De nuevo llegaba un periodo de convulsión interna, pero esta vez mucho más profundo pues el Reino se vio dividido, de una manera efectiva; durante casi cuatro años
Con la muerte del gran Ramiro II, el Invicto de Simancas, que encabezó, sin ninguna duda, una época de verdadero esplendor para el Reino de León, este entró, desgraciadamente, en un periodo, quizás el más nefasto para los intereses del mismo, y en el peor momento. Suele ocurrir. El prestigio ganado con tanto esfuerzo y tantas vidas se dilapidó desde el mismo instante del fallecimiento del rey que había sido capaz de poner de rodillas al más importante de los califas de Córdoba, Abderramán III. El interés particular, encabezado por príncipes y nobles, primó sobre los intereses generales, y esa actitud condujo, inevitablemente, a una guerra civil en toda regla.
En nada favorecía, para resolver la situación creada, el hecho de que Ramiro II hubiera tenido hijos con dos esposas; la primera su prima hermana Adosinda, hija del conde Gutierre Osorio y Aldonza Menéndez, a la que terminaría repudiando por imposición de la ley canónica, y la segunda, la pamplonesa Urraca Sánchez, hija de Sancho Garcés y Toda Aznárez.
Con la primera había tenido tres hijos, Vermudo, muerto siendo un niño, Ordoño, que le sucederá en el trono y Teresa, que terminaría casándose con su tío político García Sánchez I de Pamplona.
De la segunda tuvo al menos dos hijos: Sancho que sucedió a su hermano Ordoño y Elvira, la que fundó el monasterio de San Salvador del Palat del Rey, donde sería enterrado su padre y alguno de sus hermanos.
Con dos hijos aspirantes al trono, es fácil imaginar que la nobleza, especialmente la más próxima por lazos familiares, apoyaría al uno o al otro, y así se llegó a la absurda situación de enfrentamientos entre ambos, aun habiendo heredado el reino Ordoño III. Su reinado fue, sin embargo, muy corto (5 años), lo que parecía facilitar la estabilidad futura del Reino; sin embargo, tampoco faltaron, en esta tragicomedia, las apetencias de los que apoyaban a un hijo de Alfonso IV el Monje, hermano de Ramiro II que también se postuló como rey por la imposibilidad manifiesta de Sancho I de encabezar las tropas a causa de su excesiva gordura y su terrible carácter.
Para resolver el problema primero, Sancho se puso bajo la protección de su abuela Toda que lo acompañó a Córdoba donde el famoso judío, médico y hombre de gran influencia en la corte califal, Hasday ibn Shaprut, le sometió a una dieta solo a base de líquidos con la que consiguió perder (se dice) unos 120 Kg y retomar el trono (eso sí, con la ayuda de los musulmanes y los navarros), obligando a Ordoño IV, el Malo, a huir a Asturias, desde donde, en el futuro, intentaría otro tanto.
De nuevo parecía resuelta la estabilidad; mas, si la figura del rey había mejorado, no así su carácter. Los problemas con la nobleza se recrudecieron y, en el año 966, visitando Galicia, uno de los condes, probablemente un tal Gonzalo Menéndez, le envenenó con una manzana, lo que le causó la muerte.
Dejaba en el trono a un niño de 5 años (su hijo Ramiro III) de cuya regencia se ocuparon su madre, Teresa Ansúrez, y su tía, la monja Elvira, que llegó a ejercer como reina durante algún tiempo. Era una mujer de probado carácter, seguramente como su hermano Ramiro II, y, para ilustrar este aserto, valga una muestra: antes de la batalla de San Esteban de Gormaz, y encabezando las tropas leonesas, subida sobre su caballo, hizo incluso besar la orla de su manto al siempre orgulloso e intrigante conde Fernán González, al que obligó a descender del suyo.
No es, sin embargo, el momento de hablar de esta y otras mujeres leonesas; tiempo habrá de intentar incluso un monográfico sobre el particular. Hay materia, al respecto.
