Dios, o alguien con excelsos poderes dotó al valle de Boí Taüll de una naturaleza prodigiosa y armónica y los hombres devolvieron a ese Dios o ese alguien sus mejores obras en forma de iglesias, ermitas y campanarios que apuntan al cielo y dan cobijo al mejor arte románico del mundo.
¿Qué impulsó a las gentes del valle de Boí a construir iglesias a unos cientos de metros unas de otras en esta tierra fría, aislada, de difícil acceso y poco poblada? ¿Cuáles fueron sus creencias para alzar esos campanarios que apuntan a Dios y que permitían convocar a los fieles y también advertirles de los peligros? ¿De dónde salieron aquellos artistas y obreros que con escasos medios supieron crear obras maestras para enseñanza de los fieles y gloria del Todopoderoso? La historia cuenta que fueron los señores de Erill, aliados y súbditos de Alfonso el Batallador, rey de Aragón, que participaron en sus campañas de repoblación y reconquista y que con los recursos obtenidos de los botines de guerra quisieron promocionar la construcción de las iglesias de la Vall de Boí, una manera de mostrar su poder y de adquirir prestigio social. Y tal vez también de hacerse perdonar algunas de sus tropelías.
Pero, como ocurre muchas veces, la explicación es más hermosa si se atiende a las leyendas, y una de ellas cuenta una conmovedora historia de un trío amoroso. Al parecer, una chica rica de Erill la Vall, llamada Eulalia, se enamoró de Climent, un chico de buena familia de Taüll. Se amaban tanto que cada uno construyó una torre de seis pisos junto a su casa; así podían verse y hacerse señales con facilidad. Pero en su historia de amor apareció Joan de Boí, secretamente enamorado de Eulalia, y empezó a levantar también una torre para comunicarse con la chica y a la vez entorpecer y hacer sombra a su rival. Pero cuando iba por el tercer piso, una de esas crisis que ya entonces había, le hizo agotar el dinero y dejar la torre inacabada. El pobre Joan no pudo hacer otra cosa que resignarse a ver como los amantes se enviaban mensajes de amor. Pero cuando la pareja ya estaba a punto de casarse, Climent enfermó y murió. Al final de esta historia se reencontraron Eulalia y Joan, no se sabe si comieron perdices, que no abundan en la zona, pero sí que ambos llevaron una vida virtuosa y ejemplar. Tan virtuosa y tan ejemplar que a su muerte el Papa los hizo santos, y los pueblos donde habían nacido los adoptaron como patrones. Sus casas se transformaron en iglesias y las torres de sus amores en campanarios. Esta historia explica por qué los tres campanarios (Erill, Boí y Taüll) trazan una línea recta que además apunta a Roma, y por qué el del medio es pequeño y grueso, mientras que los otros dos son más esbeltos.
Patrimonio de la Humanidad
Se haga caso a la historia o a la leyenda, lo cierto es que estas tres iglesias con sus monumentales campanarios, junto a otras cinco más y una pequeña ermita fueron declaradas por la Unesco Patrimonio de la Humanidad en el emblemático año 2000. Entre las justificaciones que utilizó la Unesco para su decisión, se indica que “los acontecimientos importantes en el arte y la arquitectura de las iglesias románicas de la Vall de Boí reflejan el profundo intercambio cultural en la Europa medieval, especialmente a través de la barrera montañosa de los Pirineos. Las iglesias de la Vall de Boí son un ejemplo especialmente puro y consistente del arte románico en un paisaje rural prácticamente intacto”.
Quizá antes de adentrarse entre campanarios, ábsides y frescos de las iglesias, valga la pena hacer una visita al Centre del Romànic de la Vall de Boí, donde se puede organizar la ruta por el conjunto monumental. El Centro de Interpretación brinda información práctica para visitar cada uno de los templos y concierta visitas guiadas, previa reserva, durante todo el año. Las claves iniciales para entender y conocer el conjunto de iglesias románicas del valle, de dónde proviene la iconografía y la figuración tan característica del estilo, cómo era la sociedad medieval… son sólo algunos de los descubrimientos que el centro ofrece al visitante. Aquí se aprende que más de 10.000 obras conservadas hacen que el patrimonio románico español sea el mejor y más bello testimonio de la transformación cultural que se operó en este país allá por el año 1000. Y que éste se encuentra repartido a lo largo y ancho de toda nuestra geografía, pero es en el valle de Boí, donde aparece uno de los conjuntos de iglesias románicas más notables del mundo. El conjunto románico de la Vall de Boí está formado por las iglesias de Sant Climent y Santa Maria de Taüll, Sant Joan de Boí, Santa Eulàlia de Erill la Vall, Sant Feliu de Barruera, la Nativitat de Durro, Santa Maria de Cardet, la Assumpció de Cóll y la ermita de Sant Quirc de Durro.
