Desde grandes arenales urbanos para tomar el sol a recónditas calas en el Parque Natural del Cap de Creus, ideales para el buceo, hay opciones para todos los gustos.
Aunque, por sus muchos atractivos patrimoniales, culturales y gastronómicos, Roses es un destino para todo el año, el verano es el momento culmen para vivir con intensidad uno de sus tesoros naturales: sus playas y calas, con los certificados de calidad medioambiental EMAS e ISO. Su generosa bahía se complementa a la perfección con una recortada costa amparada por el Parque Natural del Cap de Creus, lo que le permite ofrecer una amplia y variada gama de arenales para disfrutar del dolce far niente… y unas aguas donde practicar todo tipo de deportes náuticos, desde el submarinismo a la vela.
Entrado el verano, Roses se posiciona como uno de los destinos top para los amantes del turismo de sol y playa. Su privilegiada ubicación natural –en el entorno de la Costa Brava, con una de las bahías más grandes y bellas del mundo y un Parque Natural, el de Cap de Creus, como guinda– le pemite a la localidad rosense ofrecer en sus 16 playas y calas todo lo que cualquier enamorado del mar pueda desear, a muy pocos kilómetros de distancia.
Para las familias, lo ideal son las tres playas urbanas de la localidad. La más larga es El Rastrell, con 800 metros de longitud, fina arena y aguas poco profundas, donde los niños pequeños pueden jugar y bañarse con total tranquilidad. Casi unida a ella está La Nova, de 450 metros, junto al Paseo Marítimo. Y entre el espigón de la Riera Ginjolers y el puerto deportivo, otro tranquilo arenal: La Punta.
Desde cualquiera de estas tres playas, quien visite Roses el 21 y 22 de julio podrá disfrutar del espectacular Tour de Francia de Vela, con más de una treintena de veleros trimaranes llenando de color la bahía.
Algo más hacia el sur están las playas de Salatar, de 500 metros, y Santa Margarita, de 560 metros. Ésta, muy ancha y próxima a la urbanización del mismo nombre, tiene una marina de más de 15 kilómetros de canales navegables. En su extremo sur puede empezar a divisarse el parque natural dels Aiguamolls de l’Empordà.
Cambiando de zona y siguiendo rumbo norte, justo bajo la carretera que conduce al faro está Los Palangrers, conocida como la del segundo muelle; una playa cerrada, de arena y roca. Y tras dejar el faro, nos encontraremos con Canyelles Petites, una playa residencial semi-urbana de 370 metros.
Continuando por el Camino de Ronda se llega a la playa Bonifacio, de arena gruesa, que sirve de antesala a una de las más prestigiosas playas rosenses: l’Almadrava. Situada a unos 5 kilómetros de la villa, es todo un referente del Alt Empordà, con sus 500 metros de longitud y una amplitud de 25 metros que la acota a ambos lados, protegiéndola de los vientos de la Tramuntana. Sus cristalinas aguas son ideales para la práctica del snorkeling y entre sus servicios están el alquiler de patines y kayaks para disfrutar del entorno acuático.
Tras dejar punta Falconera, así llamada por la presencia de halcones años atrás, se llega a la curiosa cala del Lledó de cuya cantera, aun visible, se extraía tiempo atrás mármol que transportaban a Roses por mar. De ello da fe el embarcadero y la rampa por la que bajaban la piedra. El cabo Blanc separa dos coquetas calas: la nudista Murtra y Rostella. Solitarias y salvajes, con piedras y cantos rodados, nada tienen que ver con los finos arenales anteriores. Pero ello, unido a su difícil acceso por tierra, las hace ideales para quienes bordean la costa en barca y huyen de la masificación.
Otra diminuta cala con fondo marino de fuerte desnivel, ideal para los practicantes del submarinismo, Calis, es la antesala de cala Montjoi, mundialmente conocida por albergar durante muchos años a El Bulli. El innovador restaurante que Ferràn Adrià llevó a la cima de la gastronomía mundial cerró en 2011 pero reabrirá en 2018 transformado en la Fundación Bullí 1846. Montjoi es una cala muy amplia y cerrada, lo que le permite ser refugio de embarcaciones.
Más pequeñita y rodeada de acantilados pero con arena de grano medio es cala Calitjàs. Y junto a ella, protegida por el imponente cabo Norfeu, llegamos a La Pelosa, de apenas 90 metros de longitud y arena gruesa pero de gran tradición en la zona. Y tras ella, Canadell. La guinda a este periplo playero por la costa rosenses la ponemos en cala Jóncols, de aspecto salvaje, escarpados acantilados y aguas profundas.
El complemento a estas playas y calas son los deportes náuticos, que en Roses pueden practicarse gracias a su puerto deportivo, como vela, remo, submarinismo, pesca, windsurf, kayak o parasailing. Sin olvidar la posibilidad de alquilar lanchas, motos acuáticas, catamaranes o veleros, para disfrutar del Mediterráneo.
Mas info: www.visit.roses.cat/es