Acantilados, bosques encantados, menhires y canales navegables en una tierra donde naturaleza y mano del hombre conviven en armonía
Texto y fotos: Carmen Cespedosa
Apartándose de las rutas convencionales, pero a corta distancia de nuestro país, pueden encontrarse paraísos naturales, espectaculares monumentos, templos del buen comer y beber. Bretaña, la punta más occidental de Francia, allí donde también hay un Finisterre, muestra un mundo de contrastes y armonías que conviven a la perfección y asombran al visitante.
Cualquier momento es bueno para recorrer esta región, pero tal vez el otoño ofrezca experiencias diferentes, lejos de aglomeraciones turísticas y un clima suave y soleado. El otoño con su dosis de calma y serenidad es un buen momento para disfrutar el magnífico espectáculo del Golfo de Morbihan, una las mejores bahías del mundo con sus 42 islas de paisajes encantadores. Si te va la aventura y te apetece sentir la libertad, la velocidad, el viento, el yodo, opta por el carro de vela, con el que se puede correr a la velocidad del rayo por las grandes playas de arena con vistas a las bahías bretonas más bonitas. Claro que si buscas algo más tranquilo, un paseo por las orillas del río Rance es un recorrido bucólico salpicado de ciudades de arte y pueblos encantadores como Léhon, Dinan o Dinard.
Otoño es también la época de la recolección de la manzana, lo que significa que es tiempo de elaborar la famosa sidra bretona. La reina de los campos frutales también se declina en esta época hasta el infinito en las recetas de la cocina bretona, la manzana aparece en “todas las salsas” cruda o cocinada, en compota, en una crepe flameada, en los kouing-amann, acompañando la andouille de Guéméne… En otoño la migración es un espectáculo en la isla de Ouessant, una de las mejores zonas de Francia para la observación ornitológica otoñal. Es excepcional el número de aves procedentes de Siberia y otras especies exóticas que se detienen aquí. Y, hablando de islas, a diez minutos en barco desde la punta de Arcouest, Bréhat seduce por su microclima, un atractivo turístico importante fuera de temporada. Está prohibida la circulación de coches por la isla, lo que la convierte en un auténtico paraíso para paseantes y ciclistas. El cambio de ritmo y el relax es soberbio y para sentirlo no hay más que pasearse por sus caminos de vegetación mediterránea y por las callejuelas de sus pueblos.
Cuando el otoño muestra sus primeros tonos lánguidos, hay que salir a pasear a Brocelandia, bordeando sus estanques y recogiendo de camino setas y castañas. Con un poco de suerte saldrán al paso las hadas, los dragones y los korrigans. Pero si se prefiere el contacto con el mar, nada como hacer la ruta de los faros. De Brest al País de los Abers, veintitrés colosos solitarios se enfrentan a los elementos y jalonan este recorrido legendario. El faro de Saint Mathieu se yergue entre las ruinas de su abadía; el Créac’h con su pijama a rayas blancas y negras; el Stiff, el Horno, el Piedras Negras… Hay que arrastrar por la belleza de estas construcciones con nombres míticos y por esos parajes fabulosos barridos por los vientos y castigados por el mar.
Un buen comienzo
Podría iniciarse el recorrido de Bretaña evocando sus ciudades de arte e historia, descubriendo los palacios y casas señoriales que crecieron en la época de mayor esplendor, gracias a la madera para barcos o el comercio de las velas. Podría comenzarse atendiendo a su naturaleza y paisaje, con impresionantes acantilados, bosques misteriosos, canales navegables, vías verdes… También podría apelarse a su “art de vivre”, a los placeres de distinto tipo que ofrece al cuerpo: centros de talasoterapia y spas, ostras y mantequilla salada, sidra y magníficos vinos…
Pero otra forma de comenzar es aludiendo a su historia.
