La confirmación de la independencia efectiva de Portugal vendrá, más tarde, en1179, con la bula Manifestis Probatum, del papa Alejandro III (un verdadero azote para el Reino de León).
Dediquemos, en primer lugar, unas breves líneas para la presentación de este hecho que supuso, a no dudar, un antes y un después en la historia de la Península. En efecto, el día 4 de julio de 1137, se firma un pacto entre dos primos, el recientemente coronado Emperador de toda Hispania, el rey de León, Alfonso VII (el hijo de Urraca I), y el conde de Portuscale, Alfonso Henríquez.
Pero, ¿cómo se llega a esta situación, si consideramos el rango tan diferente de los firmantes?
Hagamos un poco de historia, claro está, sin entrar en mayores pormenores sobre las diferentes opiniones respecto al propio nombre de Portuscale, su conquista por parte de Roma o su evolución hasta la llegada de los leoneses a estas tierras en las que ya había intervenido Alfonso III el Magno.
Con el avance, pues, de las tropas leonesas, en pugna con los musulmanes del Sur, aparecen, en los finales del siglo IX, las primeras referencias a este condado Portucalense. Los límites del mismo no estaban, sin embargo, muy definidos, aunque podríamos fijar los mismos entre el Miño por el Norte y el Duero por el Sur; había adoptado, al parecer, este nombre por la denominación de un pequeño núcleo de habitantes asentados, precisamente, en la desembocadura de este último río.
Se habla, incluso, de un primer conde, Vimara Peres, (estamos en la época de Alfonso III ya citado) que, a mediados del citado siglo, habría repoblado la zona y habría construido un castillo, si bien, puede que este (el castillo de San Mamede) no habría sido terminado hasta el impulso de la condesa Mumadona (o Muniadonna, 900–968), nieta del anterior, que gobernaría el citado condado con su esposo Hermenegildo González
Quede constancia también de que el hijo de Ordoño II, Ramiro II, el Invicto (898-951), a la muerte de su padre, y en la división de los territorios del mismo, actuaría como rey en esa zona (924-928), siempre supeditado, no obstante, al reino matriz, León, a cuyo trono llegaría tras la dimisión de su hermano Alfonso IV, el Monje.
Por esta razón, y dado que se trataba de una tierra de frontera de especiales características, los condes que gobernaban este territorio, recibían, de los reyes de León una atención especial y, por lo mismo, gozaban de una cierta independencia, a la hora de tomar decisiones.
De ese modo se sucedieron en la responsabilidad del territorio portucalense 7 condes hasta llegar a la época de Fernando I en la que los límites se amplían hacia el río Mondego, Coímbra, donde el rey nombrará un primer gobernador, Sisnando Davídiz.
No carece de interés tampoco la influencia de la iglesia y la discusión sobre los obispados y arzobispados, precisamente en pugna con la zona del Norte, Galicia; pero eso desbordaría los límites de nuestra reflexión.
El hijo de Fernando I, García I de Galicia, derrota a Nuño Méndez, el último conde de la familia de Vimara Peres (que murió en la contienda), en la batalla de Pedroso, hecho acontecido en los comienzos del año 1071. Con este enfrentamiento bélico desaparece el Condado de Portuscale que se integra en el Reino de Galicia hasta 1090.
Alfonso VI, el heredero del Reino de León que consigue unir, de nuevo, tras la muerte de sus hermanos Sancho de Castilla y García de Galicia, la herencia de sus padres, pretende tener mejor controlados sus territorios, por lo que nombra a Raimundo de Borgoña, casado con su hija Urraca, conde de Galicia. A este territorio suma también el condado portucalense, y así, sus posesiones se extendían desde el Mar Cantábrico hasta el Tajo y controlaba a todos los magnates de dichos territorios.
De otro lado, falto de heredero varón de parte de Alfonso VI, Raimundo se siente ya sucesor del mismo. Sin embargo, en el año 1094, nace Sancho concebido con la denominada “mora Zaida”. El trono parece alejarse y en esta tesitura, el borgoñón pide consejo y ayuda a su pariente el abad de Cluny, san Hugo, el cual urde un plan para seguir interviniendo en estos territorios que le son de mucha utilidad. Envía a León a su otro pariente Enrique de Borgoña y varios monjes cluniacenses con el encargo de velar por los intereses de la familia y de la gran abadía francesa, tan apoyada y sostenida financieramente por los reyes de León. Los historiadores conocen este extremo como el Pacto sucesorio, entendiendo que, si Raimundo heredara la corona de León, repartiría sus territorios con su primo Enrique.
Para desgracia de ambos, la trama es descubierta y, para quitar poder a Raimundo, casan a Teresa, otra hija de Alfonso habida de sus amores con la joven y bella berciana Jimena Muñiz, con Enrique de Borgoña y les atribuye el condado de Portuscale y Coímbra.
El objetivo, en este caso, era doble; además del control sobre estos territorios del Oeste del Reino, el rey trataba de enfrentar a los dos primos borgoñones, Raimundo y Enrique, restando, claramente, poder al primero, al que suponía el principal impulsor de ese intento de golpe contra su reino.
