La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha proclamado 2016 Año Internacional de las legumbres. Frijoles, lentejas y garbanzos serán los protagonistas de los siguientes 365 días, no solo en fogones y pucheros, sino también en las oficinas de altos mandatarios y en salones de conferencias para proteger su consumo e incentivar su cultivo. Y es que el tema tiene miga. Con ello se pretende sensibilizar a la opinión pública de todas las ventajas nutricionales de las legumbres pero también de su importancia para el medioambiente y de su enorme potencial democratizador en comunidades de países pobres.
Ricas en micronutrientes, bajas en grasas y con un alto contenido de aminoácidos de origen vegetal, favorecen la lucha contra la diabetes o la obesidad y la prevención de afecciones coronarias o el cáncer. Pero, más allá de sus bondades para el organismo, las legumbres también juegan con la camiseta de la conservación del planeta, ya que su cultivo beneficia a la mitigación del cambio climático y la biodiversidad. Al ser plantas leguminosas tienen la propiedad de fijar el nitrógeno, lo que aumenta la fertilidad del suelo (y con ello reduce el uso de fertilizantes artificiales), además de disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero. En otras palabras, su cultivo es garante de una agricultura más sostenible.
El tercer reto (y la tercera gran oportunidad), es utilizar el potencial de las legumbres como efecto democratizador social, ya que brindan la posibilidad de llevar dietas equilibradas a un precio muy bajo y son una alternativa asequible al de las proteínas de origen animal. Por otro lado, de las 62 millones de toneladas de legumbres que recultivan en el mundo (según datos de la ONU), 11 millones se destinan a la venta, con precios que doblan o triplican el de los cereales, lo que supone una oportunidad económica única para comunidades pobres (y muy especialmente para sus mujeres).
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