Versión clásica

El cerco de Tarifa y el asesinato del hijo de Guzmán

Después de este hecho terrible y conociendo que las naves cristianas se acercaban, por fin, los benimerines levantaron el cerco el día 28 de agosto de aquel año de 1294, mas el de Guzmán, con su hijo Pedro Alfonso, ya había entrado en la historia.

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Guzmán el Bueno. 1884. Óleo sobre lienzo de Salvador Martínez Cubells. Museo del Prado

Dado que ya, en un par de ocasiones, hemos intentado poner en el conocimiento de los leoneses alguno de los pormenores de la vida de Guzmán el Bueno, hoy traemos a su recuerdo el que le encumbró por encima de los hombres de su tiempo y que le valió el apelativo que nunca abandona su apellido: el Bueno.

Digamos entonces que, en los finales del año 1293, para intentar recuperar la plaza de Tarifa cuya reciente pérdida tanto había dolido a los musulmanes, se encontraban los ejércitos de Muhammad II y de Abū Yaqub cercando la plaza. Incluso a pesar de los problemas derivados de una hambruna que asolaba el norte de África.

Estatua de Alfonso Pérez de Guzmán en la Ciudad de León obra del escultor Aniceto Marinas, 1900.

Fotografía: Martínezld

Sin embargo y contra todas sus previsiones, los defensores aguantan y don Alonso Pérez de Guzmán, alcaide de Tarifa, hace llegar mensajes a su rey para que se disponga a prestarles el auxilio debido, por el interés estratégico del enclave.

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Placa que recuerda la gesta en la localidad de murciana de Tarifa. ¿Murciana?. Si, lo mismo que de castellano tiene Guzmán. Fotografía: Gustavo Vega.

Hay un aspecto muy interesante a considerar en lo que al apoyo exterior se refiere. No existe, en zona cercana, flota alguna que pueda ni siquiera disuadir al enemigo de continuar el cerco, pues, precisamente, después de la toma de Tarifa, por los problemas monetarios que, de tiempo atrás, venía arrastrando el reino, Sancho había ordenado reducir la flota. En esta situación, el rey, cuya salud estaba, además, muy deteriorada, encargó al de Aragón, Jaime II, 15 galeras comprometiendo el pago de 100.000 maravedíes.

Con más retraso, sin embargo, del que los acontecimientos aconsejaban, y hasta con una cierta duda de que no existiera un pacto entre don Jaime de Aragón (o alguno de sus consejeros) y el emir de Granada, fueron botadas las naves encargadas al mando de Guillén Escrivá para unirse a las que comandaba Juan Mathé que estaban esperando para dirigirse a Tarifa. El cerco llevaba ya, sin embargo, cuatro meses.

Hay constancia documental de que en junio se ultimaban ya los preparativos para tener dispuesta la flota en las atarazanas de Sevilla y, para ultimar el proyecto, llegaron, en aquellos días, los 10.000 maravedís que se necesitaban y que ya estaban comprometidos.

Pero aguardando ese socorro exterior que no parecía llegar, en ese verano de 1294, se produce en Tarifa uno de los sucesos más recordados en el devenir de España. Al menos por las generaciones pasadas, puesto que ha venido figurando en todos los libros de historia, y el propio Guzmán, de resultas de esos acontecimientos, sería considerado un verdadero héroe nacional.

El hecho bien pudo, sin embargo, resolverse de un modo muy diferente, pues se constatan ciertos intentos de alcanzar un pacto; claro es que la decisión final pasaría por determinar quién se quedaría con Tarifa…

La importancia que, para los norteafricanos tenía mantener la posesión de “la Montaña de Tariq” estaba fuera de duda, ello facilitaría nuevas incursiones de sus contingentes y hasta había mostrado un evidente interés en la posesión de la plaza el propio emir de Granada.

Los intentos de negociación no cuajaron puesto que obraban en poder de los asesores de Sancho IV los informes de la situación en el norte de África y se tomó, definitivamente, la decisión de no negociar sobre la plaza, confiando en la opinión del alcaide don Alonso que había hecho los preparativos necesarios para aguantar un cerco incluso prolongado en el tiempo.

A pesar, entonces, de que las comunicaciones se cortan, el de Guzmán sigue confiando, tanto en sus previsiones y en los defensores de la plaza, cuanto en la llegada, antes de que los enemigos logren su objetivo, de un ejército que venga a “descercarlos”.

Castillo de Tarifa

Fotografía: Junta de Andalucía

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Don Alonso, curtido en mil batallas, precisamente contra los que ahora le cercan, no teme ni siquiera, al menos en apariencia, un gran número de enemigos ante Tarifa. Sigue confiando en los preparativos que había establecido, en los hombres que tiene a su lado, en los víveres acumulados y en su propia voluntad de soportar cualquier peligro que pueda sobrevenir. Incluso rechaza, no solo los intentos de conquista de la plaza, sino las insistentes promesas y las ofertas que le llegan del lado de los adversarios.

Fuera del escenario cercano a la plaza, señalemos que don Juan Mathé de Luna, encargado de la flota, como se ha dicho, se esfuerza en cumplir con la misión que le ha sido encomendada. Es capaz, por momentos, de contactar con Guzmán para que, tanto el uno como el otro, conozcan de primera mano en qué situación se encuentra cada cual. Cualquier noticia positiva, por pequeña quesea, rearma a los sitiados que continúan resistiendo.

