Villas y ciudades de Badajoz muestran al viajero sus más íntimos secretos.
Está aquí al lado y sin embargo sigue siendo una gran desconocida. Badajoz y su provincia ha sido siempre tierra de paso, cruce de caminos desde los tiempos de los romanos, lugar compartido con la raya que la separa de Portugal. Hora es ya de que se convierta en destino en sí misma. Guarda muchos secretos pero está dispuesta a compartirlos. 50 periodistas de FEPET acaban de comprobarlo en su Congreso Nacional.
Por aquí anduvieron Hernán Cortés, Vasco Núñez de Balboa y Francisco de Zurbarán. Dejaron sus huellas los caballeros templarios y los rígidos custodios de la Inquisición. Los artistas del mudéjar y el barroco firmaron sus prodigiosas obras y aquí están sus huellas en castillos, iglesias, alcazabas y juderías. Estas tierras contemplaron el paso de celtas y tartésicos, visigodos, moros y cristianos. Pero, sin duda, los que dejaron un mayor recuerdo fueron los romanos, los súbditos del emperador Octavio Augusto que creó una de las urbes más importantes de toda Hispania, capital de la Lusitania y una de las joyas del Imperio, a la que dio su nombre: Emérita Augusta. Y lo hizo en un enclave que gozaba de un gran valor estratégico, ya que en él confluían dos de las principales vías romanas: la Vía de la Plata, que unía Mérida y Astorga, y la calzada que comunicaba Toledo con Lisboa.
Hablamos, claro está, de las tierras extremeñas de Badajoz y, sobre todo, de su capital, Mérida, cuyo esplendoroso pasado se manifiesta hoy en uno de los conjuntos monumentales y arqueológicos mejor conservados de España, reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Así, la huella romana sigue presente casi en cada rincón de la ciudad, siendo el Teatro Romano una de las construcciones más emblemáticas. Erigido en el siglo I a. C., poseía un aforo con capacidad para 6.000 espectadores. Pero sin duda lo más espectacular es su escena teatral, que se encuentra presidida por dos filas de columnas superpuestas y ornamentada con esculturas de divinidades y personajes imperiales. Junto a él se levanta el Anfiteatro, escenario en el que se celebraban luchas de gladiadores y fieras. Esta construcción, contemporánea de la anterior, conserva algunos de sus elementos originales, tales como las gradas, los palcos y las tribunas. Ambos recintos vuelven a cobrar vida cada verano con la celebración del Festival de Teatro Clásico de Mérida, uno de los más importantes de los que se organizan en España.
No es lo único destacable de la actual capital de Extremadura y sede de su Gobierno; en el centro urbano se alzan el Templo de Diana y el Arco de Trajano, de 15 metros de altura, una de las puertas de acceso a la ciudad. En las afueras pueden contemplarse ambiciosos proyectos civiles de la época, como el Puente Romano que cruza sobre el río Guadiana. Destaca por su gran monumentalidad, ya que sus más de 800 metros de longitud y sus 60 arcos lo convierten en uno de los mayores de aquel momento. También cabe mencionar el Acueducto de los Milagros que, salvando el desnivel del río Albarregas, servía para abastecer de agua a la ciudad desde el vecino embalse de Proserpina, cuya presa romana aún se conserva.
El Museo Nacional de Arte Romano, obra del arquitecto español Rafael Moneo, completa la visita a las construcciones romanas que se encuentran repartidas por la ciudad. A través de sus más de 36.000 piezas todas ellas procedentes de Mérida y su comarca y de los paneles expuestos, el recinto permite conocer a fondo el legado de la ciudad y acercar al público la vida cotidiana de una colonia romana. Una de las obras maestras del museo es el magnífico busto de Octavio Augusto en mármol de Carrara.
Naturalmente, en Mérida también hay muestras de otras culturas y otras artes. De la dominación musulmana han quedado algunas muestras de arquitectura, como la Alcazaba, frente al río Guadiana que conserva en su interior un aljibe de origen romano, reedificado y ornamentado con pilastras visigodas. Anexo a esta plaza defensiva se encuentra el Conventual Santiaguista, construido durante el periodo en que la ciudad permaneció bajo la jurisdicción de los Caballeros de la Orden de Santiago y que hoy es sede de la presidencia del Gobierno extremeño.
