Doña Urraca, la señora de Zamora, aunque bien podría tener también otros apelativos como la impulsora de la Basílica de San Isidoro, la señora del Grial, etc., puesto que a todo esto dedicó gran parte de sus esfuerzos vitales como señora del Infantado leonés.
Continuamos hoy meditando sobre algunas mujeres del Reino de León de los siglos XI y XII. Recuerden que habíamos elegido cuatro: por orden cronológico, Sancha I de León, Urraca la señora de Zamora, Urraca I de León, su sobrina y Sancha, la Señora de San Isidoro y hermana del Emperador Alfonso VII.
Y todo ello para sumarnos, como decíamos a la celebración del día de las mujeres, bien a pesar de que estamos en unas fechas plagadas de acontecimientos ocurridos en el Reino. Como ejemplo: el día 1 de marzo de 1105 nació en Caldas de Reis el que sería el Emperador Alfonso VII, el 8 de marzo de 1126 muere la reina Urraca I y el día 10 es coronado su hijo, el 15 de este mes, pero de 1230 se produce la batalla de Alange que abre, a nuestro Alfonso IX, las puertas de Mérida y Badajoz y el 19 de marzo de 1101 muere la persona a la que dedicamos el artículo de hoy, No obstante, y como compromiso para el futuro, de los otros acontecimientos nos ocuparemos oportunamente
Entrémonos, entonces, en nuestro personaje de hoy: Urraca de Zamora. Pues bien, si recuerdan cómo fue la madre, la reina Sancha, parodiando el refrán, podríamos afirmar que “de tal palo tal astilla”; solo de ese modo alcanzaremos a comprender mejor a esta mujer, su hija mayor, Doña Urraca, la señora de Zamora, aunque bien podría tener también otros apelativos como la impulsora de la Basílica de San Isidoro, la señora del Grial, etc., puesto que a todo esto dedicó gran parte de sus esfuerzos vitales como señora del Infantado leonés.
Sabido es que, según se nos cuenta, incluso en conocidos romances, en el testamento de su padre había recibido la ciudad de Zamora que, en algunos momentos de la historia leonesa, fue denominada “la niña bonita del reino” y lugar elegido por muchos reyes para nacer, vivir e incluso morir. Larga sería la lista, nada menos que desde Alfonso III el Magno.
Sabido es también que, durante el famosísimo cerco de Zamora, de tanta inspiración para los juglares, que no siempre contaron los hechos con la verdad requerida, murió su hermano Sancho I de Castilla y II de León a manos de un caballero del reino, llamado Vellido Dolfos, que ha sido tildado siempre con el sambenito de gran traidor, cuando los leoneses deberíamos considerarlo un héroe en el sentido más propio del término. Estos hechos, cierto es, favorecieron la vuelta de Alfonso VI desterrado en Toledo. Pero que haya tenido que ser un juez llegado de Jaén, Federico Acosta, y su hija, Carmen Acosta, los que consiguieron cambiar el ofensivo nombre de “portillo de la Traición” por el moderno “portillo de la Lealtad”, demuestra hasta qué grado de indignidad y pasotismo, en la defensa de lo nuestro, hemos caído…
Conocido es el hecho de que, siendo la hermana mayor, siempre tuvo una especial predilección por su hermano Alfonso, 7 años más joven que ella, algo que, sin embargo, no explica las críticas que se han vertido en su contra, en esta relación de hermana mayor con el propio Alfonso. Las mentes sucias siempre están dispuestas a mancillar todo lo que tocan.
En una conferencia que tuve el honor de pronunciar en la propia ciudad de Zamora, hace algunos años ya, denominé a Doña Urraca, “prototipo de la mujer leonesa”: valiente hasta límites inimaginables; comprometida con los suyos, con sus obligaciones, pero también con sus ideas; creyente hasta el sacrificio y hasta el desprendimiento de sus mejores joyas para vestir un cáliz de ónice que el rey de la taifa de Denia había regalado a su padre el rey Fernando y que, de acuerdo con las investigaciones llevadas a cabo por Margarita Torres y Miguel Ortega, es el que más argumentos tiene para ser considerado el cáliz de la Santa Cena, contra otras opiniones menos fundadas pero mucho más interesadas y publicitadas. Ya hemos oído muchas veces que, a causa de la envida patológica que muchos padecen, lo peor de León son los leoneses.
