Si un día pasas por la región francesa de Bretaña no podrás presumir de conocer esta tierra mágica de leyendas y druidas. Permanecer dos tampoco es suficiente para descubrir sus secretos y averiguar qué esconde esta peculiar localización del noroeste francés, la cual aún conserva tradiciones celtas, ya que durante siglos fue un territorio independiente con lengua y cultura propias.
Ésta es la crónica de mi viaje a Bretaña con algunas recomendaciones. Comienzo entrando por el Sur…
Qué mejor manera de empezar mi ruta que catando, es decir, tocando, oliendo y probando en la Bodega Chateau de Cognac Otard diferentes tipos de Coñac, en la ciudad que lleva su nombre. Unos caros, pero únicos ejemplares pueden ser traídos como souvenir o regalo de éxito asegurado.
Circulando por carretera hasta La Rochelle, en la costa atlántica, puedes observar los vastos campos verdes y llanos que recuerdan a Galicia con orografía castellana. Ciudad para pasearla, llena de vida, donde se percibe tranquilidad en detalles, como por ejemplo, viendo a la policía local patrullar en bicicleta. Sus fortificaciones te llamarán a recorrerlas y no puedes abandonarla sin probar antes los mejillones o las ostras crudas típicas de la zona.
Nantes, antigua capital de Bretaña (ahora de Pays de la Loire), está orgullosa de ser la ciudad natal de Julio Verne, cuyo museo es de obligada visita si eres uno de los grandes seguidores de este autor.
Muy cerquita de allí y entrando ya geográficamente en territorio bretón se encuentra el yacimiento arqueológico más antiguo de Europa y a la vez el monumento prehistórico más extenso del mundo. Se trata de los Alineamientos Megalíticos de Carnac. Las explicaciones de un guía local no te dejarán indiferente en este peculiar museo al aire libre.
Antes de llegar a Quimper debes dejar empaparte por las galerías de arte en la localidad de Pont-Aven, cuyo trazado de calles, río, puentes y molinos, seguro que sirvió de inspiración en muchos de los cuadros expuestos a pie de acera. Encandilados por el encanto de este pueblecito, la gran ciudad a la que me dirigía perdió su atractivo turístico, si no fuera por la imponente y majestuosa catedral gótica.
Llegué a Locronan, pequeña aldea empedrada, en la cual no pude evitar el recuerdo de mi querido Castrillo de los Polvazares en plena Maragatería, salvando las diferencias, claro está.
De camino a Morlaix, ciudad portuaria llena de casitas con entramado de madera, hago varios altos en el camino para fotografiar Los Calvarios, que son representaciones de la vida y la Pasión de Cristo, en las localidades de Gimilliau y Saint Thégonnec. Junto a las basílicas anexas no se puede eludir el profundo sentimiento religioso y artístico del lugar.
Saint Malo es una hermosa ciudad costera fortificada del norte bretón. Recorriendo su muralla, que no se nota reconstruida, puedes presentir viejas épocas de Corsarios y Bucaneros. Desde ahí también se consigue una buena perspectiva de situación al ver azotar las olas y escuchar el sonido del viento que te recorre la piel obligándote a avanzar. Desde lo alto se puede ver el puerto marítimo, donde salen Ferries continuamente a destinos diversos.
Siguiendo en la cornisa noreste de la región visito Dinan, otro pueblo con encanto por sus casas de madera con porches del mismo estilo que las de Morlaix. Casas que parecen derrumbarse al paso del viandante por la falta de verticalidad en su fachada. Más tarde descubrimos que varios guías de la zona se contradecían al explicarnos el motivo de la construcción de dichas casas; unos lo llamaban imagen y otros ingeniería de la época.
Uno de mis destinos esperados en este viaje, en el borde de Bretaña, pero ya dentro de la región de Normandía, fue el Mont Saint Michel. Es el tercer monumento religioso más visitado en Francia, solo por detrás del Notre Dame y Sacré Cœur en París. Se trata de una isla accesible por carretera, donde se levanta una ciudadela medieval apenas perturbada. Allí se alza la Abadía que lleva el mismo nombre; en ella conviven en perfecta armonía el gótico y el románico. La visita guiada o el audioguía te ayudarán a comprender la historia del enclave introduciéndote, en cada sala, en la vida cotidiana de los monjes que allí habitaban.
Por último no podía faltar entrar en la capital de esta distinguida región, Rennes. Ciudad cosmopolita, romana, tradicional, universitaria… tiene todo lo que se espera de una gran urbe. Se puede visitar su parque botánico, su casco antiguo o su catedral y también aprovechar para ir de compras.
De vuelta a León decidimos pasar por Fougères, donde el Castillo es un atractivo turístico por su óptima conservación y también por una peculiaridad: es el único que se construyó en el fondo de un valle.
Ahora Yo sí puedo decir que conozco la Bretaña francesa y que he descubierto una región orgullosa de su identidad y sus tradiciones.
Texto y fotos: Adrián Gutiérrez