrenadas para ganar el futuro ya se antoja, en las circunstancias actuales, irreparable.
Añádase a ese vaciamiento cotidiano que la edad media de los leoneses está en 49 años y que hay 231 mayores de 64 años por cada 100 menores de 16. Bendito amor a la vida el de nuestros mayores, pero el balance en blanco y negro de la fotografía refuerza la idea de que mañana aún seremos menos habitantes y, por tanto, más pobres.
Venimos llorados de casa. No culparemos a terceros ni a oscuros intereses de que León sea la provincia con más paro de la Comunidad, o que no tenga una industria puntera de referencia. Somos los primeros en reconocer nuestras deficiencias en materia de impulso económico. Tampoco haremos bandera del fin de la minería del carbón, que durante siglos animó la vida económica y social de nuestra cornisa norte y que la arrolladora conciencia del cambio climático acaba de arrumbar arrastrando consigo centrales térmicas y empleo consolidado. No nos oirán una queja por el sector agroalimentario, cuya renta por ocupado se encuentra con Salamanca y Segovia a la cola de la comunidad. Ni se nos oculta que el turismo, la enología o la actividad maderera echarán una mano, pero no son los ejes del desarrollo de esta tierra. El futuro tiene que ver con una revitalización del sector primario que palíe, además, la despoblación rural, y la implantación de industrias punteras donde encuentren su futuro los jóvenes que ahora emigran. Pero atraerlas requiere inversión y decisión política, condición esta última que sospechamos secuestrada a unos cientos de kilómetros de la plaza de Guzmán el Bueno.
Las estadísticas dicen que León soporta un 15,88 por ciento de paro, su tasa de actividad es del 53 por ciento y cuenta con 142.000 pensionistas, la cifra más alta de la comunidad. Y nadie tiene noticias, más allá de las proclamas electorales, de un plan de choque para descentralizar la actividad económica y fomentar la implantación de industrias que activen la economía en la España vacía por vaciada. De ahí la irrenunciable aspiración a gerenciar nuestros recursos: los que generemos y los que la solidaridad del conjunto del país ponga en nuestras manos. A estas alturas, preferimos acertar o equivocarnos nosotros solos, sin la inestimable intervención de terceros.
Una veintena de consistorios leoneses que representan a un tercio de toda la población de la provincia ya han votado mociones que reivindican la autonomía de la región leonesa. Aportan razones de peso.
La unión de Castilla y León en 1983 fue un matrimonio de conveniencia que no contó con la opinión ni consentimiento de los contrayentes. Así lo reconocen incluso sus muñidores. Y nunca funcionó. Uno de los contrayentes se apropió para beneficio propio de prácticamente todo el patrimonio institucional y las prebendas que ello acarrea, y además lo exhibe sin pudor. En estos cuarenta años de democracia y Estado de las Autonomías se pretendió la descentralización del poder; y por lo que respecta a Castilla y León lo que se ha producido es una descarnada recentralización. Conatos ha habido, incluso, de negar la identidad del Reino de León enviando al rincón del olvido su propia historia. En ese viaje a ninguna parte se ha moldeado en León un profundo sentimiento de desafección por la institución autonómica y un íntimo deseo de cambiar el marco político y administrativo.
Los partidos de implantación estatal se niegan a echar mano del artículo 2 y 143 de la Constitución Española para mitigar ese desasosiego leonés, y quizás salmantino y zamorano. Pero es obvio que después de 37 años recién cumplidos de gobierno autonómico, las administraciones que dicen trabajar juntas para evitar agravios en los territorios de la Comunidad de Castilla y León llevan el fracaso por bandera.
No queremos tener más ni menos que nadie. No queremos ser más ni menos que nadie. Hoy, como ayer y como siempre, solo aspiramos a ser nosotros mismos: leoneses con todas las de la ley.