Es, además, el único cantoral que ha llegado íntegro hasta nuestros días, lo que le confiere un valor muy especial.
Nadie puede, por una razón u otra, sustraerse nunca del lugar en el que vino al mundo y que, sin ninguna duda, le ha marcado para siempre. Más, en aquellos años de largas tardes de cocina haciendo familia o tejiendo vecindad sin interrupciones de aparatos, sonoros o visuales, que vendrían tiempo después.
Entiendo, entonces, que los lectores que siguen esta columna, me permitirán traer hoy, a estas páginas virtuales, algo alusivo a mi pueblo, San Cipriano del Condado, en sus días grandes de fiesta, reducidos a prácticamente nada por una serie de razones entre las que la pandemia ocupa una gran parte, sin, por ello, ser exclusiva. No entremos en pormenores…
El pueblo de San Cipriano del Condado celebra a su patrón homónimo, el gran obispo de Cartago, de enorme trascendencia, incluso, en la diócesis legionense y tan de moda en la Hispania post-romana y medieval, el día 16 de septiembre, como prevé el calendario litúrgico. A ello viene a sumarse la festividad de la Virgen de las Mercedes o de Villarejo (día 24 del mismo mes), puesto que el pueblo posee una ermita, a unos dos kilómetros de la iglesia parroquial, y a la que se acude (o se acudía) en romería, con pendón y hasta con los preceptivos tamboriteros que encabezaban la procesión.
Seguramente, no interesará más que a los directamente concernidos el porqué de esa advocación y el lugar en el que se ubica la ermita, por lo que no entraremos, al menos hoy, en esos pormenores; realmente no era el motivo principal de esta breve nota sobre el pueblín de mi infancia. Lo verdaderamente importante es, entonces, enmarcar la fecha, para demostrar que no nos salimos del guión establecido para nuestros artículos: fecha y oportunidad.
¿Entonces, sobre qué pretendemos hacer razonar hoy al lector? Sobre algo que muy poca gente conoce y, por lo mismo, parece carecer de importancia… como ocurre tantas veces con lo leonés. Ya decía don Antonio Machado que, en muchas ocasiones, determinada gente “desprecia cuanto ignora”.
En el archivo de nuestra catedral, catalogado con el número 8, de entre todos sus tesoros, se conserva un libro único, conocido con el nombre de Antifonario Mozárabe.
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Se trata, en efecto, de un manuscrito valiosísimo que recoge los diferentes cantos de las celebraciones de la liturgia hispana, llamada también mozárabe, por haberse mantenido, con especial interés, entre los cristianos de las zonas ocupadas por los musulmanes, a lo largo de gran parte de la Edad Media. Pero este calificativo no está aplicado con absoluta propiedad, puesto que el citado cantoral fue copiado de otro, presumiblemente de la época del rey Wamba (rey de los visigodos entre los años 672 y 680, sucesor de Recesvinto y anterior a Ervigio).
Es, además, el único cantoral que ha llegado íntegro hasta nuestros días, lo que le confiere un valor muy especial. Del resto, solo perviven algunos folios; como ejemplo los producidos en el Monasterio de Silos y que hoy se conservan, no solo en esa localidad, sino en la Biblioteca Nacional de Francia o en la British Library de Londres, como verdaderos tesoros. También se pueden ver algunas hojas de un cantoral, copiado en San Juan de la Peña, en la Universidad de Zaragoza.
Sin embargo, como afirmamos, el “Antifonario de León” o, por mejor decir, el “Antifonario de San Cipriano en Porma” es un documento que nos ha llegado, si bien con algunos fallos, en su totalidad, por lo que es considerado como uno de los más importantes originales que guarda la Catedral de León y del que se han hecho ya dos ediciones facsimilares. Bueno sería, a este respecto, que el pueblo del que procede guardara, como testimonio y orgullo para los que lo habitan, una de esas reproducciones.
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¿Y qué más podemos decir sobre este Antifonario? ¿O qué más conocemos del mismo?
