La llegada de la joven Berenguela a León nos es narrada como una verdadera odisea
Doña Berenguela nació en Barcelona, en el seno de la familia condal; hija de Ramón Berenguer III y de su segunda esposa Dulce de Provence. Digamos, a este respecto, que el conde había contraído un primer matrimonio con María Rodríguez, hija del Cid, con la que Berenguela tuvo una gran relación, (aprovechamos para aclarar que lo de doña Elvira y doña Sol noes, pues, más que una invención del poema… como otras muchas situaciones, convertidas, no obstante, en verdades de fe).
Berenguela era la hija mayor de este segundo matrimonio y, desde muy niña, destacó por su inteligencia y su gran belleza. Naturalmente no le faltaron, de inmediato, pretendientes, pues su fama traspasó fronteras hasta llegar a León, a la corte; el Camino de Santiago era una inagotable fuente de noticias.
Al parecer fue un noble, Armengol de Urgel, nieto del conde Ansúrez, el gran vasallo y amigo de Alfonso VI, quien le facilitó los trámites para entrar en contacto con los condes de Barcelona. De ese modo, se fue fraguando un enlace que favorecía, claramente, a ambas partes por los problemas fronterizos entre la parte más oriental del Reino de León y el Reino de Aragón. De otro lado, el prestigio y la riqueza del Condado de Barcelona eran bien conocidos en la época.
Además, esta colaboración iba a suponer, al menos a priori, un impulso en la Reconquista de la Península puesto que se podía arbitrar una política común al respecto; como ejemplo claro, eso se verá en la conquista de Almería. Incluso esta alianza supondría un espaldarazo a la idea imperial leonesa, consolidada pocos años más tarde, precisamente con la inapreciable ayuda de los Berenguer.
La llegada de la joven Berenguela a León nos es narrada como una verdadera odisea, pues, para evitar tener que atravesar territorio aragonés, hubo de hacer parte del viaje por el sur de Francia, llegar hasta el Golfo de Vizcaya y fletar unas barcazas que, bordeando la costa cantábrica, les permitieran desembarcar en un puerto controlado por los leoneses.
De inmediato se fijo la fecha de la boda que tuvo lugar en los finales de 1128 o en enero de 1129, en Saldaña, lugar, por cierto, de nefastos recuerdos para Alfonso pues era la villa donde había fallecido su madre, Urraca I de León, apenas dos años antes. Los esponsales duraron varios días y de inmediato ya se constatan diplomas firmados por ambos esposos. Algunos afirman que, en ese momento, tuvo lugar la primera corrida de toros celebrada en le Península.
A nivel más personal, señalaremos que Berenguela residió, la mayor parte del tiempo, en León, ciudad a la que llegó a profesar un cariño especial, hasta el punto de ser considerada, en muchas ocasiones, como la efectiva gobernadora de la misma; hay un documento que lo expresa de manera clara; en el mismo, el tenente de las torres de León, Rodrigo Vermúdez señala que las gobierna “sub manu regine dona Berengariae”. Nada más evidente.
Hay otros episodios que, aunque intentemos resumir la vida de esta gran reina, no podemos dejar de mencionar; seleccionamos uno que nos parece de lo más ilustrativo. Nos es transmitido por la Chronica Adefonsi Imperatoris y transcurrió en 1139 cuando el Emperador se encontraba sitiando el castillo de Oreja, para consolidar la frontera central y, posteriormente, dar un impulso a sus conquistas.
En aquel momento, un ejército de los almorávides atacó Toledo que era defendida por un escaso número de soldados leoneses dirigidos por la reina. Indignada esta por la destrucción de la torre de San Servando, cercana a la ciudad, envió un mensaje a los atacantes invitándoles a dirigirse a Oreja para luchar contra el ejército cristiano, si eran valientes, y no atacar a mujeres casi indefensas. El mensaje, al parecer, surtió el efecto deseado y los musulmanes se retiraron. Una torre en Toledo (la Torre de la Reina) recuerda su gesta.
