Versión clásica

El Milagro de la lluvia o la fiesta de las Cabezadas.

Esta ceremonia terminará en tablas y cada uno de los intervinientes mandará a su secretario tomar nota de que se ha cumplido con la tradición

las cabezadas 2019

Fotografía: Miguel Ángel Herreros

Coincidiendo con el día de hoy, 18 de julio, tiene lugar, en este año especial marcado por un maldito virus que no quiere abandonarnos, la manifestación pública de una de las reliquias de nuestra historia como pueblo: la ceremonia del Foro u Oferta, conocida popularmente como la fiesta de las Cabezadas, la cual, para explicación de los “no iniciados” (que seguro que son muy pocos), recibe este nombre a causa de las inclinaciones exageradas, especialmente de parte del consistorio leonés, en el momento de la despedida del acto y frente a la Real Basílica-Colegiata del Santo Isidoro, iglesia palatina del Reino de León, durante más de dos siglos.

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Fotografía: Miguel Ángel Herreros

Situemos los hechos históricos, como venimos haciendo habitualmente, en su contexto, para mejor comprensión.

Corría el año 1158; el Emperador Alfonso había fallecido un año antes, de vuelta de su intentona de recuperar la joya que había conseguido conquistar en 1147, Almería, el puerto de entrada de sucesivas oleadas de musulmanes que venían impidiendo la recuperación de las tierras de Hispania, perdidas tras la batalla de Guadalete, allá por el 711.

Tras la desacertada decisión del Emperador de repartir sus reinos entre sus dos hijos varones, Sancho y Fernando, e incluso de aceptar la efectiva y definitiva independencia de Portugal, reina en León Fernando, el segundogénito. En San Isidoro gobierna la gran dama leonesa, hermana del fallecido Alfonso y con el título de “reina”, doña Sancha, que ha seguido las huellas de aquellas grandes mujeres leonesas que administraron el infantado (infantazgo) leonés…siendo, quizá, la más grande de todas ellas junto con doña Urraca, la zamorana, la del Santo Cáliz, que es así como se la conoce.

Fotografía: Miguel Ángel Herreros

La manifestación de la trascendencia, en la época, era palpable, cotidiana, y se exteriorizaba incluso en los más pequeños acontecimientos de la vida; ¿qué extraño, entonces, que se invocara, al gran San Isidoro (aquel que había conseguido ganar para el Reino las tierras de Baeza, con su personal implicación en la batalla y en honor del cual se había constituido una “confradería”, fundada por el propio emperador y avalada por el citado santo), en una situación de absoluta emergencia, cual era la de una gran sequía que asolaba el reino?

El propio santo ya había dado muestras de su enorme poder taumatúrgico, no solo en su traslado desde Sevilla a León, sembrando la ruta de milagros, sino en la propia urbe regia (y ya capital imperial, tras la coronación de Alfonso VII, en 1135), desde el mismo momento de su entrada en la misma por la hoy desaparecida Puerta del Rey, frente a la calle Cascalería.

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Fotografía: Martínezld

Así, ante esa situación descrita, los leoneses acuerdan, seguramente con los capitulares de San Isidoro al frente, sacar al Santo en rogativa en impetración de la tan necesaria lluvia que vendría a dar de beber a aquellas tierras resecas que, si no recibían este regalo de lo alto, condenarían a los habitantes del Reino a unos meses de verdadera hambruna.

Lucas de Tuy, una vez más nuestro referente, en su libro Los Milagros de San Isidoro, (obra comenzada en 1223, por lo que se sitúa bien cerca de los acontecimientos que narramos) cuenta pormenorizadamente los hechos. Una vez llegados al espigón de Trobajo del Camino, en la subida en la que hoy se sitúan toda una serie de naves industriales, la tan ansiada lluvia llegó por fin. Sin embargo, se había planteado un nuevo problema; las andas sobre las que se trasportaban los restos del Santo se habían vuelto tan pesadas que ni los más fuertes mozos eran capaces de levantarlas.

Fotografía: Martínezld

En esta situación de emergencia, se recurre a la Reina, a Doña Sancha, a la que, por cierto, hubo, en su momento, un intento de canonizar, pero que, desgraciadamente, no llegó a consolidarse… Quizás el hecho se deba, simplemente, a que los leoneses no somos considerados dignos de tener una santa particularmente nuestra, por lo que hemos debido adoptar a Santa Teresa, infanta portuguesa, primera mujer de nuestro Alfonso el Legislador, el de las Cortes de 1188, a la que celebramos, en nuestra diócesis, desde hace apenas dos años. Y el hecho se consiguió a petición expresa al obispo D. Julián, por parte de la Muy Ilustre, Real e Imperial Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro. Sin embargo, dudamos aún de que muchos leoneses sepan que su celebración tiene lugar el día 17 de junio, en la Basílica de San Isidoro, a la que asiste la Imperial Cofradía, con sus mejores galas, con hábito y pendón. Y ya que estamos en ello, bueno sería que muchos buenos leoneses anotaran esta fecha en su calendario particular y acudieran en gran número dicho día a la referida basílica.

Fotografía: Martínezld

Pero volamos a los hechos. Doña Sancha se persona en el lugar donde estaba ocurriendo el hecho extraordinario referido y, después de tres días de ayuno, abstinencia y oración, además de la promesa de no volver a sacar los restos del santo de su basílica, toca con sus manos las referidas andas, momento en el que habría temblado el suelo, y así se consigue que unos inocentes niños sean capaces de levantar aquellas andas, anteriormente tan pesadas, para transportarlas en triunfo hasta la sede regia, la iglesia palatina.