En un documento de la época del obispo de León, Fruminio (era 955/año 917 de nuestro calendario actual), que podemos conocer ojeando el episcopologio legionense, se encuentra ”una carta de donación que el Abad I Kilano hizo el 9 de julio de dicho año, en favor del Monasterio de Santiago, que estaba dentro de la misma ciudad de León.”. La escritura se dirige a la Abadesa del Monasterio llamada Felicia, y, en dicho documento, ofrece el abad I Kilano una casa, el Monasterio de San Cipriano de Porma, con sus posesiones…
El documento es de tal importancia que viene firmado por la propia reina Elvira, el obispo Fruminio, dos presbíteros, cinco diáconos y cinco testigos seculares.
Entre las variadas donaciones que el citado Abad ofrece para la dotación del Monasterio de Santiago aparece citado el Antifonario al que venimos haciendo alusión. Mas tarde pasará a poder de la propia sede legionense y el destino ha querido que, a pesar de todas las vicisitudes que han debido superar nuestros antepasados, haya llegado íntegro a nuestros días.
Por aproximar la fecha del documento aludido más arriba, diremos, simplemente, que nos encontramos en el tercer año del reinado del gran rey de León Ordoño II, enterrado en la girola de la Catedral de León a causa de la donación que él mismo hizo de los palacios reales, construidos, en gran parte, sobre las termas romanas, para construir la primera de las catedrales de la ciudad, de la época del Reino de León, puesto que la diócesis data, al menos, del siglo IV, por lo que se supone que hubo alguna en época anterior.
Es, igualmente, el mismo año, y casi por la misma fecha, en que se produce la Batalla de Castromoros (26 de julio), una de las primeras derrotas que los leoneses infringen a los musulmanes, y es el motivo, según se afirma, de que Ordoño II hiciera cesión de su palacio a la iglesia.
¿Y dónde se encontraba el mentado monasterio de Santiago? El gran medievalista, don Claudio Sánchez Albornoz, escribió ya en el año 1926, un opúsculo titulado Una ciudad de la España cristiana hace mil años que se publicó con el subtítulo de Estampas de la vida en León hace mil años. En dicha obra, en la que, en efecto, nos presenta toda una serie de personajes como si vivieran realmente en el León de la época, aparece citado el Monasterio de Santiago que ocupaba parte de lo que hoy es el palacio episcopal, pegado, por lo tanto, a la “porta principalissinistra”; por lo tanto, frente a la actual joya gótica.
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Cuando nos referimos al Antifonario, en sí mismo, diremos que se trata, como decimos, de un libro de cantos compuesto por 306 folios de pergamino (330 x 240 mm), escritos, casi todos, a una sola columna y en letra visigótica. Hay también 22 folios que contienen preciosas miniaturas además de letras mayúsculas con entrelazados dignos de mención. En una de esas miniaturas, al comienzo del libro, aparece el copista,Teodemundus o Totmundo, entregando el libro, que acaba de terminar, al abad del monasterio llamado I Kilano o Ikila, sentado en su solio y con un báculo en la mano.
Solo queda por señalar que la mayor parte de los cantos que en él se contienen no han podido ser descifrados, puesto que la notación musical no viene sobre un tetragrama o un pentagrama. Tan solo se conocen algunos de esos cantos porque, en un momento determinado, fueron transcritos como si se tratara de canto gregoriano, es decir sobre tetragramas.
Enhorabuena, pues, a este pequeño pueblo acostado y casi adormilado a la orilla del río Porma que queda como testimonio de la existencia de aquel famoso monasterio que fue capaz de producir un libro de tanta trascendencia como el Antifonario al que llaman de León pero que debería llamarse de San Cipriano y así cabe reivindicarlo. En cuanto a la existencia del monasterio, incluso de un monasterio dúplice en la época a la que hemos hecho alusión, hay suficientes elementos probatorios también en la toponimia y en los diferentes catastros; así lo dejó patente, en un opúsculo dedicado al pueblo, al monasterio y al antifonario, el sacerdote D. Laurentino César López Sánchez, párroco del citado pueblo entre 1970 y 1980. Agradecimiento sincero, que el pueblo debería hacer patente de algún modo pues puso su nombre en el mundo.
- Textos: Hermenegildo López
- Fotografías: Martínezld