La Orden del Temple se encuentra, al menos, indefectiblemente unida, a una ciudad y un castillo, el denominado, precisamente, de los Templarios, en Ponferrada.
Podría parecer, a primera vista, que nuestra reflexión, en el día de hoy, se aparta de la política establecida para las mismas. No es del todo cierto, sin embargo, y el lector se hará cargo, si continúa con la lectura.
El 11 de mayo del año 1310, 54 templarios fueron conducidos a la hoguera y ejecutados por orden directa del rey francés Felipe IV, eso sí, apoyado por el papa Clemente V, y acusados de una serie de cargos, tras terribles torturas, entre los que se encontraban los de herejía, sodomía, idolatría y blasfemia.
No se trata de establecer aquí ni el origen de esta orden ni su desarrollo ni tan siquiera el desgraciado final al que fue arrastrada, después de haber prestado infinitos servicios tanto a los peregrinos en Tierra santa, como a los diferentes papas y reyes del orbe cristiano, incluyendo en ellos el oficio de banqueros, cuando las dificultades monetarias ahogaban a determinados reinos. Esa, por cierto, parece haber sido la causa última que supuso la desaparición de la orden, después de haberles sido incautadas todas sus posesiones, cuando el rey francés, arriba mentado, juzgó de mayor interés hacerlo antes que pagar los préstamos que les debía.
Para la historia ha quedado la imagen de la pira en la que fue quemado, de manera lenta, además, puesto que la hoguera había sido preparada para ese fin, Jaques Bernard de Molay, aquel noble del franco condado y último Gran Maestre de la orden, fundada por Hugo de Pyns o Payens (entre 1119 y 1120, y aprobada oficialmente por la Iglesia católica en 1129, en el Concilio de Troyes), con otros ocho caballeros y con el impulso del influyente, en toda Europa, Bernard de Fontaine (San Bernardo de Claraval, el gran reformador del Cister), cuya influencia se extendió hasta el Reino de León.
Y en este viaje a los recuerdos, traigamos a la memoria que el simple hecho de haber deseado, para de Molay, una muerte lenta supuso también aquella conocida maldición o profecía sobre el fallecimiento del papa, al año siguiente (20 de abril de 1314), también del propio rey (muy poco tiempo después del papa, de un derrame cerebral) y hasta la desaparición de la dinastía de los Capetos, 14 años después de la muerte del Gran Maestre, y tras haber ocupado el trono durante 300 años.
Mas, hasta aquí, salvo esa leve indicación a San Bernardo de Claraval, parecería que no hemos encontrado materia de la que ocuparnos. No es así, en modo alguno.
La Orden del Temple se encuentra, al menos, indefectiblemente unida, a una ciudad y un castillo, el denominado, precisamente, de los Templarios, en Ponferrada.
A pesar de tener por seguro que, ya, cuando menos, que, en la época romana, existía un castro celta-astur, en el lugar que ahora ocupa el castillo, la Pos Ferrata, como incluso nos recuerda una de las rotondas de la citada ciudad, comienza a conocerse y a cobrar importancia en la época del obispo de Astorga, Osmundo, puesto que el lugar era paso obligado de peregrinos que intentaban llegar hasta Santiago y debían atravesar el río Sil. De ahí que se construyera, a tal fin, un puente de hierro, lo que daría origen a un pequeño núcleo de población, a un lado y otro del mismo, que fue creciendo con el tiempo.
Se aventura que, precisamente, para proteger el paso se construyó un castillo que, probablemente no sería el primero, sino el tercero; así parecen probarlo determinadas catas arqueológicas.
Y llegamos al momento que verdaderamente nos interesa; en 1178, reina en León el segundogénito del Emperador Alfonso VII que ha dividido sus reinos entre sus hijos, quedándose Sancho con Castilla y Fernando con León, además de un hecho de verdadera importancia para el futuro de la Península, cual es la independencia del Reino de Portugal por las razones que ya hemos considerado en el pasado.
