El 8 de marzo de 1126 fallecía la reina Urraca y Alfonso era coronado y ungido como rey de León, después de haberlo sido, como decimos, en Lugo
El día1 de marzo se cumplirán 917 años del nacimiento de quien, 30 años más tarde, se convertiría en el primer y único emperador coronado en la Península.
Hablamos, naturalmente, es bien sabido, de Alfonso, que regirá los destinos de la mayor parte de la “piel de toro” y desde el Reino de León, con el ordinal siete.
Comencemos, como siempre, y para situar al personaje, por sus ancestros. El niño es nieto de Alfonso VI, el Bravo, y bisnieto de Sancha I de León y Fernando I, el Magno, los cuales habían puesto, a los pies del Reino, a prácticamente todos los reinos de taifas de la Península: de este a oeste, Zaragoza, Toledo, Sevilla y Badajoz.
Los años de Alfonso VI en el trono habían consolidado las conquistas de sus padres e incluso habían ampliado los límites del Reino, a pesar del empuje del Sur, renovado con la llegada de unos nuevos invasores, los almorávides. Sin embargo, en el reinado de este Alfonso, había quedado un “lunar”; el rey no había sido capaz de tener un heredero varón.
El Bravo se había casado, en primeras nupcias, en el año 1073, con Inés de Aquitania (Agnesd’Aquitaine), hija del VIII duque de este territorio y de Matilde de la Marche. De hecho, el rey había tenido que esperar cuatro años hasta llegar al matrimonio, pues el acuerdo de esponsales se había firmado ya en 1069, pero la niña contaba solo 10 años.
Desgraciadamente, la joven Inés fallece en 1078 sin dejar descendencia, por lo que el rey se casaría con una lejana pariente de ella, Constanza de Borgoña, viuda del conde Hugo II de Chalon, fallecido sin dejar descendencia. De este matrimonio nacería Urraca, la única superviviente de otros cinco hermanos que, debido a una serie de vicisitudes bien conocidas, puesto que han sido expuestas ya en entregas anteriores, heredaría el reino de su padre Alfonso.
Sin embargo, y bastantes años antes de estos hechos, de acuerdo con los designios de Alfonso, había sido casada, cuando contaba apenas unos 10 años de edad, con un caballero, Raimundo, llegado de Borgoña, en los alrededores de la batalla de Sagrajas, con enormes deseos de medro personal y bastante mayor que Urraca (unos 40 años). Era, sin embargo, pariente de la reina y venía avalado por el conde Eudes de Borgoña, también pariente suyo, presente en la Península al llamamiento del rey para luchar contra los almorávides.
En cierto modo, para apartar, más tarde, de la corte al borgoñón, a quien veía como alguien incluso peligroso para el trono, y porque el rey pretendía una política de control sobre sus territorios, Alfonso envió al matrimonio a Galicia con el título de condes. Allí, como decimos, el día 1 de marzo de 1105, en concreto en Caldas de Reis, localidad situada al noroeste de la actual provincia de Pontevedra, en la ribera del río Umia, nació el futuro Emperador Alfonso.
Este enclave era conocido por sus aguas termales, al menos desde la época de los romanos y, por lo constatado en la toponimia, probablemente desde mucho antes, puesto que el nombre que le fue atribuido por estos, AquisCelenis o AquaeCelenae (Aguas de los celenos), hace referencia al pueblo celta que habitaba en la zona.
Antes del nacimiento del niño Alfonso, había nacido, también del citado matrimonio condal, una niña, de nombre Sancha, como su bisabuela. Por indicios documentales, se cree que dicho nacimiento habría tenido lugar hacia 1095, por lo que esta hermana mayor será de un apoyo y una ayuda incondicional que el futuro Emperador siempre agradecerá; por ello Sancha, la gran dama de la Basílica del Santo Isidoro, que llevará a cabo muchas de las reformas en la iglesia palatina, será premiada por su hermano con el título de reina.