En aquel lugar, se levantaría más tarde la ermita de San Isidoro del Monte (Isidro e Isidoro remiten, en la grafía de la época, a la misma persona), hoy desaparecida y allí se colocaría, en el correr de los tiempos, un crucero del Camino de Santiago.

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Fotografía: Martínezld

Según refieren las crónicas, ese momento que glosamos sería el mismo en el que los leoneses, agradecidos por la lluvia, y conscientes de la personal intervención y protección del Santo Patrono del Reino de León, el Señor San Isidoro, habrían expresado su deseo de personarse todos los años en la Real Basílica, con un regalo, consistente en un cirio “de arroba bien cumplida, con el Santo pintado (ahora viene acompañado de las armas de la ciudad) y dos hachas de cera”.

Estamos, entonces ante una ceremonia, presumiblemente, de una edad de 863 años. ¿Quién puede aportar algo semejante?

Fotografía: Martínezld

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Y ahora hablemos de la ceremonia en sí misma.

Previa, en el tiempo, una reunión del Corregimiento de la ciudad y los representantes capitulares de San Isidoro (las legacías) se determina la persona que llevará a cabo la honrosa labor de defender la postura de ambas instituciones el último domingo del mes de abril, con motivo de la fiesta del Santo.

Fotografía: Miguel Ángel Herreros

El Corregimiento acudirá a San Isidoro “en forma de ciudad”, con los cuatro maceros que, por privilegio, le corresponden, además de la guardia en gran gala y la banda de música que va interpretando el Himno a León.

Llegados ante la Basílica, son recibidos por los capitulares y la Imperial Cofradía (acompañados por las más altas autoridades civiles y militares)y se dirigen al Claustro, lugar donde se llevará a cabo, y en público, el intercambio de posturas sobre la ceremonia en sí misma y las causas y consecuencias de su presencia en tan significados lugares.

Fotografía: Miguel Ángel Herreros

Cada uno de los designados en las legacías tiene derecho a tres intervenciones, comenzando por el representante municipal que, recordando la historia a la que nos hemos referido más arriba, tratará de justificar los motivos para que la Corporación se encuentre allí, fundamentalmente en recuerdo de lo acontecido en 1158, pero que lo hace por propia voluntad y sin obligación alguna.

El representante del Capítulo razonará lo contrario, manteniendo la postura de que los presentes que entregará el Corregimiento les son debidos por la promesa hecha ante San Isidoro y que el Ayuntamiento no viene sino a cumplir algo que debe hacerse cada año y de la misma manera.

Evidentemente, la ceremonia terminará en tablas y cada uno de los intervinientes mandará a su secretario tomar nota de que se ha cumplido con la tradición, pero que ambos se mantienen en la postura tradicionalmente sostenida, lo que obligará a volver al año siguiente para seguir discutiendo. De ahí la también denominación habitual de “foro” u “oferta”.

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Fotografía: Cofradía Milagroso Pendón de San Isidoro

Es evidente que el acuerdo no se logrará jamás y que en la discusión siempre se oyen determinadas puyas dirigidas contra los unos y los otros y en las que, a veces, se hace mención a determinados aspectos relacionados con la actualidad.

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Fotografía: Miguel Ángel Herreros

Terminada la diatriba, el Abad de la Colegiata recibirá los presentes que ha traído el Corregimiento, todos se encaminarán al templo para la preceptiva misa mayor, con actuación de la Coral Isidoriana y, a la terminación del acto, los concejales volverán, como han venido, hacia el Ayuntamiento. Sin embargo, esa despedida se hará de una manera muy especial. En el pavimento se habrán pintado unas líneas que marcan el lugar en el que los concejales, por tres veces y al oír el golpe de la vara de mando del Alcalde, se volverán hacia la Basílica y se inclinarán, de manera harto exagerada, lo que ha dado el nombre de las “Cabezadas” a esta singular ceremonia. Coincidiendo con la última de las inclinaciones, el Abad de la Colegiata hace ademán de acompañarles, adelantando su pie derecho; sin embargo, todo se queda en un mero gesto y, ambas corporaciones se despiden con evidentes signos de contento, emplazándose al año siguiente para continuar la ceremonia.

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Fotografía: Cofradía Milagroso Pendón de San Isidoro

Debemos señalar, asimismo, que de todo este proceso han sido siempre testigos las Damas y Caballeros de la Muy Ilustre, Real e Imperial Cofradía del Milagroso Pendón se San Isidoro. Hasta tal punto custodios y guardianes de nuestra historia que fueron dichos miembros los que, en momentos difíciles (1931, durante la II República), supieron recuperar la ceremonia que se había interrumpido y de la que se llegó incluso a hacer mofa, puesto que la Corporación Municipal llegó a enviar el cirio y los hachones en un saco viejo y raído.

En ese momento, un grupo propiciado por la citada Imperial Cofradía, el “Grupo de Tradiciones Leonesas”, encabezado por el Abad de la misma, Francisco Roa de la Vega, se encargó de revitalizar la tradición, recuperando, de ese modo, el voto, la promesa o simplemente la costumbre agradecida de los leoneses de visitar, en el día de su tránsito al más allá, a quien se había señalado, personalmente, como Patrono y Protector del reino más importante de la Edad Media hispana.

Ahora nos corresponde a nosotros, los habitantes de esta tierra, valorar, revitalizar y dar a conocer lo que fuimos y lo que, necesariamente, debemos seguir siendo, «leoneses», amantes de su tierra, de su historia, de sus tradiciones y hasta de sus leyendas que, como afirmara la gran Rosalía de Castro, también forman, de manera especial, el entramado de lo que hoy conocemos como la identidad

  • Textos: Hermenegildo López
  • Fotografías: Martínezld

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