Un 18 de junio de 1250 Teresa, infanta de Portugal, reina de León, después de una cumplida vida de 74 años falleció en su monasterio de Lorvão y fue enterrada allí, al lado de su hermana Sancha
Verano de 1188. Alfonso, el hijo de Fernando II de León, a pesar de las dificultades iniciales de acceso al trono, ya se encuentra asentado en el mismo. Los problemas con sus vecinos, sin embargo, no solo no remiten, sino que, por momentos, amenazan la estabilidad del Reino.
Para tratar de paliarlos se intentó, en primera instancia, como en vida de su padre, la solución portuguesa casando a Fernando con del joven rey, ante la presión fronteriza de Castilla, promovieron un procedimiento semejante.
La misma piedra con la que poder tropezar dos veces, pues, si el matrimonio de su padre había sido declarado nulo, seguimos preguntándonos aún por qué llegaron a pensar que este no correría la misma suerte, dado que los contrayentes eran primos hermanos…
La elección para este matrimonio de conveniencia con Alfonso Fernández recayó en la joven Teresa Sánchez, hija primogénita de Sancho I de Portugal, el Poblador, y de Dulce de Aragón.
Recordemos que Sancho era hermano de la madre de Alfonso, Urraca de Portugal… y, por conocido, no necesitemos explayarnos más sobre los antepasados de ambos contrayentes.
Teresa había nacido en Coímbra el 4 de octubre de 1178 y se había criado en la Corte de su abuelo Alfonso I de Portugal. Al parecer, una mujer conocida como doña Goda se encargó de su educación y a ella se achaca la profunda espiritualidad de Teresa y la influencia de la misma en su devenir.
La boda tuvo lugar el 15 de febrero de 1191 en Guimarães. Alfonso llevaba tres años en el trono, tenía 20 años y la novia había alcanzado los 15. Todo parecía presagiar alegría, mas las dudas, como negras nubes de verano, que anuncian tormenta, se cernían sobre la unión desde los primeros compases de aquella fiesta.
Así sucedió. En un concilio celebrado en Salamanca, y no habiendo recibido las dispensas oportunas, se optó por la nulidad y, comunicada la decisión a Roma, esta fue ratificada por Calixto III en 1194, en primera instancia, y de manera definitiva, dos años más tarde por Inocencio III.
Se impuso entonces la disolución del matrimonio, si bien los tres hijos que habían nacido ya de aquella unión (Sancha, Fernando y Dulce) fueron reconocidos por la Santa Sede y, por lo tanto, el infante Fernando se consolidaba como el futuro heredero al trono. Fallecido este, se entendía, claro está, que los derechos de herencia pasaban a sus hermanas y no a terceros.
Siempre se ha insistido en que, a pesar de tratarse de un matrimonio de conveniencia, los dos jóvenes se amaban de verdad, pero, a pesar del amor a su marido, Teresa había sido educada en la obediencia a las órdenes superiores, y los designios de Dios expresados a través del papa, no podían estar más claros. Resignada, aceptó la separación.
Así las cosas, Teresa opta por regresar a su Portugal de origen, llevando consigo a la pequeña Dulce, de alrededor de un año. Por el contrario, Sancha y Fernando permanecerán en la Corte al lado de su padre.
Hay que señalar asimismo que su regreso a Portugal parece haber sido una decisión personal suya ya que, en 1194, su marido y su padre habían acordado un Tratado de la solución de arras que venía a fijar las condiciones de la exreina y su lugar de residencia que podía elegir ella misma en uno u otro reino. Se contempla también la entrega de una tierra llana entre Ciudad Rodrigo y León o entre León y Tuy por valor de 4.000 morabetinos además de la tenencia de Villafranca del Bierzo.
En el mismo tratado, ambos monarcas se entregaban cuatro castillos en garantía de paz. Este tratado vendría a ser el complemento del Tratado de Tordehumos, firmado, en este caso, con Castilla para intentar llevar la paz a los diferentes reinos peninsulares.
