Los leoneses de Alfonso derrotan, sin paliativos, a los castellanos de Sancho que huyen en desbandada.
En los finales del año 1065, seguramente el día 27 de diciembre, fallecía en León, en el palacio real, anejo a la Iglesia del Santo Isidoro (que había adoptado dicho nombre tras la llegada, desde Sevilla, dos años antes, de los restos del sabio obispo hispalense), el gran rey Fernando I de León. Y recalcamos “de León” porque, por más que algunos insistan en denominarle “rey de Castilla”, esta afirmación no tiene ni el más mínimo atisbo de verdad; era, sí, conde de Castilla, pero el título de rey lo había adquirido por su matrimonio con doña Sancha, hija de Alfonso V, el de los Buenos Fueros, después de la muerte de su hermano Vermudo III, en la batalla de Tamarón.
Por razones que nadie ha podido explicar con propiedad, y como hemos señalado ya en algún otro artículo (ver, por ejemplo, El cerco de Zamora o la muerte del rey don Sancho), Fernando manda redactar un testamento en el que divide el Reino de León entre sus tres hijos: Sancho, Alfonso y García. Por primera vez, en la historia de la Península, aparece una porción de la misma considerada como reino: el reino de Castilla que hereda el primogénito, Sancho, a quien los historiadores han denominado “Sancho II de Castilla, el Fuerte”.(Uno sigue preguntándose dónde encontrar un Sancho I de Castilla, si dicho reino no había existido nunca hasta ese momento… Insondables explicaciones e interpretaciones de los que pretenden entroncar ese reino, si viene a cuento, o si no, hasta con el padre Adán).
Seguramente, como se ha afirmado tantas veces, Sancha y Fernando juzgaban que el segundo, Alfonso (que reinará con el ordinal VI, como correspondía después del V que había llevado su abuelo), estaba mejor preparado para hacerse cargo de dirigir el reino más importante, el que tenía asociada la idea de “Imperium” desde, al menos Alfonso III.
Cierto es que no era la primera vez que se dividía el Reino entre los diferentes herederos de la corona leonesa; mas el resto eran considerados, y ellos mismos se consideraban, dependientes del Reino de León. Así el Reino de Galicia, en algunas ocasiones, el de Asturias o, incluso, el naciente Reino de Portugal (que recuperará más tarde la condición de condado) en la época de Ramiro II.
Sin embargo, Sancho era demasiado orgulloso como para aceptar la condición de verse dependiente del reino que dirigía su hermano Alfonso, menor que él y, en su opinión, demasiado “supeditado” a su hermana mayor Urraca.
Así las cosas, dos años después de la muerte de Fernando, fallece la reina titular, Sancha I de León, y estalla la guerra entre los hermanos.
Sancho decidirá arrebatar Galicia al hermano pequeño, García, que ni siquiera ha tenido tiempo de hacerse un nombre y labrarse unos apoyos ciertos entre los magnates gallegos que estaban tradicionalmente vinculados al Reino de León, hasta el punto de que muchos de los futuros reyes venían siendo educados en dicha región. Con el permiso, pues, de Alfonso, y algunos aventuran que hasta con su apoyo, Sancho invadirá Galicia y depondrá a su hermano García. De ese modo, solo quedaría Alfonso, para reunificar la herencia de sus padres.
Pero, en primer lugar, se dará un enfrentamiento bélico entre Sancho y Alfonso, en los campos de Llantada o Lantada (19 de julio de 1068), en la frontera entre los dos reinos, pueblo actual de Lantadilla, provincia de Palencia), apenas un año después de la muerte de la reina Sancha. Los dos hermanos se someten a una especie de juicio de Dios y, en presencia de obispos de ambos reinos, determinan que el vencedor en dicho enfrentamiento reinaría de manera solitaria; el otro entraría en religión.
Sin embargo, ni siquiera los obispos de León y Burgos que acompañaban a las tropas supieron establecer quién había resultado vencedor, por lo que la decisión se pospone a un nuevo enfrentamiento que tendrá lugar cuando ambos determinen.
