Al anochecer del sábado 7 de septiembre una atmósfera especial se apodera de la villa serrana de Miranda del Castañar. Es la procesión de la Virgen de la Cuesta, que es trasladada desde su ermita hasta la iglesia por las calles del pueblo, a la luz de faroles y candiles de aceite.
Mozos y mozas, vestidos con bella indumentaria y orfebrería tradicional, forman parte de la comitiva, en la que un «gracioso» va y viene para disfrute del público.
Al día siguiente, en el atrio de la iglesia tiene lugar el ritual del ofertorio y los bailes populares al son del tamborilero y del «bobo de la danza». La jornada se completa por la tarde con un festejo taurino en la plaza de toros junto al imponente castillo.
Es 7 de septiembre y el ocaso se ha adueñado de la villa
Emergen rezos de vísperas de la ermita erigida en el lugar donde, según legendario relato, dos niñas que se entretenían cogiendo frutos del campo encontraron la imagen de la Virgen a la que hoy se honra. Moras o fresas tanto da, pues las primeras abundan en aquellos predios y sus cercanías y hubo tiempos, no tan lejanos, en los que nombrar las segundas llevaba inequívocamente a pensar en estas sierras. Que se concrete el hallazgo en el tronco de un olivo no es de extrañar: basta echar una ojeada por los alrededores.
Con la anochecida comienza la procesión. Las empinadas cuestas que son las empedradas calles de Miranda la conducen hacia la plaza de la iglesia y lo hacen recogiendo los ires y venires del gracioso, incansable en su animación de los bailes que abren paso al concurrido desfile. Mozos y mozas van ataviados con sus galas ancestrales, con los vistosos trajes tradicionales; con mantones o pañuelos ricamente bordados, todos; abundante joyería, ellas, y tocados ellos con pañuelos en los que prenden flores.
Asciende así la sacrificada, pero festiva marcha, entre los sones del tamborilero. Pasa bajo el arco de la puerta que lleva el nombre de la Virgen, que junto a las de San Ginés, al este; del Postigo, al sur, y de la Villa, al norte son las cuatro que se abren en la amurallada villa. Toma el desfile la calle Derecha y sigue alumbrado por llameantes candiles, alimentados por aceite, y algunos faroles que festonean el trayecto. La estampa es singular y la particularidad confiere a la procesión un sello indeleble, en este marco sugerente, de antañonas vivencias y secular estampa, de arraigadas tradiciones celosamente conservadas, de casonas blasonadas y calles en las que los aleros de las casas parecen querer fundirse para cobijar al viandante.
Es ese el ambiente que envuelve la llegada al ágora, con la iglesia parroquial al fondo y la torre, que no adosada a ella, sino enfrente, plazuela por medio. La Virgen, una talla que los sabedores del tema datan en el siglo XIII, presenta sentado en su regazo al Niño Jesús, escena imperceptible a los ojos del observador, pues la imagen, que no era de vestir originalmente, está cubierta con un manto que sólo deja ver los rostros de ambos y la mano derecha de ella. Nuestra Señora de la Cuesta, decía, ya está en la iglesia, donde permanecerá hasta que raye de nuevo el sol y, tras ser recogidas las autoridades en el ayuntamiento por quienes han partido del salón de la Virgen, el tamborilero vuelva a inundar las calles con sus sones.
Establecido quedó desde tiempo inmemorial en las ordenanzas de la cofradía que este día, 8 de septiembre -fecha en la que los romeros se llegan a la Peña de Francia para honrar a la virgen morena, o a Béjar para agasajar a Nuestra Señora del Castañar y en la que también Salamanca capital celebra su fiesta grande- “se junten todos sus miembros en la Iglesia del Señor Santiago e San Gines de la dicha villa en oyendo la campana y hagan lo propio la víspera”. Permítaseme una breve incursión en la citada normativa que debía ser leída cada día de San Lorenzo, fecha además elegida para echar cuentas, con el ánimo de referir que a los hidalgos les estaba vetado el acceso a la congregación, “por ser toda como lo es de labradores y porque haya más igualdad y conformidad”. Lo transcribe el profesor Álvarez Villar en su libro “La Villa Condal de Miranda del Castañar”.
Tras la misa y con imagen de la Virgen delante del atrio de la iglesia, una multitud se agolpa en la plaza para ser testigo del ritual conservado durante siglos. Centinela de sus tradiciones, Miranda lo rescata cada año, como en los albores de febrero perpetúa Las Candelas, con atención a cómo llegan las velas a la iglesia para saber lo que el año deparará a jóvenes y mayores, o pone peculiaridad a la celebración de las Águedas, con el tremolar de la bandera en manos de las mujeres sobre las cabezas de los hombres.
Digamos esas por citar algunas, pero no nos distraigamos de la fiesta septembrina que ya, tras la eucaristía, nos permite escuchar los versificados agradecimientos y peticiones que recitan ante la patrona. Volviendo a mostrar la belleza ornamental de sus trajes, ellos y ellas, por este orden; los mozos y mozas que le ponen danza al día, precedidos de la conocida como mocina del ramo, echan las relaciones, que es como se conoce aquí al momento, regido por un preciso protocolo, que concede al gracioso -también conocido como bobo de la danza– el protagonismo del obligado acompañamiento a los intervinientes.
Fuente y para leer más: http://www.lasalina.es/turismo/emociones/emociones11/noticia3.php