Este hecho supuso el descuartizamiento del Reino de León, el árbol matriz que había llevado el peso de la Reconquista
En nuestro intento, tantas veces repetido, de traer a la actualidad, de acuerdo con las fechas del acontecimiento en cuestión, un suceso importante de nuestra historia como pueblo, hoy nos detenemos en uno que nos parece de la mayor trascendencia; júzguelo el lector.
El día 21 de agosto de 1157, a la edad de 52 años, fallecía el único rey, de entre todos los reinos peninsulares, que había tenido el privilegio de haber sido coronado Emperador, Alfonso VII de León.
El hijo de la reina Urraca I y de Raimundo de Borgoña y, por lo tanto, nieto del gran Alfonso VI (de quien había heredado el nombre), el conquistador de Toledo, dejaba de existir en el Paraje de la Fresneda.
Y dicho esto, en esta breve aproximación histórica, aludiremos, aunque sea brevemente también, a la diatriba que aún se mantiene sobre el lugar exacto del óbito. Algunos autores defienden que se trata del Puerto de la Aliseda, cuando, según otros, apenas existe ese tipo de árbol en la zona referida y, sí, sin embargo, hay una gran abundancia de fresnos; de ahí La Fresneda, antes señalada.
Otros han reseñado, como el lugar de su muerte, el Viso o el Puerto del Viso, o aún el Puerto del Muladar (o Muradal). En el primer caso, se puede afirmar categóricamente que no se debería utilizar ese nombre para situar en él el fallecimiento de Alfonso puesto que la población del Viso, simplemente, no existía por la época; su primera referencia escrita data de 1245; varios años posterior, pues, a los hechos que relatamos.
Precisemos, no obstante, dos aspectos importantes: en aquel tiempo, esas tierras formaban parte del término de Baeza, ciudad especialmente querida por el Emperador y en la que, el día 25 de julio de 1147, había fundado, tras la toma de la misma y la intervención milagrosa, según don Lucas de Tuy, del Santo Isidoro, la Muy Ilustre, Real e Imperial Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro o Pendón de Baeza.
Esta atribución geográfica la recogemos de un texto de Martín Ximena Jurado (1615-1664) que afirma sobre la Baetia musulmana: “permaneció pocos años esta ciudad en poder de cristianos, porque habiendo muerto el Emperador a primeros de agosto de 1157, en la Fresneda, junto al Puerto Muradal en Sierra Morena, en el término de Baeza…”
En segundo lugar, la comitiva del citado Emperador estaba atravesando claramente, y como se señala, Sierra Morena, mas sin haber llegado a coronar aún el puerto, por los lugares más habituales, ya que, por ejemplo, 55 años más tarde por allí transitarían las tropas cristianas para enfrentarse a los árabes en la batalla de las Navas de Tolosa o incluso, estamos hablando de la misma ruta por la que viajaría (claro que en sentido inverso) el cortejo fúnebre de Isabel la Católica, camino de Granada y desde Medina del Campo, lugar de su fallecimiento.
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Poco importa, sin embargo, esta precisión, en el contexto general de los acontecimientos. Vayamos entonces con algunas preguntas y unas breves respuestas: ¿Por qué razón se encontraba en aquellos lugares el rey Alfonso? Hemos aludido, en algunas ocasiones, que una de sus más señaladas conquistas había sido la ciudad de Almería, hecho ocurrido el 17 de octubre de 1147 y que vendría a poner las bases de las conquistas ulteriores en la zona (aunque no se constataran consecuencias inmediatas por causa de la perdida posterior, de esta importante base de operaciones), de su bisnieto Fernando III y aún del hijo de este, el rey Sabio. Sin embargo, como anunciamos, la presión de los almohades, que terminaron cercando Almería, en los meses de junio y julio de 1157, supuso la pérdida de la misma puesto que el Emperador no fue capaz de “descercarla”, falto incluso de la ayuda de aquellos que se habían declarado vasallos suyos. En efecto, podemos afirmar que solo contó con el apoyo del denominado Rey Lobo de Murcia. La plaza, entonces, se rindió, finalmente, el 21 de agosto, ante la desesperación de Alfonso.
El ejército, pues, vuelve grupas y, como decimos, trata de retornar a sus bases de la Meseta de inmediato. Alfonso, sin embargo, no alcanzará a superar Sierra Morena y dejará la vida en esos parajes arriba aludidos.