Fernando, siguiendo los dictados de la época, pretende asociar a su reino determinados monjes-soldados y así, en 1169, precisamente a imagen de los Caballeros del Temple, crea, a partir de los denominados Fratres de Cáceres que nacen en ese mismo años, tras la conquista de esta ciudad y para evitar lo que, desgraciadamente, se producirá más tarde: la pérdida de la misma. Sin embardo, estos fratres, también denominados Hermanos de la Espada, evolucionarán hacia una de las instituciones de más raigambre en el Reino de León, los Caballeros de la Orden de Santiago, cuya fecha de fundación se tiene por el año 1170 o 1172.
Sin embargo, y dado que estos Templarios de los que venimos hablando están asociados a la protección de los Santos Lugares y, en Europa se ha desarrollado el culto al discípulo de Jesús, Santiago el Mayor, y con ello la peregrinación a su lugar de descanso en el Finisterre, parece obligado que también estos caballeros ejerzan su ministerio sobre el Camino de Santiago. En algunos casos, de manera obligada, puesto que, además de aparecer por el mismo toda una serie de bandidos que robaban a los peregrinos y hacían peligrosa la ruta, también los Templarios se veían imposibilitados para poder llegar a Jerusalén a causa de los desastres que supusieron algunas de las cruzadas.
Llegamos entonces a 1178 fecha en la cual nuestro rey Fernando II concede a los Caballeros del Temple permiso para instalarse en alguno de los lugares del camino; en nuestro caso concreto, para defender el paso de la Pons Ferrata. Ya los tenemos, pues, asentados en lo que será, durante muchos años, su lugar de residencia.
El sucesor de Fernando II, como bien se sabe, Alfonso IX (u VIII del Reino de León), confirma la decisión de su padre y cede el castillo que allí existía para que lo habiten los caballeros templarios y así ocurrirá durante varios siglos.
Las crónicas cuentan que los primeros templarios que llegaron aquí venían comandados por el provincial Guido de la Garda, y a señalar también que el primer comandante de la Pons Ferrata y del Castillo fue el Hermano Helías.
Este mismo es a quien se le atribuye el descubrimiento, en el hueco de una encina, de una Virgen María, hoy patrona del Bierzo y que se denomina, naturalmente, la Virgen de la Encina.
Los tiempos cambian, para mal naturalmente, para la Orden de los Templarios (denominados, por cierto, también, Pobres caballeros de Cristo y del Templo de Salomón), y se produce lo que ha sido motivo del comienzo de esta reflexión. La envidia, el poder y las riquezas son muy malas consejeras, especialmente cuando conviven en el tiempo y en una misma persona o en un colectivo. Así, el viernes 13 (fecha hoy a la que se le atribuye la mala suerte) de octubre de 1307, y en una redada perfectamente planificada por los guardias del rey, son arrestados todos los Templarios de Francia.
Y así llegamos al momento en el que el último Gran Maestre será quemado vivo delante de la Catedral de Notre-Dame de Paris y el pueblo asiste absorto, no solo a su sacrificio sino a la maldición que pronuncia contra el papa y el rey.
A continuación, a impulso del propio rey de Francia, la orden será disuelta por medio de la bulaVox in exelso.
Digamos, para terminar, que, a pesar de las leyendas sobre la evolución de la orden hacia nuevas formas de presión en la sociedad o de la existencia, a día de hoy, de Hermanos del Temple, lo que hay de cierto es la existencia de un documento, denominado el Pergamino de Chinon, descubierto, o al menos publicitado en 2007, en el que se recoge el perdón posterior del propio papa Clemente V. Ello ha supuesto que, incluso el papa Benedicto XVI pidiera públicamente perdón por los hechos que habían acontecido.
Por lo que hace al Castillo de Ponferrada, tras la disolución de la Orden del Temple, pasará a manos de las familias más importantes de la zona, los Castros y los Osorios; principalmente al Conde de Lemos, Pedro Álvarez Osorio, cuyo escudo puede verse aún en numerosas partes del Castillo.
Luego llegarán tiempos convulsos de revueltas y los Reyes Católicos utilizarán para destruirlo, algo que suponía un arma decisiva para la conquista de estos recintos guerreros amurallados: la pólvora.
Mas la historia sigue (también la leyenda) y al castillo de Ponferrada seguramente le queda aún mucha vida.
- Textos: Hermenegildo López
- Fotografías: Martínezld