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Es también la impulsora de uno de nuestros mayores orgullos: el Panteón Real de San Isidoro en el que, recogiendo, fundamentalmente, los deseos de su abuelo Alfonso V, se fueron reuniendo muchos de los restos de sus antepasados hasta constituir el más bello Panteón de la Edad Media hispana, decorado con las pinturas que le han valido el apelativo de la Capilla Sixtina del arte románico.
Podemos imaginarla, incluso, vigilante diaria en la construcción de la propia iglesia palatina de San Isidoro, puesto que, cuando llegan las reliquias del santo, tiene 30 años y su padre fallecerá apenas dos años más tarde.
Digamos, para terminar este breve apunte sobre una gran dama, que, a pesar de haber vivido en un mundo de hombres, marcó una época y el futuro del propio reino; y precisamente por eso, por sus innegables méritos que otros no pudieron atribuirse, por negarse a entregar su ciudad y por convertirse en defensora de los valores del Reino, Urraca será, no solo maltratada sino vilipendiada, hasta de manera grotesca, como hemos dicho, por romances e incluso por algunos historiadores. ¿Y cuál podía ser el mayor pecado cometido por una mujer en aquella época? Sin duda el denominado “pecado de la carne”; era el arma que se esgrimía contra aquella mujer cuyo comportamiento no se ajustara a lo que se esperaba de ella, a la no obediencia a las reglas establecidas por los hombres, especialmente la nobleza y la iglesia. Sin embargo, los nobles tuvieron concubinas y hasta los hijos habidos fuera del matrimonio heredaban señoríos. Otro tanto podríamos decir de los clérigos y sus barraganas… Pero a nuestra Urraca se la acusó no solo de amores con el Cid sino con Vellido Dolfos, con alguno de los hijos de su mentor, Arias Gonzalo, y, lo que es aún más terrible, hasta de cometer incesto con su hermano Alfonso.
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La Historia Silense que recoge los hechos desde el reinado de Alfonso VI hacia atrás, pinta, sin embargo, a Urraca Fernández como una mujer piadosa cuya vida fue ejemplar. Podemos recordar, incluso, que hubo un cierto intento de beatificación que no llegó a prosperar, lo mismo que ocurrió con su madre, la reina Sancha. Eso parecía estar reservado a las infantas portuguesas y a ciertos reyes “castellanos”, ya que el papado nunca fue, en esa época, muy proclive al Reino de León. ¿por las leyes tan adelantadas a su época, quizá?
Como mujer inteligente que era, nunca aceptó ningún tipo de limitaciones que, por serlo, trataban de imponerle. Ahora bien, siempre actuó desde la prudencia y la discreción como correspondía a una infanta-reina que asumía tan altas responsabilidades.
Algo que, sin lugar a dudas, transmitió a su sobrina del mismo nombre; la que tendría el honor de ser la primera reina coronada en Europa, Urraca I de León. Falta de madre, la pequeña Urraca bebería de las enseñanzas de la que para ella era un verdadero gigante y a quien todos admiraban y hasta temían. Por eso, si la infanta Urraca no pudo reinar, el destino quiso que lo hiciera en la figura de su sobrina preferida.
Llegamos así, en el trajín diario, visitando monasterios, aconsejando y vigilando el día a día de lo que era su patrimonio, a la fecha del 19 de marzo de 1101 día en el que la gran Urraca se fue de este mundo a la avanzada edad, para la época, de 68 años de edad, habiendo dedicado no solo su vida, sino sus esfuerzos, su pensamiento y toda su energía, que no era poca, al servicio de unas ideas, de una tierra, de un reino que hubiera debido corresponderle por derecho de primogenitura, pero que le fue negado por el simple hecho de ser mujer.
- Textos: Hermenegildo López
- Fotografías: Martínezld