Castillos y palacios
Pero aunque la tentación de permanecer en Mérida y dejarse seducir por sus encantos es grande, como en su día atrapó a los soldados romanos licenciados que, procedentes de las legiones V y X, fueron recompensados por Roma con tierras de la vega del río Guadiana tras participar en las guerras cántabras, hay que emprender el camino porque queda mucho por descubrir y esta tierra de contrastes en la se que combinan dehesas de encinar, serranías y el bosque mediterráneo, llama al viajero. Porque también aquí la naturaleza ha sido pródiga, como bien reflejan los cercanos Parque Nacional de Monfragüe y Parque Natural de Cornalvo. Hay mucho que ver y tal vez no haya tiempo para todo, pero siempre queda la ilusión del regreso. Ciudades como Alburquerque, Jerez de los Caballeros, Olivenza, Zafra, Llerena o Medellín salen al camino y cada una de ellas muestra sus secretos.
Un punto destacado del recorrido hacia el sur es Zafra, también conocida como Sevilla la Chica, en el corazón mismo de la Baja Extremadura, en un llano al pie de las escarpaduras rocosas de la Sierra de Castellar y estratégico punto de tránsito que fue la «Vía de la Plata» de la Hispania romana. Heredera de esta histórica tradición mercantil es su feria de ganado de San Miguel. La población se encuentra presidida por el Alcázar del siglo XV, con su exterior de aspecto militar, pero con un lujoso interior que asemeja un palacio y un encantador claustro renacentista en el patio central. En la actualidad el Alcázar alberga el parador Duque de Feria.
En su entorno se articula la población medieval, compuesta por calles angostas con una peculiar trama con forma de caparazón de tortuga rodeada de una muralla de piedra del siglo XV de la que se conservan tres de las ocho puertas con que contaba. Un rincón especialmente atractivo es el que forman la Plaza Grande y la Plaza Chica, ambas arqueadas y conectadas mediante el popular «Arquillo del Pan», donde se encuentra la conocida como vara de medir una marca tallada en piedra que permitía establecer el tamaño exacto de las piezas de tela que allí se vendían. Pero el patrimonio monumental de Zafra es muy numeroso. Aquí está la suntuosa iglesia colegiata de La Candelaria, erigida en 1.546, en cuyo interior se guardan tres retablos, uno de ellos de Zurbarán y otro de Churriguera; la iglesia parroquial de San José, multitud de conventos, sobre todo del siglo XVI; el Hospital de Santiago, fundado en el XV, etc. También hay numerosas casonas hidalgas del XVI al XVIII, y las burguesas del XIX.
A un paso está Jerez de los Caballeros, una ciudad pacense en la que se unen culturas, saberes y estilos artísticos, desde el prehistórico al gótico o al barroco. Se halla rodeada de dehesas en las que crecen excelentes pastos para su ganadería que es la base de la economía local. Su casco antiguo está declarado Bien de Interés Cultural. Villas romanas, restos visigodos e influencias árabes forman parte del paisaje de este enclave, a medio camino entre Portugal y Andalucía. Esta diversidad cultural también se deja ver en multitud de tradiciones y costumbres.
Extremadura ha sido siempre cuna de descubridores y conquistadores y, precisamente, Jerez de los Caballeros vio nacer al primer europeo que divisó el Océano Pacífico, Vasco Núñez de Balboa. Tras la colonización de América muchos nobles y cargos públicos regresaron a su tierra natal, trayendo consigo riquezas del Nuevo Mundo. Así, el casco histórico de Jerez de los Caballeros mezcla su arquitectura popular con antiguas iglesias, conventos, casas nobles y palacios, todo ello presidido por la imponente fortaleza templaria de origen árabe.
Llama la atención su bien conservado perímetro amurallado que alcanza el kilómetro y medio de extensión. Está construido con mampostería y sillería (siglos XV-XVI) sobre las murallas árabes. Reforzado mediante cubos y torreones defensivos, conserva varios portales y, en su interior, el castillo templario del siglo XIII, que fue reformado en el XVI. Entre sus otros monumentos destacan las iglesias de la Encarnación (siglo XVI), San Bartolomé (siglos XV-XVII), San Miguel (siglos XVI-XVIII y Santa Catalina (siglo XVI), además del convento de San Agustín, sede actual del Ayuntamiento. Calles estrechas de fachadas encaladas y salpicadas con torres de piedra acogen las procesiones religiosas durante la Semana Santa, fiesta declarada de Interés Turístico Regional. Otro excelente momento para conocer Jerez de los Caballeros es durante la celebración del Salón del Jamón.