¿Y la causa concreta de su muerte, ya que ni siquiera había sido herido en la batalla? Muchos autores se han remitido a la enorme pesadumbre que supuso la pérdida, precisamente, de Almería, como la causa inmediata de la misma; sin embargo, no es fácil deducir un desenlace semejante solo por esta razón, y además de una manera tan inmediata. Quizá la falta de apoyos, a los que hemos aludido, venga a demostrar, incluso, que ya no se encontraba en buena salud en el momento de emprender la liberación del cerco de Almería.
En efecto, la salud del soberano, parecía encontrarse muy deteriorada y, según el Dr. García-Osuna, en su monografía dedicada al Emperador, y en su condición de médico, aventura una serie de causas que explicarían este fatal desenlace.
Como en muchas ocasiones, los reyes de León, y entendemos que del mismo modo el Emperador, no llevaban una dieta sana, pues comían demasiada caza, incluso ésta demasiado sazonada, y acompañada de abundante vino. Por ello eran propensos a la obesidad y a una hipertensión arterial.
El Dr. García-Osuna detecta incluso una más que evidente abulia en los últimos meses de vida del rey, producto, sin duda, de una fuerte depresión producida por la muerte de su primera esposa la reina Berenguela de Barcelona. La misma vendría acompañada de una patología hemorrágica cerebral que se comparece perfectamente con las decisiones tomadas a lo largo de sus últimos meses de vida, en lo referido especialmente a los pactos firmados por él, al abandono de algunas de sus responsabilidades, y especialmente al enorme desacierto que supuso, siguiendo, fundamentalmente, los dictámenes y apetencias de la nobleza castellana, la división de sus reinos. Este hecho supuso el descuartizamiento del Reino de León, el árbol matriz que había llevado el peso de la Reconquista, al menos, durante 250 años y que, en esos momentos, perdía su preeminencia; de sus entrañas, se desgajaban los reinos de Portugal y Castilla que, además, se disputaban con saña muchos de sus territorios. El eterno complejo de Edipo, perfectamente constatable.
Sería demasiado prolijo incidir, aquí y ahora, en todas las consecuencias de estos hechos (en algún momento lo intentaremos), aunque las mismas han sido tratadas en numerosos artículos y sesudas reflexiones. Animamos, eso sí, a los que tengan interés en conocer con mayor profundidad la figura de este rey que ha sido, incluso, vilipendiado por algunos historiadores y, si tuviéramos que elegir un solo libro para ello, recomendaríamos la biografía del aludido José María Manuel García-Osuna que, por mor de la pandemia que sufrimos, no ha tenía la difusión que merece.
El resultado final de cuanto comentamos fue, como puede colegirse, muy variado:
1: el rey será enterrado en Toledo, capital imperial, rompiendo así la tradición (con el paréntesis de su abuelo, Alfonso VI, enterrado en Sahagún, fue recuperada por su madre, Urraca I) de recoger en San Isidoro de León los restos de los soberanos de este reino, a la sombra protectora de las mejores pinturas del siglo XII;
2: sus hijos pasarán a gobernar, según el padre había predeterminado: el primogénito, llamado Sancho III el Deseado, en Castilla (morirá apenas un año después) y Fernando, el segundogénito, denominado el Noble, en León, con el ordinal segundo, padre de nuestro Alfonso el Legislador. Su reinado se extenderá a lo largo de 31 años y deberá lidiar con esos dos reinos que habían surgido del Reino de León.
3: como hemos aludido, la extensión y preeminencia de León se verán disminuidas a la par que los cronistas que, entendiendo que deben adular a sus nuevos señores (especialmente Jiménez de Rada), construirán un relato (como se denomina en la actualidad) que va minando y minimizando la anterior importancia del Reino de León, importancia que se venía manteniendo desde la división determinada por Alfonso III el Magno en su testamento a favor de sus diferentes hijos. Siempre León había sido el Imperium y los demás reinos (Galicia, Asturias, Portugal, Castilla) habían estado supeditados a él. Incluso ello se mantuvo en un testamento, cuyo precedente algunos invocan: el de Fernando I. En ese momento, aunque lega a su hijo mayor, Sancho II, el recientemente constituido reino de Castilla, siempre deseoso de separarse de León, había confiado en su hijo más preparado, Alfonso VI, el gobierno del reino más importante, el que encarnaba el Imperium.
Momento importante y decisivo éste, en nuestra historia, que bien merece, entonces, una reflexión sosegada y sin apasionamientos. Uno de los objetivos de la historia, según se nos repite, es aprender del pasado para comprender el presente y no caer en los errores ya cometidos por nuestros predecesores.
- Textos: Hermenegildo López
- Fotografías: Martínezld