Mas, si le quedaba alguna duda a la reina Teresa sobre su lugar de residencia, en 1198 fallecía su madre, la reina Dulce, con lo que optó por establecerse en Portugal y hacerse cargo de la educación de sus hermanas más pequeñas. Ello no le impedía, sin embargo, seguir con atención vigilante todo lo que ocurría, no solo en sus propiedades, sino en el Reino de Portugal, en el de León e incluso en el papado pues mantuvo relaciones fluidas con Inocencio III, Honorio III y Gregorio IX, papas que se sucedieron en la sede de Pedro a lo largo de su vida.
A partir de la muerte de su padre Sancho (26 de marzo de 1211), se le abre un periodo de inseguridad y hasta de enfrentamiento con su hermano Alfonso II, el heredero, puesto que este se niega a respetar las disposiciones contempladas en el testamento del padre, en orden, especialmente, a las posesiones y rentas que debía disfrutar Teresa. El nuevo rey pretendía establecer una política de centralización del poder que chocaba con las ventajas de las que disfrutaba su hermana. Temía, incluso, que el hecho de seguir siendo considerada y llamada “la reina Teresa”, podía concitar en su entorno personas proclives a levantarse contra el poder real y dividir el Reino en dos. No olvidemos que Portugal es, en la época, una entidad de muy reciente creación, y todas las prevenciones son pocas… Hasta siete bulas papales fueron emitidas para intentar resolver el contencioso, seguidas de una excomunión y un interdicto.
Pero el mismo se resolvió, gracias no tanto a la intervención directa del papado, sino a la muerte de su hermano Alfonso (25 de marzo de 1223). El sucesor, Sancho II, aceptó mantener a nombre de sus tías las propiedades sobre las que se había establecido el pleito, a cambio simplemente de que ellas renunciaran al titulo de reinas.
En pleno enfrentamiento con su hermano se produce un hecho terrible en la vida de la reina Teresa; su hijo Fernando, aquel en quien se habían depositado todas las esperanzas para suceder a su marido Alfonso, falleció en León un mes de agosto de 1214.
A partir de ese momento, Teresa Sánchez parece más decidida a dedicarse de pleno a la vida religiosa, o al apoyo de la misma. En su regreso a Portugal, tras la anulación de su matrimonio, había entrado en conocimiento, al parecer, en Lorvão (a 18 km. de Coímbra), de un convento masculino que se había apartado un tanto de su regla monástica benedictina y que se encontraba bastante deteriorado. Decidió entonces adscribirlo a la regla cisterciense y alojar en el mismo a monjas, lo que consiguió con la aprobación de Inocencio III. La idea de Teresa era que las reinas e infantas portuguesas, llegado el caso, dispusieran de un lugar en el que retirarse del mundo.
Algo semejante emprendería en los últimos años de vida de su exmarido, Alfonso, en el Bierzo. Así el 29 de abril de 1229, con el apoyo del propio rey, se fundaba el monasterio de Santa María de Villabuena (más tarde cambiaría su nombre por el de san Guillermo de Peñacorada por haber trasladado al mismo las reliquias del santo). Dicha fundación tendría sus necesidades cubiertas pues le eran adjudicadas una lista enorme de propiedades en lugares tan conocidos como Corullón, Villadecanes, Valtuille, Arganza, Canedo de Abajo, etc., y situadas no lejos del propio cenobio lo que permitía un mejor aprovechamiento y un más fácil control.
El 13 de marzo del citado año 1229 se produce otro acontecimiento luctuoso en la vida de la reina Teresa: su hermana Sancha fallece, a los 49 años, en el monasterio de Celas (lugar donde, según la tradición, habrían acampado las tropas de Fernando I el Magno de León, durante la conquista de Coímbra), que ella había fundado. Teresa decide enterrarla en el sepulcro que había dispuesto para sí misma en Lorvão.
Entre los años 1230 y 1240, fallecido ya Alfonso y resuelto el problema sucesorio planteado, la construcción del monasterio de Villabuena constituyó su mayor preocupación. A partir de aquellos momentos es cuando se decidió a profesar (algunos mantienen que no lo hizo nunca, a pesar de haber vivido casi como una verdadera monja), lo que llevará a cabo en su querido convento de Lorvão.
