El nacimiento del heredero de Fernando y Urraca, el que reinará en León como Alfonso IX (VIII para algunos), y cuyo nombre, según se acostumbraba en León, recogía el de sus abuelos, se produjo el 15 de agosto del año arriba señalado, 1171, en la ciudad leonesa de Zamora
Y, a pesar de todo lo que se ha venido hablando de este rey, de las Cortes de 1188, de la conquista de Extremadura, de la fundación de Salamanca, de la inauguración del Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela… y hasta de alguna estatua o paseo a su nombre… ¿se acuerda alguien de una fecha tan redonda? ¿Se ha celebrado con alguna relevancia? ¡Qué pena de pueblo y cómo hemos perdido la memoria; hasta el agradecimiento!
Corría el año 1171 y el Reino de León que había sido tan poderoso, hasta el punto de haber hecho arrodillarse ante el a los más poderosos señores de un lado y otro de la frontera sur (e incluso a algunos llegados del otro lado de los Pirineos), trataba de encontrar un nuevo acomodo, especialmente desde el punto de vista geopolítico.
Así era, en efecto, puesto que los dos nuevos reinos que habían nacido de sus entrañas, no solo le habían dejado exhausto, sino que amenazaban claramente con su existencia. Las apetencias, en nada disimuladas de Castilla y los problemas de frontera con Portugal habían impuesto al nuevo rey de León, el segundogénito de Alfonso VII el Emperador (que había cometido la torpeza de dividir su reino-imperio) navegaba en una política de pactos intentando amigarse o combatir ora a los del Este ora a los del Oeste de sus posesiones.
Atendiendo a esta política, se había casado en 1165 con la infanta portuguesa Urraca, hija del primer rey de Portugal, Alfonso Henriques y Mafalda de Saboya.
El nacimiento del heredero de Fernando y Urraca, el que reinará en León como Alfonso IX (VIII para algunos), y cuyo nombre, según se acostumbraba en León, recogía el de sus abuelos, se produjo el 15 de agosto del año arriba señalado, 1171, en la ciudad leonesa de Zamora y fue celebrado con grandes fiestas, puesto que venía a consolidar la línea leonesa del trono.
El niño es de inmediato encargado a los cuidados de la salmantina María Ibáñez (se ocupará de él hasta los cuatro años) y del matrimonio leonés compuesto por Adán Martínez y María Díez. Pasará más tarde a ser protegido por el conde de Traba y más en concreto al yerno del patriarca, Juan Arias (y su esposa Urraca Fernández), que le servirá de ayo, además de Armengol, conde de Urgel.
En la mayor parte de sus biógrafos se recogen una serie de acontecimientos que, sin embargo, no harían de su infancia un momento especialmente feliz. Dado que sus padres eran parientes en tercer grado, su padre se ve obligado a repudiar a Urraca, tras 10 años de matrimonio, y por indicación expresa del papa Alejandro III, verdadero azote del Reino de León.
Se argumenta que el pago de la bula, para que el citado papa declarara válido el matrimonio, no alcanzó la cifra ofrecida por el reino de Castilla con el apoyo del de Inglaterra (no olvidemos que Alfonso, sobrino de nuestro Fernando, estaba casado con Leonor de Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra).
La situación que se plantearía, en efecto, caso de haberse consolidado el matrimonio de Fernando y Urraca, haría de León y Portugal dos socios, o incluso en el futuro un reino de nuevo unido, que superaría en fortaleza a Castilla, algo que Alfonso el castellano temía.
Así, entre los finales de 1177 y 1178, Fernando contrajo nuevo matrimonio con Teresa Fernández de Traba, en ese momento, ya viuda de Nuño Pérez de Lara. Esta situación predispondrá al rey de Portugal a renovar el pacto con el rey castellano intentando de nuevo ahogar al Reino de León bajo ese síndrome innegable de Edipo, que necesita ver al padre muerto para afianzarse en su personalidad.
Los biógrafos de Alfonso (especialmente Lucas de Tuy que conoció en persona al príncipe) cuentan también, al menos, un par de episodios que, entre la imaginación y la intervención milagrosa de San Isidoro, nos darán, incluso, algunas claves para conocer detalles posteriores de la vida del que debería pasar a la historia como el Legislador. Así, se cuenta, por ejemplo, que el niño pareció atravesar por un periodo de pérdida de visión. En ese momento, los canónigos de la Colegiata se deciden a lavar sus ojos con el agua milagrosa que habían conservado en una redoma y que, según se contaba, había manado de las piedras de la iglesia palatina a la muerte del gran Fernando I. La intervención del Santo Isidoro, patrono del Reino, le habría devuelto la vista.
Otra intervención de lo Alto se habría producido en un momento en el que el niño habría tenido un ataque (los médicos actuales suponen que sería un ataque epiléptico) y sus cuidadores le habrían traído hasta el templo dándole por muerto. En ese momento deciden colocarle ante el altar y, por lo que aventura la ciencia moderna, el contacto de su cuerpo con las frías losas de la iglesia habrían obrado el “milagro” de devolverle a la vida.
La suposición de que padecía, o había padecido ataques de epilepsia, se basa también en el futuro apodo que sus enemigos le aplicaban: el baboso. Con ello pretendía vejar al rey calificándole de ese modo, e implícitamente llamarse alguien de poco fiar, que pactaba con los musulmanes, no demasiado inteligente, etc. Los hechos, sin embargo, una vez más, contradicen estas opiniones; no hay más que contemplar lo conseguido a lo largo de su vida. ¿Alguno de sus contemporáneos podría comparársele? ¿A qué podría deberse, precisamente entonces, el origen de ese apelativo? A alguno de esos ataques epilépticos, en los que el enfermo pierde “baba” por la comisura de los labios… Fácil explicación, entonces.
Pero hoy no nos ocuparemos más que del nacimiento del infante Alfonso y de sus primeros años, por lo que volveremos al relato donde lo habíamos dejado, apuntando que, tras la separación obligada de sus padres, la situación para el infante Alfonso se complicará, si cabe, aún más; bien conocido es aquel aserto de que lo que va mal siempre será susceptible de empeorar…
En 1180 fallece su madrastra Teresa, en el momento de dar a luz un hijo, y su padre matrimonia de nuevo; esta vez, en 1187, con Urraca López de Haro, con la que mantenía relaciones desde la muerte de su segunda esposa.
Esta Urraca era hija del poderoso señor de Vizcaya, don Lope Díaz de Haro, miembro de la Casa de Haro que prolongará su poder por siglos. La nueva reina se fijará, entonces, un objetivo: apartar al infante Alfonso de la línea de sucesión para encumbrar a su hijo Sancho Fernández de León, lo que causará incluso una guerra civil a la muerte de Fernando; mas, por suerte para Alfonso, sus partidarios le asesorarán de tal manera que conseguirá hacerse con el trono y coronarse el mismo año de la muerte de su padre, 1188. Gloriosa fecha, por otra parte, ya que pasará a la historia como el año de la primera convocatoria a Cortes a los hombres buenos de las ciudades de su reino, en igualdad de condiciones con los nobles y el gran clero, hecho que nos ha sido reconocido en 2013 por la UNESCO, lo que nos confiere el más que honroso título de “Cuna del Parlamentarismo”.
Ocasiones habrá, por lo mismo, de hablar de este Alfonso, uno de nuestros más importantes reyes de cuyo nacimiento, a pesar del silencio impuesto por los de siempre, se cumplen 850 años.
- Textos: Hermenegildo López
- Fotografías: Martínezld