No podemos dejar de mencionar, tampoco, que gran parte de los nobles presentes en el acto de coronación de Alfonso como Imperator totius Hispaniae, había llegado gracias a los contactos de la reina y su familia; así su hermano Ramón Berenguer IV, Armengol de Urgel (arriba nombrado), el conde Alfonso Jordán de Tolosa, el de Montpellier, el duque de Gascuña, el de Foix y otros grandes señores del Sur de Francia.
A ella, entonces, cupo el gran honor de ser la Emperatriz consorte de Hispania, algo único en nuestra Edad Media. El hecho se producía el 26 de mayo de 1135 y, a partir de ese momento, el Emperador se embarcó en una serie de guerras en el Sur lo que acabaría pagando con la vida en 1157. Antes, sin embargo, fallecía una mujer que había contribuido a soñar una nueva realidad para la Península: la unidad de los diferentes reinos, algo que, desgraciadamente, se frustraría a la muerte de su marido con la división del Reino de León en dos partes y la previa consolidación, también, del nacimiento del Reino de Portugal. Lo que se denominó el solar ibérico no volvería a ser el mismo.
Conviene también reseñar que, a pesar de las infidelidades de Alfonso, su marido, especialmente con la dama asturiana Gontrodo Pérez, siempre se mantuvo en su papel de reina, dando prioridad a los intereses de la corona y olvidando los suyos propios. Incluso ayudó a casar bien a la hija de ambos, Urraca, denominada la Asturiana.
La reina moriría en febrero de 1149, después de 20 exitosos años de matrimonio en los que se soldaron lazos de amistad entre León y el condado de Barcelona; además, el hermano de Berenguela, Ramón Berenguer IV era príncipe de Aragón con lo que acababan, a priori, muchos de los problemas fronterizos.
En esa línea de acercamiento, Berenguela propició el matrimonio de sus hijas con monarcas de otros reinos; así Constanza de León se matrimoniaría con el rey de Francia, Luis VII (año 1152), y Sancha Beatriz de León hará lo mismo con Sancho IV de Navarra (año 1153).
La muerte de la reina fue un verdadero golpe moral para Alfonso VII que hasta decidió interrumpir una campaña en el Sur, que se preveía exitosa, puesto que contaba con suficientes aliados, incluso musulmanes, para llevarla a cabo. Así, apenas dos días después de recibida la noticia, el rey ya está en Palencia, lugar del fallecimiento, donde manda preparar el cortejo hacia León, para que tengan lugar allí los solemnes funerales que una emperatriz consorte merecía. Posteriormente, el cuerpo fue llevado a Compostela, lugar al que Berenguela había peregrinado muchas veces a causa de la devoción que sentía por el apóstol. Los hechos ocurren el día 8 de marzo de 1149 y se hace cargo de los restos el arzobispo de Compostela, Pedro Elías, que se encontraba en la urbe regia; había venido a participar en la consagración de la Iglesia de San Isidoro después de unas obras realizadas en la misma.
A finales del mismo año, hay constancia documental de que la reina Sancha, la hermana de Alfonso VII, viajó a Santiago para visitar la tumba de su cuñada y constatar la belleza de la misma. Es de destacar también la connivencia entre estas dos mujeres, extraordinarias y principales consejeras del Emperador.
De otro lado, la reina Berenguela ha sido considerada significada amante de las artes y una gran mecenas; como ejemplo, a ella se debe el impulso de la poesía provenzal en el Reino; es, en suma, una de las grandes damas de la Edad Media.
Como descendencia, nos dejó, además de las dos hijas señaladas anteriormente, que, como se observa, irían soldando por lazos familiares los diferentes reinos de la Península, tuvo los siguientes hijos (y, una vez más, nos resistimos a apellidarles como castellanos puesto que nacieron en León, salvo quizás a Sacho, por razones evidentes). Veamos: Sancho, que heredará Castilla, de nuevo, con categoría de reino separado de León; Ramón de León de quien se ignora casi todo; Fernando de León que heredará León; García de León, muerto a los cuatro años y Alfonso de León que, también fallecería muy pronto.