No es, exactamente, un lugar turístico, pero tal vez la primera visita que hay que hacer antes de penetrar en el mundo cambiante y sorprendente de Bretaña, sea Carnac. Frente a este monumento prehistórico que hoy como ayer sigue despertando teorías y apuestas sobre su razón de existir, la mente se prepara para lo que luego debe venir.
Se ha dicho que era un observatorio astronómico, un centro de ritos funerarios, un raro reloj solar, pero nadie ha encontrado la respuesta exacta a esos 1.099 menhires, perfectamente repartidos en once hileras de más de un kilómetro. La penúltima teoría indica que se trataba de una especie de lugar místico para hombres de mar.
Nada hay de extraño en ello porque en Carnac, como en toda la región de Morbihan en que se encuentra y en toda Bretaña, el mar es el gran protagonista. En el recorrido por esta zona se le ve, se le huele, se le siente en cada instante. A veces en forma de forma de suave y rítmico oleaje y otras veces con desatada furia, violento, salvaje.
Muy cerca de Carnac está Quimberón, en la punta de una península que nunca pasa de unos cientos de metros de ancho y que, a veces, cuando sube la marea, parece desaparecer uniendo los dos mares. A un lado de esta península se agrupan los puertos donde los barcos buscan refugio del potente mar que, al otro lado, se muestra en todo su esplendor. Es la llamada Costa Salvaje, un lugar de extraordinaria belleza en el que se suceden los islotes, arcos de piedra y acantilados que son esculpidos día a día con increíble fuerza por el mar.
Incluso en los días serenos está terminantemente prohibido bañarse en sus solitarias playas. Nombres como el Pasaje del Miedo, la Bahía de los Muertos o el Infierno de Plogoff definen algunos de sus accidentes geográficos y la impresión que, desde siempre, han causado en las gentes.
Mar medicinal
Pero es mismo mar que estremece, que asusta, que mata, se convierte un poco más allá en fuente de salud. Toda la zona está llena de centros de talasoterapia, uno de los mejores tratamientos contra el estrés, las enfermedades de los huesos y las circulatorias, pero también eficaz en las terapias antitabaco, las curas después de la maternidad y los cuidados de la piel. Cada año acuden miles de viajeros de distintos lugares de Europa a los centros de talasoterapia de Bretaña. Buscan salud, claro, pero también un estilo de vida que conviene a todos: tranquilidad, buenas comidas, lectura, reposo, sol…
Una preciosa leyenda cuenta que las hadas encantadas del cercano bosque de Brocéliande derramaron tantas lágrimas que formaron el golfo de Morbihan. Las coronas de flores que arrojaron sobre sus aguas formaron cientos de pequeños islotes y algunos de los pétalos, que se alejaron mar adentro, dieron lugar al rosario de islas que bordean la costa de Bretaña, que reciben el nombre genérico de islas de Poniente.
Al viajero que se quedó extasiado frente a los menhires de Carnac no le cuesta nada aceptar esta explicación. Aceptaría también cualquier otra, porque todo parece posible en estas tierras. Tierras de contrastes, donde los castillos medievales conviven con la “nouvelle cuisine”, las veloces autopistas con recorridos para bicicletas o pausados paseos en barco y las suaves campiñas con costas salvajes y ríos caudalosos.
En la costa norte
El norte de Bretaña difiere bastante de la costa sur. Aquí la fuerza del Atlántico se muestra en todo su poderío y ha tallado relieves y formas que crean imágenes fantasmagóricas. Un buen ejemplo es la llamada costa de granito rosa, con imponentes concreciones de piedra esculpidas por el mar y el viento que ofrecen al visitante una visión casi irreal. El color rosa, a veces rojo, es excepcional. Está compuesto por cristal de feldespato, cuarzo y mica, aunque ese tono singular lo aporta el hierro. Es un paraje natural de excepcional belleza. Se estima que se formaron hace 300 millones de años y se extienden a lo largo de más de 25 hectáreas. Han sido clasificados patrimonio nacional francés y son propiedad del Conservatorio del Litoral. Los acantilados reciben cada año más de un millón de visitantes y, sin duda, es una etapa imprescindible de Bretaña. El sendero de los aduaneros es el camino ideal para descubrir la punta de Ploumanac’h y sus impresionantes bloques esculpidos por la naturaleza. Con la puesta de sol, el granito rosa adquiere un colorido anaranjado que deja boquiabierto hasta al menos sensible.