Templarios e inquisidores
Llerena, en la comarca pacense de la Campiña Sur, ofrece un rico patrimonio monumental fruto de gloriosos periodos históricos. Sede de los Maestres de la Orden de Santiago y del Santo Oficio, su casco histórico aúna multitud de conventos, iglesias y palacios en los que se funde el gótico-mudéjar con el barroco. La arquitectura religiosa, civil y militar, impulsada por las Órdenes Militares, se vio enriquecida con el arte barroco tras la llegada de la riqueza proveniente de América. Extremadura, lugar de nacimiento de numerosos conquistadores y colonizadores, fue una de las regiones españolas más favorecidas por este hecho.
En cualquier recorrido por su casco histórico, el visitante podrá admirar la iglesia de Nuestra Señora de la Granada, el Patio del Tribunal de la Inquisición y el Palacio del Obispo. El campanario del templo es una buena muestra de arte protobarroco, mientras que las arcadas laterales y el Camarín se asientan plenamente en esta corriente artística. En su interior se venera la talla gótica de la Virgen de la Granada. Su estrecha relación con las Órdenes Militares medievales ha dejado un bello conjunto de monumentos religiosos como la iglesia de Santiago, donde está enterrado el último Maestre de la Orden de Santiago, y conventos como el de la Concepción, La Merced o Santa Clara. En este último se pueden admirar trabajos de Juan Martínez Montañés, gran maestro del barroco español, como su San Jerónimo. Merece la pena visitar también hospitales como el de San Juan de Dios y Santa Catalina. Por la noche la ciudad adquiere un encanto especial gracias a su magnífica iluminación.
Punto final de esta rápida e incompleta visita a las tierras de Badajoz, es Medellín y aquí nos despedimos casi como lo iniciamos, con referencias a personajes históricos, restos medievales y herencia romana. En Medellín, la historia sale al encuentro del visitante, tímida, serenamente, y le invita a participar de ella, no a ser un testigo pasajero. Hay algo especial en el modo en que esta villa se relaciona con su entorno, algo que habla acerca del pasado que no volverá, de los vestigios de hombres y mujeres largo tiempo olvidados, algo que reclama del turista una participación activa, como si de él esperase que completara con su imaginación, con sus sentimientos, los grandes huecos que, pese a su antaño nutrido patrimonio, la historia ha dejado en la villa.
Este es el lugar de nacimiento de Hernán Cortés, el conquistador de México. Así lo recuerda su estatua en la plaza del mismo nombre. Pero si hay algo que sobresale en Medellín es su castillo del siglo XV, su alargada silueta señorea sobre las tierras que un día formaron el condado que tenía sede en él y, justo al lado, el antiguo teatro romano. El castillo sucedió a una fortaleza del siglo X, que fue destruida en el siglo XIV por Pedro I el Cruel y reedificada por el Infante Don Sancho de Castilla. Tiene un doble perímetro amurallado con numerosos cubos y torreones de refuerzo. El castillo, que se amplió en los siglos XV y XVI, conserva en su interior un aljibe del XII.
Tantas visitas requieren un descanso para reponer fuerzas. No hay problema, estamos en la tierra adecuada para ello. Aquí reinan los productos de la Denominación de Origen Dehesa de Extremadura, que compiten entre sí ofreciendo los mejores jamones y embutidos elaborados con cerdo ibérico alimentado con bellotas. La degustación gastronómica puede seguir con sopas de tomate, las populares migas, espárragos trigueros, cardillos, criadillas de tierra, setas, cordero asado o en caldereta, hígado de cordero encebollado, cabrito, cochinillo, bacalao, las tencas fritas, y los platos elaborados con carne de caza típica de la zona como la perdiz, conejo, paloma, tórtola y venado, o diferentes tipos de quesos, especialmente el queso de cabra y la torta de La Serena. En vinos destacar la Denominación de Origen Ribera del Guadiana para vinos blancos, rosados y tintos. Y por último en repostería son típicas las calderillas, perrunillas, bollos de chicharrones, arrope, hojaldradas de almendra y la técula-mécula.
Más información: www.turismo.badajoz.es
Texto: Enrique Sancho
Fotos: Carmen Cespedosa y E.S.