Desde sus orígenes, el cristianismo se ha servido del arte como vehículo principal de expresión religiosa.
El arte sagrado nació para ensalzar el culto y los usos litúrgicos, con un programa ideológico orientado a la mentalidad de la sociedad; cuyo desentrañamiento aporta innumerables datos para el estudio de cultura, religión y pensamiento históricos. En la liturgia encontramos el uso de lenguajes artísticos muy diferentes, como la arquitectura, pintura y escultura, así como la música, los textiles, la orfebrería…
Precisamente desde la Edad Media, la Iglesia se convirtió en el principal promotor de la orfebrería y el principal cliente de los orfebres. Diferentes elementos se convirtieron en indispensables para un correcto desarrollo del culto. Así, incensarios, navetas, custodias, cálices, portapaces… son necesarios tanto en parroquias como en grandes catedrales componiendo el tesoro de cada templo. Y entre los elementos del ajuar litúrgico, la cruz procesional es uno de los más importantes. Se destina a la exhibición pública, es emblema de la parroquia a la que representa, abre los cortejos procesionales y ocupa un lugar preeminente en el altar. Es motivo de orgullo y origen de rivalidades entre cofradías o parroquias que compiten por tener la mejor pieza.
En nuestro caso, la platería leonesa tuvo desde el medievo un singular interés en el contexto general peninsular. En especial con el asentamiento en León de Enrique de Arfe, figura de gran trascendencia que culminó la orfebrería gótica y emprendió el nuevo espíritu renaciente que sería continuado por su hijo Antonio. Esto motivó la existencia de una gran escuela de orfebrería en la capital leonesa donde se ha podido documentar casi medio centenar de nombres de plateros en el siglo XVI.
El marcaje de las piezas aporta datos decisivos que permiten catalogar estas piezas adscribiéndolas a sus lugares de origen. Las marcas se imprimen sobre el metal mediante un troquel que en un extremo lleva grabadas en negativo las letras o figuras relativas al autor, el contraste que certifica la ley del metal quien coloca la marca de la ciudad y la propia. En la pieza que nos ocupa, aparece el fiel del contraste, Suero de Argüello; la marca de la ciudad de León (León pasante hacia la izquierda inscrito en una forma circular) y la estampa del autor, Juan de Herreras. La obra de este platero leonés se adscribe al último cuarto del XVI y primeros años del XVII. Han llegado hasta nosotros otras dos cruces firmadas por él, las de Mellanzos y Villarmún. Las tres piezas responden al modelo extendido en la época, de cruz latina de brazos rectos con estrechamientos rectangulares y terminaciones en forma circular rematados por una orla que recorre todo el perímetro de la pieza.
En los fondos de los extremos de la cruz del Museo aparecen en el anverso las figuras de María, san Juan, Dios Padre y María Magdalena y en el reverso los cuatro evangelistas, iconografía habitual en este tipo de piezas.
La pieza del mes constituye una oportunidad para conocer más detenidamente alguno de los bienes expuestos en el Museo, mediante una explicación detallada durante las visitas guiadas, que se desarrollan gratuitamente de martes a domingo, a las 12’30 h.