Aunque no faltan los espectáculos sorprendentes en esta parte de Bretaña. Entre ellos, sin duda, la bahía del Mont Saint-Michel donde las arenas, la vegetación, el mar y el cielo comparten el horizonte. La luz juega con los elementos en un paisaje mutante donde se reflejan el Monte Saint-Michel y las alineaciones de mejillones bouchots. Según cuentan los habitantes de la zona, “el río Couesnon, en su locura, emplazó el Mont Saint-Michel en Normandía”, pero eso no impide que la bahía esté en Bretaña. Este lugar excepcional se halla en la puerta norte de la región y ha sido clasificado patrimonio mundial de la humanidad por la Unesco. Varios fenómenos admirables han quedado reconocidos así: un paisaje marítimo excepcional, mareas que baten el record de Francia con 14 metros de amplitud, alineaciones de mejillones y mariscos y una joya arquitectónica mítica que se refleja sobre la inmensidad yodada.
El Mont Saint Michel, es el tercer monumento religioso más visitado de Francia, tan solo por detrás de Notre Dame y del Sagrado Corazón de París, y es también, sin duda, uno de los parajes más bellos y visitados de todo el país. En esta pequeña isla unida al continente por una carretera que en ocasiones es cubierto por las aguas cuando sube la marea, se levanta una pequeña ciudadela medieval que conserva el mismo aspecto que hace siglos sobre la que se eleva una impresionante abadía donde conviven el románico y el gótico en perfecta armonía.
Cuesta trabajo alejarse de este lugar que desprende un magnetismo especial, pero esperan nuevas sorpresas al viajero. Casi al lado está Saint-Malo, deseada durante siglos por los corsarios aunque supo preservar sus tesoros tras las murallas junto a la playa y el puerto. Las fachadas y torres que emergen de las fortificaciones confieren a la ciudad una silueta característica. Pero nunca ha sido Saint-Malo una ciudad cerrada, antes al contrario, sus gentes han tenido un espíritu aventurero que llevó, por ejemplo, a Jacques Cartier en el siglo XVI a descubrir Canadá, y a numerosos barcos pesqueros que llegaron a Terranova. Los armadores hicieron fortuna y la ciudad prosperó con bellos edificios. Resulta difícil creer que la mayoría de ellos fueron reconstruidos tras los bombardeos de 1944. En el siglo XVIII, los corsarios Duguay-Trouin y Surcouf reafirmaron el prestigio de Saint-Malo, cuyo estandarte flota por encima de la bandera francesa. Entre los bastiones de Saint-Louis y Saint-Philippe, la vista se abre al estuario y a Dinard. Las playas se suceden a los pies de las murallas hasta alcanzar la torre Bidouane. En el Grand Blé hay que hacer una visita póstuma al más famoso escritor de Saint-Malo: Chateaubriand. «Durante las horas de reflujo, el puerto queda seco y, en las orillas este y norte del mar, se descubre una playa de la más hermosa arena. Es posible dar la vuelta entonces a mi nido paterno. Al lado y a lo lejos, hay diseminados peñascos, fuertes, islotes deshabitados: el Fort-Royal, la Conchée, Cézembre y el Grand-Bé, donde estará mi tumba», escribió.