El joven Ramiro alcanzó su mayoría de edad, mas la nobleza, a fuerza de años, parecía haberse acostumbrado a las intrigas, y a sacar rédito de la debilidad de la corona, por lo que, desde Galicia, se promovió la candidatura al Reino del hijo de Ordoño III, Vermudo II. De nuevo llegaba un periodo de convulsión interna, pero esta vez mucho más profundo pues el Reino se vio dividido, de una manera efectiva; durante casi cuatro años Vermudo reinaría en Galicia y Ramiro lo haría en el resto del territorio leonés, eso sí, ambos con el apoyo musulmán. El Reino de León se había convertido, en muy poco tiempo, en un simple títere del Califato de Córdoba.
Vermudo fue, poco a poco, ganando adeptos y así, entre la primavera y el verano del año 982 su control era ya absoluto sobre los territorios más occidentales del reino; hasta tal punto que la nobleza local le corona, en Santiago de Compostela entre el 15 de septiembre y el 13 de noviembre de dicho año (probablemente el 15 de octubre). La situación era claramente de guerra civil y así ambos reyes llegaron a un enfrentamiento directo, y para probar su fuerza, en el Portillo de Arenas, cerca de Monterroso.
Dado el incierto resultado de la batalla que, según los cronistas, fue muy sangrienta (¡otra vez!), los dos, con sus seguidores, se retiraron a sus respectivas capitales: Santiago de Compostela el uno y León el otro. Sin embargo, algunos condes de las tierras de los Campos Góticos, viendo o intuyendo que Vermudo iba superando en poder e influencias a su primo, cambiaron de bando y, con ello Vermudo ampliaría, en mucho, sus territorios.
A pesar de todo, la guerra seguiría hasta el año 985, fecha de la muerte de Ramiro. De ese modo Vermudo II quedaría, definitivamente, como único rey de León.
¿Y quién era este Vermudo (o Bermudo) y por qué recibió este nombre que, sin embargo, apenas se había utilizado en la familia real? Como acabamos de señalar, su padre tuvo un hermano, el primogénito de Ramiro II que hubiera podido reinar, si no hubiera fallecido en su niñez. Sin duda, el recuerdo de la tragedia había permanecido en la mente de Ordoño III y, por esa razón, deseó que su hijo llevara el nombre de su hermano.
Por lo que hace a un antecedente coronado debemos remitirnos, nada menos que a Vermudo I, el Diácono, que reinó entre el año 789 y el 791 y llegó también al trono en medio de intrigas y para desalojar del mismo al usurpador Mauregato, hijo de Alfonso I y de una esclava musulmana. Según la leyenda, de este personaje que pasó a la historia como alguien absolutamente despreciable, derivaría el tributo de las 100 doncellas que el Asturorum Regnum debía entregar a los musulmanes a cambio de protección y promesa de paz.
De otro lado, y como en el episodio principal que hoy traemos a la memoria, encontramos también un rey que ocuparía el trono en dos ocasiones: a la muerte de su tío Silo (casado con Asosinda, hermana de Fruela I) y tras la renuncia de su tío Vermudo I, una vez desalojado del trono Mauregato; naturalmente nos referimos al que la historia recuerda como Alfonso II el Casto.
Como curiosidad añadida, algunos especialistas en genealogía afirman que este Vermudo I es el ascendiente, coronado como rey, más antiguo que lleva directamente hasta el rey Felipe VI; ello les lleva, entonces, a afirmar que la dinastía que reina en España sería la segunda más antigua del mundo, detrás de la japonesa.
Dos palabras, para terminar, por lo que hace al propio nombre de Vermudo o Bermudo, en latín Veremundus, por lo que optamos por mantener la grafía de Vermudo. Se trataría de un nombre de origen germánico y, en cuanto a su significado, la opinión más común es que querría decir algo así como “oso protector”, sin duda refiriéndose a alguien muy valiente, grande y fuerte.
Fue un nombre bastante común en todo el noroeste de la península y del mismo deriva el apellido Bermúdez, que hoy llevan unas 60.000 personas en la Península.