Cada año, al anochecer del 7 de septiembre una atmósfera especial se apodera de la villa serrana de Miranda del Castañar. Es la procesión de la Virgen de la Cuesta, cuya imagen es trasladada desde su ermita hasta la iglesia por las calles del pueblo, a la luz de faroles y candiles de aceite.
Este rito ancestral comienza la víspera a la caída del sol, después de la merienda, cuando el tamborilero, acompañado de los danzarines y mozas, ataviados con los trajes típicos serranos van a buscar al alcalde, desde allí, al cura y luego, a los priostes. Así toda la comitiva (y toda la gente del pueblo) baja a la ermita de La Cuesta donde se rezan y cantan las vísperas. Mozos y mozas, van vestidos con bella indumentaria y orfebrería tradicional, componen la comitiva, en la que un «gracioso» va y viene para disfrute del público.
A hombros de los priostes sube la Virgen la cuesta hacia la puerta de Nuestra Señora de La Cuesta. Ya dentro del recinto amurallado, las calles sólo están iluminadas por los candiles y farolas que alumbran el paso de la Virgen. Este es uno de los actos más bonitos de las fiestas de Miranda. Y así es desde hace más de 300 años, incluso las casas, las calles, el ambiente es el mismo que antaño. Todos los años se premia la calle o el tramo de calle que más bonita esté iluminada o decorada. Una vez que se llega a la puerta de la parroquia, las mozas se despiden de la Virgen hasta el día siguiente cantándole una canción. Desde aquí se va al convite que corre por cuenta de los priostes”.
Al día siguiente, en el atrio de la iglesia tiene lugar el ritual del ofertorio y los bailes populares al son del tamborilero y del «bobo de la danza». La jornada se completa por la tarde con un festejo taurino en la plaza de toros junto al imponente castillo de este conjunto histórico.