El destino, sin embargo, es inmisericorde cuando ha trazado un determinado acontecer. Sancho, el heredero, muere en la batalla de Uclés y Urraca, ya viuda en ese momento, vuelve de nuevo a la primera línea de la sucesión al trono de su padre Alfonso.
Convertida en reina, el hecho desata la envidia de su media hermana Teresa que no entiende que ella solo sea condesa de Portuscale, sometida a Urraca. ¿Por qué no ha de ser ella también reina en su propio territorio portucalense que, además, le ha sido dado en heredad por su padre?
La presión de los almorávides sobre los territorios de Alfonso, así como los continuos problemas con el reino de Navarra vendrán, asimismo, a alentar las aspiraciones independentistas de dicho condado. La secuencia, muy resumida, sería la siguiente: en 1112 fallece el conde Enrique, y Teresa pasa a gobernarlo en nombre de su hijo; en 1121, comienza a autonombrarse reina; el hecho mismo de la aparición en su condado del gallego Fernando de Traba como gobernador de Coímbra y Oporto supuso, incluso, una revuelta tachándolo de “extranjero”…
En esta tesitura llegamos a la mayoría de edad de Alfonso Enríquez (1125) el cual se arma a sí mismo caballero, como hacían habitualmente los reyes, por lo que su gesto se entiende como una verdadera provocación. Así, dos años más tarde, el rey de León, viendo la deriva del condado de Portuscale al que su primo pretende hacer independiente, no tiene más remedio que comenzar una guerra contra él. Al año siguiente, la situación se complica en el mismo Portugal y tiene lugar la Batalla de san Mamede; en ella Alfonso combate y derrota a los partidarios de su madre Teresa y se hace con el control total del territorio.
Llegamos a 1135; en ese año se produce la coronación, en León, de su primo como Emperador; Alfonso Enríquez ni siquiera se presenta e incluso aprovecha, más tarde, un enfriamiento en las relaciones del rey de León con el de Navarra para un intento de invasión en Galicia, apoyado por dos condes traidores a su rey: Gómez Núñez y Rodrigo Pérez, encargados de la defensa de Tuy. Así, pudo, no solo tomar esta ciudad, sino que haría lo mismo con el castillo de Allariz y derrotar a sus eternos enemigos, los condes Rodrigo Vela y Fernando Pérez.
Llegadas al Emperador estas noticias, él mismo se dirigió hacia Tuy que tomó sin resistencia y, con el apoyo del obispo Gelmírez, su protector durante la infancia, y los grandes señores de Galicia, se dispone a invadir todo el territorio de Portuscale.
Es en este contexto en el que se produce el Pacto de Tuy que, como hemos señalado, ocurrió el 4 de julio de 1137. En vista de las circunstancias, Alfonso Enríquez promete obedecer al emperador leonés y acatar sus decisiones; pero esta promesa como las posteriores no serán más que un intento de dejar pasar el tiempo para conseguir sus objetivos de independencia. En dicho pacto, el portugués dejaba explicitado que se comprometía a defender al Emperador de cualquiera que se volviera contra él, incluso si se trataba de alguno de los suyos. Consta expresamente su “fidelidad, seguridad e auxilio contra los enemigos” hacia el recientemente proclamado “Imperator totius Hispaniae”. Como contrapartida y signo de buena voluntad, este le entregaba las tierras de Astorga que, no obstante, deberían volver a él o a quien le sucediera.
Y no se trató, realmente, de un documento cualquiera o que fuera firmado, de manera encubierta por los dos Alfonsos. Se produjo, en el mismo, un juramento de parte del portugués, acompañado por 150 de los suyos y sirviendo de fiadores el Arzobispo de Braga y los obispos de Porto, Tuy, Santiago, Orense y Segovia.
Dicho pacto, sin embargo, y con la intervención personal del cardenal Guido de Vico, el mismo que había oficiado la ceremonia de coronación del Emperador, se convertiría en papel mojado, apenas 6 años más tarde con el llamado Tratado de Zamora; en el mismo, el Emperador reconocerá a su primo como Alfonso de Portugal, mas, en cierto modo, supeditado a las directrices de él mismo como “rey de reyes”. La confirmación de la independencia efectiva de este nuevo reino vendrá, más tarde (1179) con la bula Manifestis Probatum, del papa Alejandro III (un verdadero azote para el Reino de León), a pesar de la defensa del papado que siempre habían hecho sus diferentes reyes (véase, como ejemplo, el Concilio de Reims).
Para entonces, Alfonso VII ya había fallecido y se producía la citada independencia del antiguo condado portucalense al haberse declarado dependiente del papado “a condición de que la Santa Sede lo defendiese de cualquier otro poder eclesiástico o civil”. Y hay que recordar que, el papa tenía mucho… y no solo temporal, sino que podía firmar una excomunión o un interdicto y enviarte al infierno por toda la eternidad.
- Textos: Hermenegildo López
- Fotografías: Martínezld