Aludimos a un “problema sucesorio” cuya solución no siempre ha tenido un esclarecimiento muy coherente. Se trataba de encontrar un heredero a la muerte de Alfonso el Legislador. La habilidad, en este caso, de Berenguela de Castilla pudo, sin duda, mucho más que los escasos deseos de Teresa de conseguir para sus hijas Sancha y Dulce el reconocimiento de sus derechos al trono de León y, después de varios encuentros, ambas reinas llegaron a firmar un pacto en la ciudad leonesa de Benavente. En el denominado Tratado de las dos madres o de Benavente, se acordó que las infantas Sancha y Dulce renunciarían a sus derechos y, a cambio, recibirían la suma de 30.000 maravedís de renta anual siempre que no contrajesen matrimonio.
Si entraban en religión, recibirían la mitad. En opinión de algunos historiadores, dicha renta nunca la recibirían.
En los años sucesivos, todavía encontraremos a Teresa mediando, desde su lugar de rero, por ejemplo, en situaciones desagradables relativas a la Corte portuguesa, como la crisis sobrevenida (1245) por el enfrentamiento entre sus dos sobrinos, Sancho II y el infante Alfonso, conde de Bolonia; asimismo interviene en 1249 solicitando el apoyo del papado para el obispo de Viseo, Pedro Gonçalves. De otro lado y en aspectos más íntimos de su vida, no deberíamos olvidar que tuvo la desgracia de vivir la muerte de sus dos hijas, Sancha en 1242 y Dulce en 1248 (recordemos que su hijo Fernando ya había fallecido también en 1214), y varios de sus hermanos (Sancha, Alfonso, Fernando, Ramón, Blanca y Berenguela) además del rey Alfonso, su exmarido, en 1230.
Una sucesión de desgracias difíciles de sobrellevar. Y así llegamos al 18 de junio de 1250; Teresa, infanta de Portugal, reina de León, hermana y tía de reyes, y madre de dos reinas a las que hurtaron sus derechos sucesorios, después de una cumplida vida de 74 años, nada común para la época, falleció en su monasterio y fue enterrada allí, al lado de su hermana Sancha. Su fama de santa se divulgó de inmediato por toda la Península y hasta se llegaron a contabilizar algunos milagros, lo que llevó al papa Clemente XI, el 20 de mayo de 1705, a su beatificación, al mismo tiempo que a su hermana Sancha (las santas reinas les dicen en Portugal). Posteriormente (82 años) sería beatificada su hermana Mafalda.
La opinión de M.A. Fernándes Marques nos parece un perfecto resumen de su vida y de lo que se piensa de ella en el vecino Portugal: “la santa reina Teresa fue la más poderosa, influyente y enérgica mujer de la familia real portuguesa de la primera mitad del siglo XIII…”. Un carácter que no desmerece en nada de lo que estamos comprobando en la mayoría de las biografiadas y que, por lo mismo, podemos aplicar a la mujer leonesa como característica bien perceptible.
Y ahora unas líneas sobre el porqué del apelativo “Santa Teresa de León” o Santa Teresa de Portugal, reina de León. En el año 2019, después de un viaje de la Muy Ilustre, Real e Imperial Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro a Coímbra y, naturalmente, a Lorvão, para rendir homenaje a una reina de León, como viene haciéndose con todos los reyes y reinas no enterrados en el Panteón de San Isidoro, el entonces abad de dicha institución planteó al obispo de la Diócesis Legionense, D. Julián López Martin, la situación tan diferente en el trato que se dispensaba a la reina Teresa en León y en Portugal.
Elaborado un dossier al efecto, el mismo fue enviado al Dicasterio de las Causas de los Santos y, hay que recalcarlo y agradecerlo en su justa medida, en un tiempo ciertamente breve, la respuesta fue que la Diócesis de León podía establecer, en su calendario particular, un día dedicado a la Santa Reina. Ese día quedó fijado en el 17 de junio, el día de su tránsito al Paraíso. Por eso los leoneses, especialmente en la Basílica del Santo Isidoro, en dicho día, podemos tener un recuerdo especial para una mujer que perdió una corona pero que supo ganarse el respeto y el amor de todos cuantos la conocieron en la urbe regia. Su presencia entre nosotros y sus obras nunca se olvidan, y los leoneses agradecidos la recuerdan.
- Textos: Hermenegildo López González
- Fotografía: Martínezld