Aunque todas son bellas, sin duda la joya del valle es la iglesia de Sant Climent de Taüll, de una sobriedad austera que hace destacar justamente lo mejor del arte románico y cuya silueta luce imponente desde el siglo XII dentro de uno de los más bellos paisajes de la naturaleza. La iglesia es pequeña y el campanario majestuoso. El interior decepciona un poco, pero es una sensación pasajera. En efecto, sus paredes están prácticamente vacías de pinturas aunque bien rehabilitadas. El impresionante Pantocrátor que lucía en el ábside central, la mejor pintura del románico catalán, fue arrancado de su lugar de origen en 1919 y se exhibe en el Museo Nacional de Arte de Cataluña donde, según dicen, está a salvo de expolios y deterioros, aunque las gentes del valle de Boí no opinan igual, claro, y claman (seguramente como si estas altas montañas fueran un desierto) por su devolución.
Pero mientras eso llega, si llega, la tecnología ha cubierto el hueco con una espectacular proyección audiovisual animada que reproduce virtual y fielmente las pinturas originales del ábside mayor. La instalación fue inaugurada coincidiendo con el día de Sant Climent en noviembre de 2013 y consta de seis proyectores de alta definición, con un sistema ‘mapping’ –adaptado a la superficie sobre la que se ve– que reproduce todo el fresco mientras sigue los contornos de la estructura y las figuras, acompañada de música y sonidos de campanas. El efecto es sobrecogedor. Las pinturas del ábside que había hasta ahora –que eran una reproducción de las originales hecha en 1960 por Ramon Millet– se han retirado, y en breve se decidirá dónde se conservarán, pero se quedarán en la zona.
Aunque están situados en pueblos distintos, las iglesias románicas del valle poseen una serie de rasgos comunes: una estructura sencilla, el delicado trabajo de la piedra en el exterior, los esbeltos campanarios y la fabulosa decoración mural del interior, aunque la mayoría de las que pueden verse son reproducciones. De entre ellas, destacan especialmente las composiciones pictóricas de San Joan de Boí, San Climent y Santa María de Taüll.
Naturaleza como espectáculo
Pero la Vall de Boí es mucho más que iglesias. Es historia y es naturaleza. El paisaje de alta montaña, las pequeñas poblaciones de carácter rural, las casitas hechas de pizarra, madera y piedra… Son preciosas calles de cuento empedradas y frondosos bosques a su alrededor. Y no todo el año es invierno en el valle. A pesar de contar con una de las estaciones de esquí más conocidas de Cataluña, Boí Taüll Resort, cualquier época del año es buena para visitarlo. En invierno el paisaje adquiere un tono especial bajo la nieve y la estación de esquí se llena de actividad mientras los leños crepitan en las chimeneas; en primavera brotan las flores, reverdecen los árboles, truenan los arroyos y las manchas casi perennes de hielo y nieve ofrecen el adecuado contraste. En verano todo se llena de niños y familias que practican todo tipo de deportes y disfrutan de la gastronomía y de un clima benigno alejado de los calores de otros lugares. Pero es, probablemente, en otoño cuando la naturaleza ofrece su máximo espectáculo y el tornasolado de las hojas disfraza el valle con un manto de cálidas tonalidades. En este valle angosto, que no lleva a ninguna parte, y que un hombre puede andar y desandar en una jornada, ningún lugar mejor para apreciar el derroche de recursos que pone en juego la naturaleza que el Parque Nacional d’Aigüestortes y Estany de Sant Maurici, único Parque Nacional en Cataluña, un paraje fascinante con más de 200 lagos y numerosos ríos, barrancos y cascadas, uno de los enclaves naturales mejor conservados de los Pirineos y uno de los paisajes alpinos más hermosos y románticos de la península. Creado gracias a la acción de los glaciares sobre el duro granito de las profundidades de la Tierra, el resultado es un maravilloso caos de piedra en forma de circos de paredes escarpadas y valles tallados en U.
