A tan solo dos horas de Madrid hay un lugar en el que las costumbres más antiguas reúnen a locales y viajeros a la mesa: La Reserva de la Biosfera de La Siberia. Este rincón extremeño ostenta la mención UNESCO por su excepcional riqueza natural y cultural, y presume de numerosas fiestas tradicionales que se mantienen intactas, muchas de ellas declaradas Bien de Interés Cultural. Hogueras celtas que iluminan la oscuridad para redimir los pecados en La Candelaria de muchos de sus municipios, danzas guerreras cada 3 de febrero por San Blas en Garbayuela, gavillas ardiendo en Nochebuena en Tamurejo, Diablucos que te despiertan con sus tambores cada Corpus en Helechosa o verdes arcos levantados por los más jóvenes de la comarca son solo algunas de las razones para conocer este bello territorio.
La Siberia esconde otro mundo. El que deseas conocer cuando viajas a lugares remotos: fiestas populares, ceremonias ancestrales, ritos paganos y religiosos… Culturas auténticas en las que aún late fuerte la historia y sus tradiciones y todo se llena de colores y sabores para celebrarlo.
Otro mundo. Uno silencioso, en el que solo habla la naturaleza y en el que el tiempo se ha sentado a ver cómo de bella puede ser la vida si la dejas.
Ese mundo está a dos horas de Madrid, en La Siberia, y desde 2019 forma parte de la Red Mundial de Reservas de la Biosfera de la UNESCO.
Son 155.000 hectáreas en las que las ovejas merinas llevan miles de años pastando entre olor a miel pura y berreas de ciervos y corzos. Un lugar en el que aprender a tejer lana virgen, ser pastor por un día o dormir bajo un manto estrellado de impoluta belleza.
Una mirada a este lugar y te invaden colinas de bosques tupidos, olivares, castillos, puentes medievales, ermitas mudéjares y mucha agua, la de cuatro ríos y otros tantos embalses que hacen que sea la comarca con más costa interior del país. La primera Reserva de la Biosfera de la provincia de Badajoz. Un espacio en el que vecinos y naturaleza confluyen en un equilibrio casi perfecto.
Aquí se celebran algunas de las fiestas populares más antiguas, algunas recién nombradas Bien de Interés Cultural, como las Fiestas de San Antón, en Peloche, o las de San Blas, en Garbayuela. Una oportunidad para empaparse de tradición y conocer la historia de los once pueblos que atesoran el pasado de La Siberia, un territorio como quedan pocos.
La Candelaria y la danza guerrera de San Blas
La historia se remonta, en ocasiones, a los pueblos celtas, de quienes los siberianos heredan la fiesta que inaugura febrero: La Candelaria. La leña va haciendo montaña en Risco al llegar esta cita.
Es 2 de febrero y los jóvenes del pueblo llevan casi un mes amontonando madera. Al caer la noche, es momento de que el fuego expíe los pecados de locales y turistas.
La solemne oscuridad que empapa este valle al caer el sol se ve interrumpida esta noche por la inmensa hoguera de La Candelaria, que sirve de guía a kilómetros de distancia. Vecinos y forasteros se sientan a la lumbre para compartir historias y asar embutidos que acompañan de vino de pitarra y aguardiente.
La noche se alarga hasta que el día da paso a la danza de los guerreros, en Garbayuela. El ruido de los palos marca el paso de una danza ancestral en la que se rinde honor a San Blas en una ceremonia cargada de color y ritmo declarada Bien de Interés Cultural.
Los danzaores son protagonistas indiscutibles de este patrimonio inmaterial en el que la artesanía se abre paso para embellecer la lucha. Las espadas quedan a un lado y los cuarenta danzaores empuñan dos palos secos de acebuche seco y con nudos, de cuya empuñadura cuelga un cordón rojo con madroños de colores variados. Una pieza de gran simbolismo, que esconde una historia de lucha ahora llena de belleza y orgullo.
Una historia que transcurre con el murmullo de los Auroros, los cantos de coplas y rezos del rosario antes del alba que se suceden en distintos periodos del año y se reconocen como patrimonio inmaterial.
Un ritual que supera el ámbito religioso y constituye un patrimonio identitario de la localidad de Garbayuela, donde se mantiene vivo gracias al trabajo de la Hermandad de Nuestra Señora del Rosario de la Aurora.
Las lanzas de Flandes, por carnaval
El bien y el mal se ven las caras en Villarta de los Montes el martes de Carnaval (21 de febrero). Es la Fiesta de las Alabardas que toma su nombre de las lanzas que portaban los soldados de Flandes en el siglo XV para combatir a los árabes. Un desafío adornado con flores y bordados en el que el bien sale victorioso ante el mal, encarnado por ‘los ciegos’, que deben sacar a bailar a las damas en un derroche de picaresca y disfrute. Una tradición que pone otra máscara al carnaval.
Arco de los Quintos: los mozos de Valdecaballeros
A unos pasos del dolmen neolítico del Cerro de la Barca, uno de los yacimientos más espectaculares de la región, en Valdecaballeros, se celebra el Arco de los Quintos. Una presentación en sociedad que celebra el paso de la infancia a la adultez de los mozos del pueblo llamados a filas: los quintos.
A primera hora del Sábado Santo (8 de abril), los ‘quintos’ comienzan a talar pinos para levantar el arco que da nombre a la fiesta. Una demostración de fortaleza con la que se ganan el respeto de los mayores. Una vez construido, el arco es engalanado de flores, hortalizas y banderas bordadas por las mujeres del pueblo, para después guardar que nadie lo atraviese hasta que la Virgen Dolorosa, protectora de los quintos, lo haga.
La festividad continúa hasta el día siguiente, tras la Procesión del Encuentro, cuando los mozos van casa por casa vendiendo las flores y hortalizas para terminar celebrando una comida con el dinero recaudado. Una costumbre que se mantiene viva en La Siberia y que refuerza la identidad de sus once pueblos, que resultan únicos por su recetario tradicional, ritos, danzas y vestimentas que dan carácter a sus fiestas, tan singulares como acogedoras.
Una excusa perfecta, cualquiera de ellas, para visitar esta comarca que cautiva a ecoturistas, observadores de aves, amantes del astroturismo, apasionados de los deportes náuticos o en la naturaleza o, simplemente, viajeros que disfrutan descubriendo lo mucho que ofrece esta, hasta hace poco desconocida, zona de la provincia de Badajoz.