Este sábado desde las 11 horas comenzó el anuncio a caballo de la entrega de doncellas recogida en Puerta Obispo, Puerta Castillo y plaza del Grano y a las 19,00 horas tuvo lugar el desfile hasta San Marcelo y desde allí hasta la Plaza de la Catedral donde a las 20,00 horas hubo la representación y las actuaciones de música y danza.
Así era el tributo de las cien doncellas
En el trabajo sobre el Tributo de las cien doncellas, o el precio de la paz en la Hispania de los siglos VII-IX, presentado en II Congreso Virtual sobre Historia de las Mujeres celebrado del 15 al 31 de octubre de 2010 la ponente Ana Álvarez García señalaba:
Al ejército cristiano se le encomienda la labor de buscar, reunir y escoltar, hasta el punto de encuentro, al grupo de vírgenes. Ese lugar de intercambio sería el pueblo asturiano de El Entrego, topónimo cuya legendaria etimología haría alusión a un término más amplio: “el entrego de las doncellas”. Allí, las jóvenes pasaban al control y supervisión de una mujer mora (denominada la hotadera/sotadera6), que las acompañaba a Córdoba y durante el trayecto las instruía en artes amatorias, en poesía, en danzas…
Según Luis Alfonso de Carvallo7, los nobles que entregaban una doncella cobraban, de parte de los árabes, en el momento de entregarla, quinientos sueldos y si la doncella no tenía origen noble, trescientos sueldos. Sin embargo, muchas familias se negaban a aceptar el dinero y lo tiraban al suelo, provocando peleas y pequeños motines entre los soldados que recogían las monedas.
Aunque el pueblo no conocía el destino final de las doncellas (la muerte o el concubinato y la prostitución), el pater familias (padres, hermanos y tíos, que debían entregar a las mujeres) se negaba y planeaba las excusas más inimaginables, con el consentimiento de las doncellas, para impedir tal entrega: falsos embarazos, pérdida forzosa de la virginidad, ingreso y profesión en un convento. Otras mujeres, que no contaban con apoyo familiar y tenían que defenderse solas, solían autoinflingirse amputaciones en miembros (manos o dedos). Las menos aceptaban con resignación, en nombre de la fe que profesaban, su cruel destino.
Fotografías: E. Toral y Federación de Vecinos Rey Ordoño