Forzando uno de esos contrastes que con tanta insistencia se dan en Bretaña, vale la pena tomar un barco en la punta de Arcouest y cruzar el brazo de mar que la separa de la isla de Bréhat apodada “isla de las flores”. Durante todo el año, la corriente del golfo garantiza a este lugar magnífico un microclima especial. Hay que dedicar el día a visitar sus casas encantadoras y sus calitas salvajes, olvidándose del coche, ya que sólo se circula en bici o a pie. Hortensias, mimosas, moreras, eucaliptos, aloes, camelias… el apodo de esta isla no es casual. Y si hablamos de pájaros: hay más de 120 especies censadas en la isla, entre ellos carboneros, petirrojos, pinzones, golondrinas y zorzales.
Del agua salada a la dulce
El agua también crea situaciones especiales en el interior. De Nantes a Brest, de Saint-Malo a Arzal y de Lorient a Pontivy se extienden más de 600 km de canales interrumpidos por esclusas y acompañados por paisajes naturales de gran variedad, Pequeñas ciudades con carácter y castillos pintorescos. Siguiendo el canal, a bordo de una barcaza o de un kayak, a pie o en bici por los caminos de tierra se puede conocer todos estos espacios verdes protegidos que hacen las delicias de pescadores y amantes de la naturaleza.
Navegar por el canal, con la familia y los amigos es fácil y muy agradable. No requiere ningún conocimiento de navegación. Cualquier adulto puede alquilar un barco habitable sin título de navegación durante un fin de semana o durante toda una semana. También existen barcos eléctricos que se alquilan por un día.
Pero aunque en Bretaña domina la naturaleza, hay también un rico patrimonio a veces repartido en pequeños pueblitos. Pero sobre todo concentrado en las grandes ciudades. Vale la pena descubrir el triángulo auténtico y audaz con Angers, famosa por su suavidad de vivir, Nantes, cuya industria se convirtió en espacios culturales, y Rennes, dinámica capital de Bretaña.
Situada en el corazón del Valle del Loira, incluida en el patrimonio mundial de la UNESCO, Angers, es famosa por su calidad de vida y su rico patrimonio. Ciudad de arte y de historia, dotada de espléndidos jardines y ampliamente comprometida en el desarrollo sostenible, Angers es también la base ideal para visitar los castillos y los viñedos del Valle del Loira y para el turismo fluvial.
Nantes, la ciudad preferida de los franceses invita a descubrir sus últimas proezas: un castillo transformado, un elefante gigante, un recorrido artístico de 60 Km. a lo largo de las orillas del Loira… Rennes, capital de la región de Bretaña, ofrece la riqueza de sus 2.000 años de historia y de su patrimonio preservado y restaurado y muestra plenamente su modernidad a través de sus últimas realizaciones: los Champs Libres, la Alineación del siglo XXI.
Bretaña, adentrándose en el Atlántico como un desafío, es un país envuelto en leyendas saladas. Los menhires y dólmenes que aparecen a cada paso, los palacios y castillos nos hablan de su rico pasado y confirman que en este lugar real se ha vivido mucho tiempo de lo fantástico, lo místico, lo imposible, lo irreal.
Bretaña ha sido modulada lejos de las grandes corrientes culturales, pero en el centro de las corrientes naturales. Así ha podido conservar su identidad celta y, a la vez, abrirse a otras dimensiones. A merced de los caprichos del clima y la historia, los bretones comparten una lengua verde que estimula la complicidad, los vincula al territorio y les confiere un carácter y una forma de entender la vida especiales. ¡Toda una originalidad que hay que saber disfrutar con alegría y sin complejos!
Cómo ir:
El potente buscador de vuelos Skyscanner (www.skyscanner.es) ha encontrado vuelos directos a Nantes, capital de Bretaña, desde Madrid y Barcelona con las compañías Air Nostrum y Vueling, por 101 euros desde Barcelona y 221 desde Madrid.
Más información:
Oficina de Turismo de Bretaña
Tel.: Tel: 91 458 98 42 y (+33) 2 99 36 15 15
www.vacaciones-bretana.com/
ATOUT FRANCE – Madrid
C/ Serrano, 16 – 3º Izq 28001 MADRID
ATOUT FRANCE – Barcelona
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