Como era costumbre en la corte leonesa, el niño es encomendado a los cuidados de una familia noble, en este caso al conde de Traba, Pedro Froilaz, un personaje muy influyente en la época, precisamente por esta cercanía con la familia real leonesa y por su intensa colaboración con el conocido obispo Gelmírez, que cambiaría, para siempre, la diócesis que le había sido encomendada.
Estos años de niñez de Alfonso contemplan, incluso, el contubernio de su padre y su tío segundo, Enrique de Borgoña, casado con Teresa, hija extramatrimonial de Alfonso VI. Ambos pretendían repartirse el reino a la muerte de este, pero, como recuerdan las crónicas, “de aliados pasaron a ser rivales” a causa de una hábil maniobra del rey que dividió el territorio de Raimundo en dos partes: una hasta el Miño, que gobernaba este, y otra, del Miño al Mondego que gobernaría su primo Enrique (en el futuro será el embrión de Portugal).
Sin embargo, dos años después del nacimiento de Alfonso (septiembre de 1107) fallece su padre, en Grajal de Campos, siendo trasladado su cadáver a Santiago de Compostela, y, al propio tiempo, el rey, su abuelo, comienza a sentirse muy enfermo. Así, el día 1 de julio de 1109, en la Imperial Toledo, conquistada por él, después de haber sido soñada su recuperación, durante siglos, por los reyes cristianos, fallecía Alfonso el Bravo. Sus restos, de acuerdo con sus deseos, serían llevadas a su villa preferida, a Sahagún, lugar de descanso también de los santos Facundo y Primitivo, que se decían hijos de San Marcelo, el primer mártir leonés y, hoy, patrono de la ciudad de León.
Antes del fallecimiento de Alfonso VI, se había llegado al acuerdo de casar a su heredera, Urraca, con el Batallador de Aragón. Una equivocación que, no solo no cumplió las expectativas del rey fallecido y su corte, sino que a punto estuvo de cambiar la historia del Reino para siempre pues Alfonso, el aragonés, que no estaba acostumbrado al trato con mujeres, se encontró con Urraca, en modo alguno dispuesta a ser tratada como inferior. Llegó a abofetearla incluso en público, la encerró durante un tiempo en un castillo e incluso, en una de sus incursiones guerreras en el Reino, estuvo a punto de acabar con la vida del niño, en la batalla de Villadangos.
Este episodio guerrero tuvo lugar en la villa de dicho nombre, en el otoño de 1111, cuando el príncipe era conducido a la corte de León para visitar a su madre que deseaba controlar los intentos de los nobles gallegos, después de que hubieran coronado a su hijo como rey de Galicia, en Lugo y a espaldas suyas. El futuro heredero tenía pues, apenas 6 años y, como apuntamos, salvó la vida gracias a la estratagema del obispo Gelmírez y a la valentía del conde Fernando que, perdió la suya en una defensa desesperada, sabiendo que todo estaba perdido, pero que su sacrificio podría contribuir a la huida del niño que le había sido confiado.
Un año antes, un ejército leonés, compuesto por partidarios de la reina Urraca, había sido también derrotado por el Batallador, en la batalla de Candespina. En la misma había encontrado la muerte el conde Gómez González Salvadórez, conocido en la historia con el nombre de conde de Candespina, en algún momento amante de la reina y hasta propuesto por determinados cortesanos como posible marido para la misma.
El niño, a partir del año 1116 (11 años), comienza a aparecer sustituyendo a su madre la reina en determinados momentos. En ese año, abandona la tutela de los condes de Traba y comienza, no solo a acompañar a su madre en aquella especie de corte itinerante, sino a “reinar” en nombre de la misma, por ejemplo, en Toledo donde fue trasladado en 1118 por el obispo Raimundo, intentando con ello apartarle de la influencia de los nobles gallegos y, además, neutralizando las apetencias para controlar la zona, del rey de Aragón, por un tiempo, su padrastro.
El 8 de marzo de 1126 fallecía la reina Urraca y Alfonso era coronado y ungido como rey de León, después de haberlo sido, como decimos, en Lugo; pero aún le quedaba una tercera coronación; en este caso, en 1135, pero esta vez sería como Emperador.
- Textos: Hermenegildo López
- Fotografías: Martínezld