Algunos de los historiadores que relatan los hechos, vienen a sospechar que es, en este momento, viendo la imposibilidad de conquistar la plaza, cuando los musulmanes capturan al hijo de Guzmán que ha sido utilizado como correo. Naturalmente no se aporta ninguna prueba y tampoco parece ser un argumento muy creíble, ya que el niño apenas tiene nueve años; pero, es evidente que, en un momento determinado, el infante don Juan, el hermano del rey, se presenta ante las murallas con el segundo hijo de don Alonso, Pedro Alfonso.

La historia de lo que aconteció a continuación es sobradamente conocida, si bien se debe recordar que la misma «ha pasado a la posteridad envuelta en el recargado ropaje de leyenda, y adulterada por las plumas de genealogistas asalariados, que no sólo restan grandiosidad a la excelsa hazaña, sino que la hacen sospechosa ante la verdad histórica«. Hasta tal punto que se ha llegado a dudar, por momentos, de que fuera verdadero lo acontecido en Tarifa. Sin embargo, en la actualidad, nadie puede permitirse la más mínima duda: la historicidad de los hechos está hoy más que acreditada para la crítica, aunque se dude de la personalidad del hijo sacrificado y no se sepa, con certeza, cómo llegó a manos de sus asesinos.

privilegio rodado guzman el bueno

Privilegio Real de Fernando IV concediendo a Alonso Pérez de Guzmán, su vasallo y alcaide del castillo de Tarifa, la villa de Sanlúcar de Barrameda con todos sus pobladores, términos, pertenencias, pechos y derechos. Archivo Medina Sidonia.

La certidumbre de los hechos es absolutamente contrastable. Apenas tres años después del asesinato del niño Pedro Alfonso, el Rey Fernando IV, otorga a Guzmán, en privilegio rodado, expedido en la ciudad de Toro, el 13 de octubre de 1297, la villa de Sanlúcar de Barrameda “nuestro vasallo é nuestro alcayt en Tarifa en que mataron un fijo que este don Alfonso Pérez había, porque les non quiso dar la villa, é él mismo lanza un su cuchillo á los moros con que matasen el su fijo…”

Para el anónimo autor de la primera crónica sobre Guzmán, sin embargo, quien muere a los pies de las murallas de Tarifa no es Pedro Alfonso de Guzmán sino dos nietos del emir, producto del matrimonio que este habría contraído con la hija de Abū Yūsuf después de la vuelta de María Alonso Coronel a la Península; nada hay que nos lleve a confirmar la teoría. Por lo tanto, nos quedaremos con la opinión más que probada de que, a los pies de las murallas de Tarifa fue sacrificado el segundo hijo de don Alonso y no estos supuestos nietos del emir que, además, ya había fallecido.

Mas, cabe aún una pregunta, ya que, por mucho que imaginemos bárbaras las costumbres en la época, también existían reglas hasta en la situación en la que una ciudad se veía cercada. Por sistema, no se pasaba a cuchillo a los habitantes, ya fueran musulmanes o cristianos pues, en la mayoría de los casos, era suficiente con rendirse al agresor para lograr su perdón, incluyendo la posibilidad de seguir ocupando, en muchas ocasiones, la misma casa, a cambio, eso sí, de pagar los correspondientes impuestos. Es lo que se denominaba el amán o perdón de rendición en un supuesto como este.

¿Por qué, entonces, llegar a este desatino, a este acto de brutalidad sin nombre que supone degollar a un hijo delante de su padre?

Es bien conocido que el Alcaide de Tarifa puso su obligación para con el rey legítimo, que le había confiado la defensa de la plaza, por encima incluso de su vida o la vida de los suyos. Mas, en el cúmulo de interpretaciones del desarrollo final de los hechos, quizá convenga no desechar teorías como que don Alonso habría tomado tal decisión en la creencia de que su rival no cumpliría su amenaza.

¿Y qué supuso el hecho de lanzar su propio puñal? ¿Un gesto de prepotencia a igualar con el del chantaje? En este juego de una tan macabra partida la situación parece habérseles ido de las manos y don Juan (en el futuro, el de Tarifa) decidió no quedar como perdedor en el envite. Es más, se recuerda que la apuesta le había salido bien en el pasado reciente.

En efecto, el año 1282, en plena rebelión de los infantes contra Alfonso X, don Juan había amenazado con dar muerte a un hijo del alcaide de Zamora, que no se encontraba en la ciudad, si no se le entregaba el alcázar. En aquella ocasión, la mujer de Garci Pérez, merino mayor del rey, cedió al horrible chantaje.

Don Juan no contaba, sin embargo, con la fortaleza de ánimo y el acendrado sentido del honor y de la lealtad de quien estaba encargado de la defensa de la plaza y es, en ese momento, cuando se produce el hecho recordado por biógrafos, glosado por juglares y poetas, recogido en obras de teatro, esculpido en piedra o bronce, o mostrado como ejemplo de conducta heroica a generaciones de españoles y destacado con honores en todos los libros de historia.

Después de este hecho terrible y conociendo que las naves cristianas se acercaban, por fin, los benimerines levantaron el cerco el día 28 de agosto de aquel año de 1294, más el de Guzmán, con su hijo Pedro Alfonso, ya había entrado en la historia.

  • Texto: Hermenegildo López González
  • Fotografías: Martínezld

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