Sin embargo, aquí ya comienzan las especulaciones de los cronistas pro-castellanos. Afirman que Alfonso perdió la batalla, que huyó y que no quiso aceptar su derrota ni cumplir el compromiso jurado previamente. Falso de toda falsedad. Si hubiera sido así, ¿cómo explicar que el 19 de mayo de 1069, apenas 10 meses más tarde, estuviera presente en la boda de su hermano? Por cierto, parece que fue la ocasión aprovechada para urdir, definitivamente, la anexión de Galicia. No da la impresión de que las relaciones fueran tan malas…
Así las cosas, el 11 de enero de 1072 (puede que incluso en días anteriores por lo que comentaremos más adelante) tiene lugar la batalla de Golpejera (lugar hoy en términos de Villarmentero de Campos, entre Frómista y Carrión de los Condes). En un primer momento, los leoneses de Alfonso derrotan, sin paliativos, a los castellanos de Sancho que huyen en desbandada.
En estas circunstancias y juzgándose claramente vencedor, Alfonso no autoriza la persecución de unas tropas que habrían sido diezmadas, sin ninguna duda. La caballería leonesa en formación cerrada era muy temida y habría causado verdaderos estragos en un ejército que huía. Por lo tanto, y a pesar de los consejos en contrario de algunos nobles como Pedro Ansúrez o García Ordóñez, el rey decide dejarlos retirarse; no estaba bien visto, ni era ético, ni entraba en los códigos de la guerra atacar, por parte de unos cristianos, a otros correligionarios que huían tras haber sido derrotados.
Sin embargo, la grandeza y generosidad de Alfonso no fue correspondida con un trato semejante y, probablemente, ni siquiera entendida. Para obrar con magnificencia hay, en primer lugar, que tener un corazón magnánimo… y no parece el caso. Según se cuenta, estimulados por Rodrigo Díaz de Vivar, un infanzón, leonés por más señas, o al menos criado en León, maniobrero, ambicioso y reputado mercenario, que se convertirá, por mor de los juglares en la figura emblemática de la época, hasta desplazar de la historia al propio Alfonso, conquistador de Toledo (ver La España del Cid, de Ramón Menéndez Pidal y no La España de Alfonso), terminarán dándose la vuelta y atacarán a los leoneses con alevosía y nocturnidad.
A la salida del sol, entonces, se presentan en el campamento leonés donde encuentran a las tropas, como suponían, durmiendo y sin la necesaria vigilancia, y no tanto, como se ha afirmado porque “su carácter es presuntuoso y autosuficiente”, sino porque no entienden que alguien pueda violar, de ese modo, un código guerrero, después de que le ha sido perdonada la vida.
El pago recibido por el rey Alfonso fue verse cargado de cadenas y llevado, entre burlas, hasta Burgos desde donde, gracias a la intermediación de su hermana Urraca y el abad Hugo de Cluny, será, finalmente, desterrado a Toledo, donde fue acogido por su rey Al-Mamún que, de acuerdo con el testamento de Fernando I, le pagaba tributos.
De inmediato, Sancho se traslada a León donde intenta ser coronado el 12 de enero de 1072, lo que nos indica que la batalla de Golpejera tuvo que darse antes de la fecha que se tiene como cierta.
Llegado a León, sin embargo, ni el obispo Pelayo, ni la nobleza lo aceptan como rey por lo que, en una nueva demostración de soberbia, se corona el mismo en la catedral leonesa. Esta forma de ser y de actuar de Sancho nos confirma en la idea, arriba expresada, sobre sus cualidades para asumir unas obligaciones como rey de León que, en modo alguno, poseía. Como consecuencia de estos hechos, muchos nobles leoneses, que se le oponen visiblemente, deciden crear un centro de resistencia en la leonesa Zamora, protegidos por Doña Urraca. A Sancho, que pretende unificar los territorios de sus padres bajo su mando y según sus modos, no le queda otra opción que intentar conquistar la ciudad y castigar a estos sediciosos que no le reconocen.
El resultado final ya lo conocemos: encontrará la muerte, a las puertas de Zamora, a manos de un patriota leonés que ha pasado a la historia con el nombre de Vellido Dolfos y con la etiqueta, hasta hace muy pocos años, de gran traidor, cuando lo que hizo, realmente, fue defender a los suyos, a su reina y a los que pensaban como él.
- Textos: Hermenegildo López
- Fotografías: Martínezld