Aigüestortes es único por la majestuosidad de sus paisajes y por la riqueza de la flora y fauna que acoge, ya que el parque está sembrado de abetos centenarios y bosques de pino negro. En él se refugian rebecos, urogallos, marmotas y el mítico y protegido quebrantahuesos. El Parque Nacional ofrece, durante las cuatro estaciones del año, un programa de actividades que incluyen itinerarios con el servicio de guías interpretadores, salidas con raquetas de nieve en la época invernal, jornadas naturalistas, exposiciones, charlas y concursos que tienen como objetivo dar a conocer los principales valores naturales del Parque Nacional para mejorar la protección y la conservación de estos espacios privilegiados. Cuando se visita uno tiene la impresión de estar solo ante la naturaleza, sin embargo casi 300.000 personas lo visitan cada año. Curiosamente, entre los visitantes extranjeros del parque, los israelíes son el segundo mayor grupo (32% del total de los extranjeros que llegan), y año tras año va en aumento. Su interés probablemente tiene que ver con las cuatro rutas de huida que utilizaban los judíos durante la Segunda Guerra Mundial para atravesar los pirineos leridanos, alguna de ellas a través de este paisaje sorprendente. Hoy, perfectamente señalizadas, son un atractivo más.
Tiempo de relax
Recorrer los caminos de la cultura y el arte o los senderos de la naturaleza puede resultar cansado. Para reponer fuerzas, una buena opción es el cercano balneario de Caldas de Boí, a 5 kilómetros de Erill la Vall, rodeado de parajes espectaculares, lagos, ríos y saltos de agua. Tiene un delicioso aire decadente, pero ofrece programas de salud auténticos y vanguardistas, gracias a los 37 manantiales de aguas mineromedicinales de diferentes composiciones y temperaturas, buenas para beber o para abrazarse a ellas.
Los que quieran disfrutar de todos los tesoros del valle, harán bien en alojarse en Boí Taüll Resort, un complejo turístico ideal para disfrutar de unas vacaciones en plena naturaleza y practicar diferentes actividades y deportes de montaña. Su principal instalación es la estación de esquí de Boí Taüll, la más alta del pirineo, con más de 45 kilómetros disponibles divididos en 48 pistas. Durante largos meses hay cantidad de nieve y también excelente calidad. Tiene numerosos remontes en los que no hay colas ni masificación.
El complejo está situado en el Valle de Boí (Alta Ribagorza) en el centro de los Pirineos de Lleida, en la comarca con menos densidad de población de toda Cataluña, lo que permite descubrir, en una zona apartada, un entorno único y un destino ideal. Tiene seis establecimientos hoteleros de todas las categorías, desde sencillos hoteles a bien equipados apartamentos y suites de lujo, un snowpark, numerosas atracciones para los más pequeños y un bien equipado spa con 1.200 m2 de instalaciones diseñadas para el bienestar de los sentidos. Dispone de 13 salas de tratamientos, un centro de belleza, una piscina exterior y un elaborado circuito wellness. Este elegante espacio ofrece un inigualable universo de agua, materiales naturales, aceites esenciales y productos que se combinan para crear tratamientos exclusivos. Cromoterapia y música ambiental personalizadas, son tal sólo algunos ejemplos del cuidado y atención que ofrece.
Y, naturalmente, Boí Taüll Resort también dispone de varios restaurantes donde disfrutar cocina internacional, pero también las especialidades de la zona, entre las que no pueden faltar la ensalada de montaña, el arroz a la cazuela con conejo y senderuelas, la sopa de pastor con tomillo, los canelones de setas, el bacañao al estilo de Taüll, los caracoles a la cazuela o la típica tortilla de “moixarrons” y “carreretes”.
Texto y fotografías: Enrique Sancho
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